Simón Alberto Consalvi contra el olvido
RICARDO GIL OTAIZA| EL UNIVERSAL
viernes 18 de noviembre de 2011 12:00 AM
Analizar el presente venezolano y de América Latina desde una lúcida e incisiva mirada retrospectiva, es lo que se propone Ramón Hernández en su más reciente libro "Contra el olvido. Conversaciones con Simón Alberto Consalvi" (Editorial Alfa, 2011), en el que discurre —de la mano con su insigne interlocutor— en una suerte de "memoria política", que nos lleva a repasar sin dilación las seis últimas décadas de la historia contemporánea nacional. Pero no se trata —por fortuna— de un recorrido signado por el lugar común o por la reiteración de viejas y manidas "verdades" de nuestro pasado reciente, sino de una suerte de revelación constante, que nos posibilita conocer de primera mano sucesos y pequeñas historias (leer entre líneas) que no aparecen en los libros oficiales, abriéndonos un extraordinario espectro de conjeturas y dudas que nos enriquece e invita a la reflexión para el necesario cotejo con el presente.
Agrada la manera cómo el intelectual andino aborda las interrogantes y los planteamientos de Hernández, no dejando espacio para la duda con respecto de su incisiva y versátil interlocución, de su brillo intelectual; del conocimiento profundo que posee en torno a los hechos políticos que marcaron desde el 18 de octubre de 1945 el destino venezolano. Habla Consalvi desde su propia experiencia, de haber sido protagonista (cuando no, invitado en primera fila) de parte de nuestra historia reciente, de haber tenido en sus manos la posibilidad de tomar decisiones que de alguna manera signaron nuestros días.
No ahorra Consalvi adjetivos para referirse a diversos personajes políticos e intelectuales de ayer y de hoy. Nos asombra (por ejemplo) cuando se refiere a figuras como Arturo Uslar Pietri, a quien no cesa de increpar por su silencio frente a los errores de Medina Angarita (y del medinismo), que conllevaron graves prejuicios a la nación, y que aún hoy recibimos ramalazos de sus consecuencias. Lo califica de conservador, de corresponsable, junto con Medina, de los sucesos del 18 de octubre, de haber hecho apología del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 en su libro "Golpe y Estado en Venezuela", al que (dicho sea de paso) anatemiza en términos realmente obscenos. Igual suerte corre el expresidente Rafael Caldera, de quien dice (entre otras cuestiones): "Caldera nunca ganó (al referirse a su primera presidencia que obtuvo con una margen de diferencia con Gonzalo Barrios, su contrincante, de 30.000 votos). Las dos veces que Caldera gobierna fue por fraude".
Como lectores echamos de menos el que Hernández hubiese conversado con Consalvi sobre aspectos culturales de interés, habiendo sido pieza clave en hechos fundamentales para el país como la Fundación de la editorial del Estado venezolano, Monte Ávila Editores, la creación de la revista "Imagen", la dirección del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), la creación de la Biblioteca Biográfica Venezolana, su relación estrecha con los más relevantes creadores venezolanos y de América Latina de la segunda mitad del siglo XX, el ser autor de una obra de carácter biográfico e histórico clave en la comprensión de nuestras raíces. En este sentido, desperdició Hernández una extraordinaria oportunidad para conocer la óptica de este eminente venezolano del movimiento cultural y artístico de la nación en las últimas décadas.
Se contentó Hernández con azuzar en Consalvi su espíritu iconoclasta, su intrínseca rebeldía; la pasión política que devoró sin remilgos esa vena literaria que pudo haber entregado al país una obra de primer orden. Observamos, eso sí, que el libro cae en una suerte de noria argumental, que nos lleva desde cada ángulo al mismo punto: la revolución de octubre con sus más conspicuos representantes (y la crisis del presente con Hugo Chávez Frías, no podían faltar). En todo caso, podría ensayarse la posibilidad de una nueva conversación en la que Simón Alberto Consalvi nos entregue sus demonios literarios. Los lectores lo sabríamos agradecer.
rigilo99@hotmail.com
Agrada la manera cómo el intelectual andino aborda las interrogantes y los planteamientos de Hernández, no dejando espacio para la duda con respecto de su incisiva y versátil interlocución, de su brillo intelectual; del conocimiento profundo que posee en torno a los hechos políticos que marcaron desde el 18 de octubre de 1945 el destino venezolano. Habla Consalvi desde su propia experiencia, de haber sido protagonista (cuando no, invitado en primera fila) de parte de nuestra historia reciente, de haber tenido en sus manos la posibilidad de tomar decisiones que de alguna manera signaron nuestros días.
No ahorra Consalvi adjetivos para referirse a diversos personajes políticos e intelectuales de ayer y de hoy. Nos asombra (por ejemplo) cuando se refiere a figuras como Arturo Uslar Pietri, a quien no cesa de increpar por su silencio frente a los errores de Medina Angarita (y del medinismo), que conllevaron graves prejuicios a la nación, y que aún hoy recibimos ramalazos de sus consecuencias. Lo califica de conservador, de corresponsable, junto con Medina, de los sucesos del 18 de octubre, de haber hecho apología del golpe de Estado del 4 de febrero de 1992 en su libro "Golpe y Estado en Venezuela", al que (dicho sea de paso) anatemiza en términos realmente obscenos. Igual suerte corre el expresidente Rafael Caldera, de quien dice (entre otras cuestiones): "Caldera nunca ganó (al referirse a su primera presidencia que obtuvo con una margen de diferencia con Gonzalo Barrios, su contrincante, de 30.000 votos). Las dos veces que Caldera gobierna fue por fraude".
Como lectores echamos de menos el que Hernández hubiese conversado con Consalvi sobre aspectos culturales de interés, habiendo sido pieza clave en hechos fundamentales para el país como la Fundación de la editorial del Estado venezolano, Monte Ávila Editores, la creación de la revista "Imagen", la dirección del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), la creación de la Biblioteca Biográfica Venezolana, su relación estrecha con los más relevantes creadores venezolanos y de América Latina de la segunda mitad del siglo XX, el ser autor de una obra de carácter biográfico e histórico clave en la comprensión de nuestras raíces. En este sentido, desperdició Hernández una extraordinaria oportunidad para conocer la óptica de este eminente venezolano del movimiento cultural y artístico de la nación en las últimas décadas.
Se contentó Hernández con azuzar en Consalvi su espíritu iconoclasta, su intrínseca rebeldía; la pasión política que devoró sin remilgos esa vena literaria que pudo haber entregado al país una obra de primer orden. Observamos, eso sí, que el libro cae en una suerte de noria argumental, que nos lleva desde cada ángulo al mismo punto: la revolución de octubre con sus más conspicuos representantes (y la crisis del presente con Hugo Chávez Frías, no podían faltar). En todo caso, podría ensayarse la posibilidad de una nueva conversación en la que Simón Alberto Consalvi nos entregue sus demonios literarios. Los lectores lo sabríamos agradecer.
rigilo99@hotmail.com
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