Fragmento del libro de Paco Vera ¿Dónde están los adecos de ayer?

Pérez Jiménez, un cobarde irracional


Paco Vera perdió la cuenta de las veces que le ha dado dengue. Dice que cada vez le da más suave y que la última casi ni sintió el malestar. Malaria no le dio nunca, aunque frecuentaba sitios en los cuales había alta incidencia palúdica. Su precaución más recurrida era colgar su chinchorro a cuarenta metros de distancia del más cercano. “Con la barriga llena el mosquito transmisor no puede volar más de 10 metros”. Mantenerse lejos también es una buena manera de protegerse de los malos gobiernos, pero cuando son malos y canallas poner distancia nunca es suficiente, y hasta mantener silencio es considerada una manera de hacerle oposición, de apoyar su desestabilización. “Si no está conmigo, está en mi contra”.
Recuerdo con asco la dictadura de Pérez Jiménez y no por él, sino por los perejimenistas. Imaginarlos mandando otra vez me estremece.
—¿Conoció a Pérez Jiménez?
—Muy poco. Conversé con él varias veces. Vivía en El Paraíso, al lado de la casa de mi amigo Eduardo Michelena. Teníamos bebentina de caña una o dos veces a la semana, a la que siempre iba Pérez Jiménez, pero nunca lo vi borracho. Una vez recién comenzado su gobierno, cuando todavía no se había establecido la barbarie, en una fiesta en casa de Michelena, Pérez Jiménez me dijo: “Don Paco, ¿qué caro se vende?”. Le respondí: “No he recibido ofertas”. Corrí con suerte. Si hubiera pedido un puesto, me lo dan.
—¿Lo hubiera aceptado?
—No. El perezjimenismo ni siquiera fue anticomunista. Muchos comunistas formaron parte importante del equipo gubernamental. No había doctrina. Resultaba indignante la mezcla de servilismo y mediocridad intelectual del régimen. Un oficial le preguntó a Pérez Jiménez si era cierto que el gobierno tenía deudas y contestó solemnemente "No son deudas. Son Compromisos". Que el pobre Pérez dijera eso es posible, dada su estatura intelectual; también dijo en una ocasión que su gobierno era a la vez idealista y materialista, porque tenían ideales y al mismo tiempo empleaban materiales y máquinas para construir sus obras. Sospecho que Pérez Jiménez quisiera decir que no había una deuda perentoria, sino una perfectamente cubrible con las disponibilidades normales del tesoro. Lo del materialismo y el idealismo sí es como lo que trae Gallegos en Cantaclaro de "que para entender ciertas cosas hay que ser bruto". Era desmoralizador ver personas inteligentes y cultas, no como fichas obedientes sino como forjadores de semejante inmundicia. Laureanito Vallenilla, por ejemplo, era un hombre de mucha gracia y vivacidad, pero en El Morrocoy Azul no resultaban graciosas las maledicencias publicadas por el poder. También creyó procurarle simpatías al régimen peleando con la Iglesia y eso no pasó de ser otra tontería que elevó considerablemente el prestigio de la jerarquía eclesiástica. Tocante a religión, el pueblo venezolano suele ser indiferente; pero no antirreligioso ni siquiera anticlerical. Castro peleó con la Iglesia y su periódico El Constitucional, mucho más ingenioso que El Heraldo, publicó una célebre toma de posición: "Sepan los insolentes de La Religión que El Constitucional no reconoce más ortodoxia que la Restauración ni más pontífice que Cipriano Castro". El régimen de Gómez se caracterizó por su rusticidad, que generaba chistes y cuentos que ridiculizaban el régimen y a su dirigencia, pero la superioridad personal del general Gómez se manifestó en la calidad de sus intelectuales. Los comentarios editoriales de El Nuevo Diario contrastan con la chatura manifiesta de El Heraldo, La Calle, El Nuevo Ideal, etc., los diarios del perezjimenismo. Laureanito Vallenilla[1] enemistó al país entero contra el Gobierno con los editoriales que firmaba con las siglas RH en El Heraldo, en los que insultaba a todo el mundo. Pérez Jiménez desacreditó las dictaduras militares Su dictadura era simplemente un grupo de personas que procuraba la eternización de un sistema que les permitía enriquecerse; y el "Nuevo Ideal Nacional" una pantomima intrascendente que no pretendía ni siquiera simular una filosofía política. Desde 1952 hasta 1958, no sólo se negó la política sino también el pensamiento. No se podía ni hablar y mucho menos escribir. Siempre había un espía del que había que cuidarse. Uno llegaba a un botiquín, por ejemplo, y tenía que medir mucho lo que decía porque había agentes de la Seguridad Nacional que ponían preso a los que dijeran algo inconveniente para el régimen. Hasta había soplones entre la gente amiga de uno.
¿Fue conspirador?
—Simpatizaba con algunas conspiraciones, pero nunca participé. Nunca he sido lo que suele llamarse político, es decir, aspirante al poder público. Un día, en 1952, en Madrid, estaba yo almorzando en casa de Gonzalo Peña Castillo y su íntimo amigo José María Gil Robles me dijo una cosa que no he olvidado: “Para gobernar es menester, primero, ser muy bruto; segundo, dar muchos palos, y tercero, estar convencido de tener la razón”. Acerca del mando nada digo porque perros y caballos es lo único que he logrado que me obedezcan; pero tocante a creencias, sí he pensado siempre que el enemigo de la verdad no es el error sino la convicción. Se tiene como de Sócrates aquello de "Yo sólo sé que no sé nada" y Juan de Mairena lo criticó por orgulloso, pues alguien verdaderamente modesto debió haber añadido: "Y de eso mismo no estoy totalmente seguro". Esa certeza de tener la razón, que Gil Robles consideraba indispensable en el gobernante, me parece altanera y peligrosa. Jamás he tenido autoridad fuera de mi casa y eso no me desasosiega. Entre otras cosas, por notar que todo alto funcionario, al salir del cargo, deja de cada cien venezolanos noventa y nueve enemigos enconados y un amigo resentido. Tampoco soy capaz de conspirar, pero no critico a quien lo haga. Yo no conspiraba contra la dictadura, pero sabía que habría un golpe el 15 de noviembre de 1957, que después aplazaron. Yo era muy botiquinero. Me la pasaba en El Chicote, un bar del español Julio Sabaco al que iba todo el mundo y en donde uno se enteraba de todo lo que pasaba. Un sitio estupendo. No era uno de los mejores restaurantes de Caracas, pero servía una comida perfectamente aceptable, prestaba una atención estupenda, y sin exageraciones en los precios. Nunca faltaba alguien que llegara con un dato. El Día de San Francisco, mi santo, me dieron el pitazo de que la insensatez oficial planeaba prenderme hasta que pasara la payasada de plebiscito. Yo estaba en una fiesta y me llamó aparte Elena Bueno Plaza, prima hermana de mi primo Pancho Plaza y casada con Laureanito Vallenilla Planchart, el factótum de Marcos Pérez Jiménez. Me dijo: “Primacho, le oí decir a Laureanito y a Pedro Estrada que te van a poner preso hasta después del plebiscito”. Algo completamente absurdo. Yo no conspiraba. Era lógico que sintiera gran antipatía por el régimen, pero pasar de la antipatía a un trabajo activo de oposición implicaba un enorme trecho que jamás se me habría ocurrido recorrer. La ineficacia policial que caracterizaba al sistema permitía suponer cualquier disparate. Le contesté: “Comprenderás, primacha, que entre pasarme tres meses en un calabozo o pasarlos en París, la escogencia es fácil ni implica dilema alguno. Y confidencia por confidencia. Arregla tus cosas, este gobierno cae el 15 de noviembre”. Dos días después llegué a París y conversé con Milton Alameda, que era agregado militar, a quien había conocido en la Gran Sabana, y con Rafael Angarita. Ambos me ratificaron lo del golpe para el 15 de noviembre, pero pasó esa fecha y se celebró el plebiscito, sin que hubiera golpe.
—¿Pérez Jiménez tenía apoyo popular?
—La insensatez política de Laureanito cohesionó la oposición civil al régimen, pese al terror que en la gente sensata inspiraba una posible vuelta al poder de Acción Democrática. La policía de Pedro Estrada no supo prever ni evitar el descontento militar, y la cobardía de Pérez Jiménez hizo el resto. Salió corriendo cuando, en verdad, no existía riesgo alguno. El primero de enero de 1958 llegué borrachísimo a la pensión en la que me alojaba. Casi a mediodía me despertó la dueña. Me llamaban por teléfono. Era Susana Nevett, que vivía en París. Me dijo al rompe: “Estalló un golpe en Venezuela”. Fue como si me hubiesen echado agua en la cara. Le dije que ese era el fin de la dictadura, que Pérez Jiménez se iría corriendo. Sabía de su cobardía irracional. Efectivamente, no fue menester ni siquiera un triquitraque, con un corneteo se fue volando a los pocos días. Del perezjimenismo lo que menos servía eran los tres personajes fundamentales. Si sólo uno de los tres grandes de la dictadura hubiera estado a la altura de su posición, no habría triunfado el 23 de enero. Ni Pérez Jiménez estaba para ser dictador, ni Laureanito para conducir la política ni Pedro Estrada para dirigir la policía de una dictadura. Pérez Jiménez hubiese sido un magnífico ministro de Defensa o, mejor, instructor de sargentos; Pedro Estrada, un excelente segundo jefe de la policía de Caracas, y Laureanito un magnífico presidente de un club distinguido, buen embajador en cualquier parte, incluso, en circunstancias difíciles, pero ajeno al cargo que le tocó desempeñar. En esos puestos habrían estado muy bien, pero se colocaron muy por encima de sus verdaderas capacidades y posibilidades. Laureanito, que ignoraba lo que es política, fue de una frivolidad inconcebible. La política era para él un ameno juego de maledicencias, generalmente llenas de gracia, pero absolutamente descolocadas en su función de dirigente político. Fue un pésimo ministro, unificó la opinión en contra del Gobierno. Era muy inteligente, pero muy mala gente. Pedro Estrada distaba de ser el superpolicía malvado que pintan los adecos. Era un hombre inteligente sin dinero, sin profesión, sin linaje y sin piedad, que descubrió que el mejor camino para surgir era convertirse en el policía del status. Una vez que logró ese cometido, por su falta de piedad, no rechazó utilizar cualquier medio para mantenerse. De Pérez Jiménez se recuerda más la bonanza creada por su régimen que el horror de la opresión y las atrocidades que cometió con su secuela de torturas, prisioneros y destierros de los enemigos activos. Dejó obras importantes y una economía saneada, pero sus condiciones personales no bastaban para ser presidente, menos aún general presidente.
—Fue un gobierno muy represivo y sanguinario...
—Pedro Estrada ignoraba lo que es la policía política, con ese simplismo de darle hierro al delatado y oro al delator hasta un chimpancé habría podido acometer la represión política con idéntico resultado. Quien dirija la policía política de una dictadura tiene que poseer, además de inteligencia, sagacidad extremada y real técnica investigativa. Le conspiraron en sus narices y no se dio cuenta. Habría sido muy interesante que Pedro Estrada hubiese publicado las memorias que decía estar escribiendo. Pedro Estrada no era nada bruto, yo lo conocí bastante desde el año 1937.
—¿Fue su amigo?
—Yo no participé en los palos al humorista Leo, porque estaba recién operado, pero desde el momento que pude levantarme comencé a visitar a los presos de la UNE. Pedro Estrada era el segundo jefe de la policía de Caracas. Nos caíamos bien y teníamos una cantidad de amigos comunes, como Marcelino Madriz. Era muy éxito con las mujeres. Increíble, y no porque fuera poderoso. Se empató con una pariente mía, una Martínez Mendoza y nos hicimos buenos amigos. Nos distanciamos cuando llegó a ser personaje importante en la política. Era un alma subalterna que hacía lo que le mandaban. Era un policía decente o indecente de acuerdo con la tónica del gobierno. Mientras fue policía de un gobierno decente, como el de López Contreras, fue un policía decente; cuando fue policía de un gobierno criminal, como el de Pérez Jiménez, fue un policía criminal. Estrada terminó siendo concuñado de un íntimo amigo mío: Gastón Carvallo Lope de Ceballos. En París, donde Gastón fue desterrado, luego de caer preso y fugarse por el Porteñazo[2], volví a conversar largamente con Pedro Estrada. La última vez que lo había hecho fue en la despedida de José Rafael Pocaterra, en 1955, cuando decía que ya el país estaba perfectamente pacificado, que la oposición se reducía a cuatro individuos hablando tonterías en los botiquines. Como se me quedó viendo, le dije: “¿Lo dice por mí, Pedro?”. Entonces me contestó: “Tú hablas mal de todo el mundo. El día que yo sepa que sólo hablas mal del Gobierno, entonces sí te envaino”. Nuestras relaciones no eran, de ninguna manera, malas.
—¿Parrandeaban?
—Sí.
—¿Pedro Estrada cantaba?
—Sí.
—¿Cómo supo usted de la cobardía de Pérez Jiménez?
—Recién llegado yo de Estados Unidos, en los años cincuenta, era muy amigo de Raúl Sulés Baldó, entonces ministro de Sanidad y Asistencia Social. Había una reunión en su casa y llegaron los tres miembros de la junta de gobierno: Carlos Delgado Chalbaud, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez. Camilo Arcaya tiró un garbanzo en el suelo. Pum. Pérez Jiménez se cayó de culo. Demudado del miedo, se sentó en una silla. Miró a Arcaya con tal odio que me di cuenta que su pánico era irracional, que no era simple miedo. Su derrocamiento no necesitó ni un disparo. Pedro Estrada, que era un hombre muy inteligente y buen conocedor del ser humano, se dio cuenta de la cobardía patológica e irracional de Pérez Jiménez y la explotó hasta el punto que le hizo creer que su vida dependía de la protección que le brindaba. Como Estrada le dijo que en caso de un ataque aéreo no podía garantizarle la vida en La Orchila, una cosa rocambolesca, Pérez Jiménez ordenó que le construyeran una especie de búnker cerca de Choroní, custodiado por instalaciones antiaéreas. Cuando lo tumbaron, la edificación en la bahía de Turiamo iba ya a mitad de camino.
¿Han sido cobardes los presidentes venezolanos?
—El único ha sido Pérez Jiménez. El único. Joaquín Andrade peleó hasta que fue derrotado. Se embarcó en La Guaira con honores de Presidente. Coger un avión como Pérez Jiménez, tan apurado que hasta se le olvidó una maleta llena de dinero, es producto de una cobardía irracional. Fue una huida grotesca. Sobre todo porque no arriesgaba la vida, nadie lo iba a matar. Le bastaba mantener la serenidad. No sé de otro presidente cobarde. José María Vargas estuvo preso, pero se portó como un varón. Gómez era guapo. Una cosa es cuando se está peleando por el poder y otra cosa muy distinta cuando se controla el poder. No sería natural ni juicioso que un presidente exponga su vida. Un presidente no tiene que ser guapo, no tiene que pelear cuerpo a cuerpo; si lo van a matar es con una bomba que le tiran, como intentaron hacerlo con Rómulo Betancourt, o un francotirador, como le hicieron con John F. Kennedy. Yo no sé si éste de ahora es cobarde. Ciertamente, cuando se entregó en febrero de 1992 todos dudaron de su valentía, pero los militares tienen una forma distinta de entender el valor personal, que está lejísimo de los convencionalismos normales. Si un militar discute con alguien y saca el revólver primero, el otro debe entregarse, no está obligado a pelear, algo que los civiles no entienden, que se guindan a pelear aunque sepan que van a perder. López sí peleó. Medina no tuvo oportunidad de mostrar que era valeroso. Aunque no apruebo que se rindiera sin combatir, su honor personal quedó a salvo al entregarse preso a unos vociferantes que por radio anunciaban fusilamientos ejemplarizantes. Lo de Pérez Jiménez no es respetable: rebasa todo límite haberse fugado y con tal atolondramiento que dejó una maleta con documentos, además de dinero, que lo llevaron a la cárcel. Pérez Jiménez no cayó por tiránico sino por irracional y correlón. Además, por regla de juego, una persona por cuya causa se haya derramado sangre, lo menos que puede hacer es exponer la suya y ese no fue su caso.
—¿Los militares han resultado más cobardes que los civiles?
—Se supone que los militares deben ser valientes, pero no lo son necesariamente. El militar no expone su vida nunca. Un individuo que se mete al Ejército, pasa una vida allí y sale rico y condecorado. Su único riesgo es que podría exponer en un momento determinado esa vida que le regalan. En Venezuela no existe ese riesgo para nada. No. Salvo que se monte en una exhibición en un avión de combate que no haya tenido el mantenimiento adecuado. En general, quienes escogen la carrera de las armas lo hacen por cobardía: se sienten protegidos. En estos países nuestros no hay el menor riesgo de una guerra con otro país. El Ejército venezolano nunca ha disparado un tiro contra militares extranjeros, tampoco contra un cuerpo en armas organizado. Sólo han disparado contra multitudes indefensas, jamás contra gente con el mismo armamento que ellos. Castro, Gómez y López Contreras asumieron la jefatura del Ejército luego de haber combatido realmente en los campos de batalla. Medina Angarita y Pérez Jiménez llegaron por méritos ajenos a lo propiamente militar. Mientras Gómez y López habrían podido mostrar medallas por La Lajita, Las Pilas, Tononó, etc., Pérez Jiménez mostraba las suyas, mucho más abundantes y vistosas: Buena Conducta, Aplicación, Higiene, etc. Cuando aparecía retratado con aquella guerrera clara, constelada de condecoraciones, parecía un frasquito de Ponche Crema.
—Se fue corriendo...
El 11 de enero de 1958, Laureanito y Pedro Estrada estaban en París, en una suite estupenda en el hotel George V, en el que Inocente Palacios también se alojaba. Las dos eran contiguas, separadas apenas por una puerta. Nosotros escuchamos perfectamente lo que hablaban, y cómo, en un excelente francés, Laureanito les reiteraba a los periodistas que en Venezuela todo estaba perfectamente arreglado, que no pasaba nada, y que él había viajado a Europa con el fin de pasar unos días de descanso, que después él regresaría al Ministerio del Interior y Pedro Estrada a la Seguridad Nacional. Los periodistas, como si se hubieran puesto de acuerdo, se tomaron los tragos, comieron caviar, bebieron champaña, y no publicaron ni una letra de las declaraciones. A los pocos días, Pérez Jiménez se fue corriendo. Yo viajaba de París a Madrid por automóvil en ese momento y me enteré en España del derrocamiento. La prensa, en solidaridad dictatorial, eran los tiempos de Franco, hablaba del eficiente profesionalismo del Ejército venezolano que “como un solo hombre respaldaba a Pérez”. El día 24 cambió la tónica y se refería al valerosísimo pueblo venezolano y recordaba las proezas que fueron las derrotas españolas de Las Queseras del Medio y de Carabobo. Añadía como noticia que Pérez Jiménez, su esposa e hijas, además del yerno, el general Luis Felipe Llovera Páez, se encontraban en Santo Domingo, huéspedes de Leónidas Trujillo. Regresé a Venezuela en mayo.


La muerte como alivio


A Paco Vera le molesta el humo del cigarrillo y también de los habanos, tanto que dice que es una fobia. Está seguro de que los fumadores tienen la convicción de que el humo no puede molestar a nadie y quien diga que le incomoda lo hace para fastidiarlos a ellos. Lo afirma con la convicción de quien fumó durante cuarenta años, y aun siendo fumador le desagradaba el humo. “Me daba náuseas si lo botaba por la nariz”. También le irrita esa moda que es el derecho a pagar de más.
—Los franceses convencieron a los burgueses del mundo entero de que gastar dinero en París constituye de por sí un placer. Les da más satisfacción pagar 500 euros por una camisa en los Campos Elíseos que comprarla por 18,99 dólares Nueva York o 150 bolívares en Caracas. Me divierte ver como notorios avaros gastan en Francia más que las personas normales. Llegan a hoteles donde pagan dinerales por dormir pocas horas, van a fabulosos restaurantes en los que comen cosas que no les gustan y los indigestan, se atiborran de champaña de cuya acidez sólo consiguen escapar si encuentran el whiskey más costoso. Finalmente los que presumen de cultura pagan barbaridades por asistir a un teatro que no entienden.
—Lo hicieron los adecos y ahora lo hacen los bolivarianos, pero no por avaros precisamente...
 —Los ciclos en Venezuela duran más o menos 50 años. AD se fundó hace poco más de 50 años y tuvo su periodo de vida. Ahora es el ciclo del chavismo. Los adecos de ayer son los chavistas de hoy. En el año 1945 hubo saqueos puramente de pillaje, como el del Club Paraíso o el botiquín de Blas Murria, que no eran cosas de política. Lo mismo ha ocurrido ahora. Ese concepto irreverente, ineducado, pata en el suelo, que fue la rebelión de Andresote y la Revolución de las Reformas, lo que hizo el liberalismo amarillo y lo que hizo Acción Democrática es el chavismo hoy en día. Eso es un proceso de larga data Venezuela.
—¿Una rémora genética?
—No creo que sea rémora. Peor son los partidos tradicionales hereditarios, como existían, por ejemplo, en Perú. No hay grande de España que no sea nieto de una peruana. Ahí sí se mantuvo, justamente, el régimen absolutamente feudal y aristocrático. Aquí no, aquí la aristocracia viene con la riqueza, no es hereditaria.
—¿Los pobres de hoy pueden ser los ricos de mañana?
—Por supuesto, aunque el Gobierno diga que procura una purificación por la austeridad. Aunque el primer paso sea hacer pobres a los ricos y más pobres a los pobres, los nietos de este señor serán oligarcas. Eso es seguro.
—¿Democracia es progreso en Venezuela?
—La democracia significa gobierno del pueblo, pero ¿hasta qué punto es así? ¿Tiene idea el pueblo de lo que es gobierno? La llamada democracia es una característica anglosajona, ninguna otra nación ha tenido una democracia exitosa. Ni Alemania, ni Francia ni España. Los americanos llaman democracia al sistema que ellos han implantado en América, y nunca les ha faltado un gobernante sumiso que les haga caso. Colombia, que es el país que más rencor debería tenerle a Estados Unidos, porque le arrebató Panamá, fue el único país latinoamericano que apoyó a Inglaterra cuando la guerra de Argentina por las Malvinas. Inglaterra y Estados Unidos son la misma cosa.
—¿Prefiere la monarquía?
—Si yo estuviera en España sería monárquico. La monarquía funciona muy bien en Inglaterra, en Holanda, en Escandinavia... En principio, un niño criado desde sus primeras letras para gobernar un país debería ser un magnífico rey, pero la historia ha demostrado que no es así, por la adulancia desde la cuna. Si alguien fue educado para gobernar desde el principio fue Alfonso XIII, y no era una mala persona, ni cobarde...
—Pero fue una calamidad como rey...
—Porque era un Borbón frívolo y puyón. Recién coronado, Alfonso XIII fue a París, y cuando iba en el coche con el presidente de Francia un loco los atacó y mató a uno de los cocheros. Mientras el francés se tiró al suelo del coche para protegerse, el monarca español permaneció impávido, como lo obligaba su oficio de rey. Un rey corriendo es el fin de la monarquía, no hay duda. Eso ocurrió con un hombre tan frívolo como Alfonso XIII, pero que también era guapo. Juan Carlos I resultó demócrata porque Francisco Franco, que era muy astuto, no permitió que lo educara el padre, que habría hecho de él un Borbón cualquiera, borracho y puyón. Es un excelente rey porque no fue educado como Borbón. Un monarca no tiene que ser nada espectacular, sino una especie de poder moderador. Los reyes modernos van quedando como adorno, y eso no molesta.
—En Venezuela se ha impuesto una autocracia...
—La meta del actual mandatario es la ignominia de una dictadura tradicional hispanoamericana, sazonada con un marxismo del cual sólo conoce el desdén por las elecciones. Quiere parecerse a Stalin, que sí fue un gran jefe. El problema del país es que son más los iletrados que no ven lo suicida de la ruta, que quienes la vemos. El chavismo dirigente sabe que las masas no son influenciables por las lecturas que no hacen, y por eso permite a los articulistas exponer sus opiniones sin castigos, amenazas ni presiones. El periódico no tiene el impacto en los grandes centros urbanos que tiene la televisión, que sí influye en tales masas, y por eso clausura televisoras y radioemisoras. La radio llega mucho más, y lo puede tener todo el mundo. Es muy barato y uno puede andar con un radio en el bolsillo a caballo por la sabana; un trabajador puede escuchar radio mientras cumple sus tareas, pero tiene que sentarse a ver televisión. No soy de esos pegados de la televisión. En general me aburre, por estar sobrecargada de publicidad concebida sin ingenio.
—Este gobierno ha hecho campañas para acabar el analfabetismo...
—Si el general Medina hubiera entretenido a sus oficiales enseñándolos a leer, no se habrían aliviado poniéndose a conspirar con Rómulo Betancourt que les ofrecía una vida más interesante. Debo decir que más miedo le tengo a un hombre fastidiado que a un caimán con hambre, que a una cuaima batida o que a un tigre arrinconado. Siempre se ha dicho que no hay nada peor que un blanco ambilado, un negro con real y un indio con mando, yo encuentro que es peor todavía cualquiera de ellos fastidiado. Aquí la gente se está fastidiando y el Gobierno como que no se da cuenta. Gustavo Herrera, que era ministro de Instrucción Pública cuando López Contreras, hizo una campaña contra el analfabetismo y pudo decir: “En Venezuela no hay analfabetas”. Fue verdad, pero lo terrible es que la gente que aprendió a leer se le olvidó, porque más nunca tuvieron un libro en las manos. Es lo que una vez me pasó con el alfabeto cirílico, que yo conocía perfectamente y se me olvidó. Ahora no lo entiendo. Eso le pasa a la gente que aprende a leer, que se le olvida. La lectura tienen que ser constante, no producto de una campaña ocasional. En 1946, Luis Beltrán Prieto hizo otra campaña intensa de alfabetización en todo el país, y obtuvo idénticos resultados, que todos los que aprendieron se les olvidó porque más nunca volvieron a leer. No basta enseñar a leer, sino que es menester que la gente se acostumbre a leer.
—¿En qué va a terminar este régimen?
—No tengo idea. No soy nada optimista frente al porvenir de Venezuela. Ponerse a pensar en las consecuencias del chavismo conlleva un sufrimiento innecesario y prematuro. El Gobierno sigue teniendo un amplio respaldo. Mucha gente cree que quienes pueden mejorar la situación son los chavistas, con el socialismo del siglo veintiuno. Aunque no tiene la mayoría absoluta, tiene más seguidores que sus adversarios. Seguramente tiene la mitad de la población y los otros se dividen la otra mitad. En cuanto al fin del chavismo, solamente lo vería con anhelo si fuera por vía civil, electoral. No creo que un golpe de Estado sea la solución. Encuentro optimistas a quienes dicen que las cosas no pueden ponerse peores. Siempre pueden ponerse peores, siempre pueden empeorar. Nuestros revolucionarios bolivarianos, mejor llamados revoltosos, tienen como meta estratégica la destrucción de todas las pautas vigentes. No discuten si son o no respetables, les basta su existencia para proponerse eliminarlas. La minoría se equivoca a veces, pero la mayoría se equivoca siempre, especialmente aquí en Venezuela. La gente debería estar bastante harta de lo que pasa, y la vieja clase se las está viendo duras. No soy optimista, no.
—¿El Ejército es la única posibilidad de salir de Chávez?
—No hay otra forma de salir de un presidente que no sea mediante el Ejército, la fuerza. De ninguna manera vería yo con alegría un golpe de Estado, es muy poco probable que resulte mejor que esto. El que lo tumbe saldría de la misma madriguera que salió este. El único enemigo que ha tenido el Ejército venezolano es el presidente de la república, jamás ha disparado un tiro contra un ejército extranjero y hemos perdido cientos de kilómetros de territorio. Tampoco ha disparado contra civiles organizados, sólo ha disparado contra civiles corriendo. Este no tiene nada que ver con el Ejército del Libertador, es un invento de Gómez.
—Sí ocurriera un golpe y Chávez contara con el apoyo popular, ¿qué pasa?
—No sé. El apoyo popular es una cosa simpática, pero no puede hacer nada contra las Fuerzas Armadas. Incluso, el pueblo armado, pero sin disciplina, no sirve para nada. Es decir, si no es por un golpe de militares, Chávez no cae.
—Chávez sabe de golpes…
—Estuvo metido en golpes. También Pérez Jiménez, y cayó. Son cosas impredecibles.
—¿Es comparable Chávez con Pérez Jiménez?
—No, no hay la brutalidad de aquella época. Ni este Gobierno merece el tipo de oposición que se le hizo a Pérez Jiménez. Este es el mal gobierno de un loco, no hay la tortura ni las atrocidades de entonces. Se parece en que a donde va se rodea de un cuerpo de ejército, pero más se parece a Gómez porque ahoga la riqueza al nacer, algo que no pasó con Pérez Jiménez. Si se quiere averiguar los defectos de un líder, la manera más fácil y precisa es analizar a quienes lo imitan, que tienen el sexto sentido de imitar lo peor. Pérez Jiménez no le imitaba al general Gómez su respetabilidad y valor personal, sino su codicia y crueldad. Quizás la comparación válida de Chávez sería con Ezequiel Zamora, que tuvo muy poca influencia, pero representó un cambio importantísimo en la historia de Venezuela, para mal. Yo diría que Chávez no es una consecuencia, sino un síntoma de la descomposición general del país.
—Chávez se declaró marxista...
En este momento cuando el comunismo se acabó en el mundo entero, cuando Fidel Castro se acaba, no por los antifidelistas, sino porque tiene más de 80 años de edad, que Venezuela se meta a fidelista y a comunista es un desfase de 50 años. En Venezuela, fue dilema de muchos el decidirse contra la estupidez o contra el comunismo, pero ahora tenemos la comodidad estratégica de que ambos factores forman un solo enemigo: el chavismo. Yo no creo bruto ni cobarde a Chávez; lo creo ignorante y parejero. Le justa emparejarse con los de arriba, una característica muy peligrosa en un jefe de Estado. Una buena primaria en Sabaneta nos habría hecho mucho bien. La carencia de estudios es una desgracia y como tal hay que considerarla. Si es perjudicial en los particulares, cómo lo será en los países que caen en manos desavisadas. Habría que recordar la época de Juan Vicente Gómez y el daño que la zafiedad de su régimen le hizo a Venezuela. Sería pecar de antigomecismo ciego imaginarse que Gómez no hacía lo mejor que creía deber suyo hacer, pero su patriotismo estaba acogotado por su incultura. Creía que su bienestar particular se extendía también a Venezuela y que los beneficios de su mando alcanzaban al país, de ahí que no vacilara en entregarse a unos extranjeros que le garantizaban el mando vitalicio. Su rusticidad no le permitió tampoco una forma de gobierno económicamente racional, que, encima, le hubiera facilitado su básica meta: su enriquecimiento personal. La misma incultura le impidió comprender lo inhumano de su crueldad.
¿No hay la posibilidad de que Chávez aprenda en los muchos viajes que hace por el mundo?
—Si aprende, no será para mejorar. Además, no basta con saber leer, sino que hay que saber entender. Los discursos de Chávez son grotescos. Se nota que ha leído, que haya entendido es otra cosa. Una buena primaria en Sabaneta nos habría hecho mucho bien, insisto, aunque la historia no muestra que los universitarios se hayan desempeñado en forma plausible, pero sería más probable la contingencia. Creo que nuestros mejores mandatarios fueron Vargas, Páez, Rojas Paúl y López Contreras. Pérez Jiménez dejó obras importantes y una economía saneada, pero sus condiciones personales no bastaban para ser presidente ni menos aún general presidente. Una persona por el hecho de ser presidente de Venezuela no deja de ser primitiva y rudimentaria. Quiero que quienes hablan de la inteligencia natural de Juan Vicente Gómez o de Pérez Jiménez me citen una frase, un detalle, que demuestre talento. Gómez lo único que tenía era la genialidad del paleto: sospechaba de todos y de todos. Tener don de mando y gente que se hace matar por uno no supone inteligencia. No pongo en duda la destreza política de Chávez, pero sus puntos de vista son de hace cincuenta años. Para ser un buen gobernante no basta la indispensable cultura, sino que es menester actualizarla y notar que las cosas en corto tiempo se vuelven contraproducentes por anticuadas. Para Chávez, Rusia todavía es la Unión Soviética y Fidel Castro su espejo latinoamericano. No se ha percatado de que hubo un cambio. Cree que el armamento soviético, triunfante contra los alemanes en su momento, tiene ahora la eficacia de aquel tiempo. Hoy Rusia es más la de los Romanov que la comunista de Stalin. Hace medio siglo, el fidelismo era respetable, pero para considerarlo así ahora es menester haber tenido una escuela como la de Sabaneta. El castrismo es una antigualla contra­pro­du­cente. A Pérez Jiménez se le temía, pero no se le respetaba, e éste de ahora no se le tiene ni miedo ni respeto. Empero, lo más deprimente no es la figura presidencial, sino su entorno.
—La gente ha empezado a irse del país...
—Aquí no se veía una emigración como la de este momento desde los últimos tiempos de Gómez, cuando todo el mundo se estaba muriendo de hambre y la gente que podía se iba. En los últimos años de Gómez, mataban las reses en la sabana para vender los cueros por diez bolívares y dejaban que la carne se la comieran los zamuros. El kilo de carne limpia valía un bolívar, pero nadie lo tenía, y sólo Gómez y los suyos podían vender carne o pescado. El principal papel de las alcabalas de Caracas era decomisar esos productos si alguien trataba de introducirlos desde Petare o el litoral. En las ciudades, los sastres aprendieron a “voltear” los trajes de casimir, con lo que les daban cierto aspecto de nuevos. La operación consistía en descoser el traje para volverlo a coser con los recortes volteados, de manera que la cara interna no rozada ni desvaída quedara hacia afuera; naturalmente, las piezas de la derecha quedaba a la izquierda y viceversa, una catástrofe para el bolsillo del pañuelo. Contrastaba aquella privación general con la insolente opulencia de Gómez y de los autorizados por él para robar. Al morir Gómez el país resucitó casi instantáneamente. Los emigrantes regresaron. Ahora yo tengo a todos mis sobrinos viviendo en el extranjero, en Estados Unidos o en Europa. No sé si volverán. Mi sobrino Santiago, que es médico, definitivamente no vuelve. Las hijas se casaron allá y tiene una posición excelente como cirujano. Viene de vez en cuando, pero no creo que regrese. Eso es parte del temperamento de cada uno. Hay gente que puede vivir fuera de su país, yo no podría. La fuga masiva de los jóvenes al exterior en busca de un porvenir menos incierto vuelve actual la vieja sugerencia de modificar la Constitución en sus disposiciones sobre la nacionalidad, y se establecería: “Son venezolanos los que no pueden ser otra cosa”. Se está reviviendo el éxodo de los últimos años gomeros; pero Gómez era ya un anciano, y de éste, no nos refiramos a la edad mental sino a la fisiológica, puede temerse que siga saludable hasta después de haber destruido el país.
—¿Ha hablado con Chávez?
—Quizás alguna vez que fui a algún cuartel, pero a conciencia nunca hablamos. Quizás en una fiesta, pero a conciencia nunca.
—¿Si baja el precio del petróleo, cae Chávez?
—No necesariamente. Si Chávez cae es por un imprevisto, un infarto o algo así. Tengo gran fe en que le dé un infarto. Es lo ideal. Alguien hace algunos años introdujo una demanda de destitución por insania, por locura. Algo pintoresco. No creo que un tribunal lo condene por loco. Creo sobrados de optimismo a quienes suponen que las cosas no pueden ponerse peor. Cuenta Herodoto que el déspota Pausanias I, consciente de ser odiado debido a sus crueldades, se enteró de que un viejo pastor elevaba continuamente preces por su salud y larga vida. Le hizo comparecer y escuchó al anciano decirle: "Mi edad me permitió ser súbdito de Plistarco, que fue un tirano abominable. También de su sucesor Plistoanacte, que fue peor. Después tú, que eres aun peor que ellos. Me aterroriza pensar en tu sucesor". Recuerdo haber leído un libro pleno de pesimismo, y, por lo tanto, de certeza, en el que se afirma que si una cosa puede ponerse peor, se pondrá peor. Yo vivía en el extranjero cuando cayó Rómulo Gallegos y lo celebré con entusiasmo. Poco tiempo después, añoraba a los adecos. No soy nada optimista. Por el momento hay la oportunidad de que se puede hablar y escribir, pero no creo que nos dure mucho. La meta de este hombre, su desiderata, es el fidelismo. Pero hay una gran diferencia: Fidel Castro es un abogado que llegó al poder no por un truco, sino después de pelear dos años en Sierra Maestra.
—¿Puede surgir un militar que desaloje a Chávez?
—Nadie sabe cuando el morrocoy está flaco ni nadie sabe cómo está el Ejército por dentro. Cualquier individuo con mando de tropa puede coger un discurso de Chávez y decir: “Yo lo puedo hacer mejor”. ¿Quién va a tumbar a Chávez? Un individuo igual que él o peor, pero mediante una ilegalidad. En otras partes del mundo, el concepto de rebelión militar es distinto al nuestro. Recuerdo que el 18 de octubre de 1945 estaba yo en casa de Andrés Eloy Blanco y llegó el rumor (no todavía noticia) del alzamiento, y Totoña comentó: "Este gobierno no merece que lo tumben. ¿Por qué no se lo hicieron a Gómez?". Y ese es el concepto general en nuestro país. Eso de que un gobierno "merezca" que lo tumben no es juicio aceptado en otros países, donde se puede o no ser partidario, pero la rebelión es un delito calificado. Este gobierno da cada día motivos para que algún militar sienta que su deber impostergable ha nacido, y se imponga proceder en consecuencia. Pero eso sería resucitar otro perejimenismo y, posiblemente, sin su cobardía irracional. Venezuela tiene mal recuerdo de sus dictaduras. De las decimonónicas sólo la de José Antonio Páez presenta resultados aceptables. La de Antonio Guzmán Blanco realizó obras públicas importantes, pero su exorbitante costo fue en gran parte para forjar riquezas particulares. Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez elevaron la crueldad a sistema de gobierno. Marcos Pérez Jiménez añadió su indignidad para ejercer la presidencia. Es palmaria la incapacidad presidencial de hoy. Si hubiera maniobrado para conseguir la ruina de hoy, estaríamos disfrutando de una prosperidad inigualable. Sin embargo, aunque no se corrija, la creo preferible a un golpe militar que la sustituya. Lo ideal sería, y es imposible, por supuesto, que se corrigiera, pero en vista de lo difícil que resultaría, porque los que lo acompañan no se lo permitirían, sólo queda que se muera de manera natural, y pronto. Todavía esto no es una tiranía, aún podemos hablar mal del gobierno.
—¿Por qué la gente está con Chávez?
—Por reacción contra el pasado, que dejaba bastante que desear. Lo que crea la infelicidad no es la pobreza sino la desigualdad. Una gente pobre se conforma con que arruinen a los ricos, y esa es su mayor felicidad; no les importa quedarse pasando hambre. Así es el género humano. En Venezuela, el amarguismo es una norma política: “No importa que yo esté mal, lo que molesta es que otro esté bien”. Un infeliz lo es menos al ver a los otros en su misma situación. Lo que lo exacerba y molesta es saber que otros no lo sean. Para un menesteroso, la pobreza general es preferible a su estatus presente. La infelicidad es hija de la envidia y se mitiga destruyendo cuanto esté por encima. Muchos optimistas creen que el hambre, al extenderse, generará desencanto entre los chavistas en forma progresiva, sin considerar que un verdadero chavista tiene por desiderátum más que la bonanza propia, imponer la igualdad. Ya que no es posible lograr la bonanza de todos, buscan la igualdad en la penuria, y que se destruya también toda riqueza pública “porque no beneficia sino a los ricos”.
—No se trata sólo de doctrina política, sino también de incapacidad...
—Los gobiernos en Venezuela, en general, han sido incapaces. Este no es más incapaz que los otros. Chávez es un demagogo, hábil. Sabe ganar elecciones y fue preferible, aunque parezca mentira, que ganara el referéndum revocatorio. Si hubiese perdido, no habría entregado y tendríamos una dictadura abierta. Yo tengo una gran fe en que le dará un infarto. Lo ideal sería que lo destituyesen por insania, pero no creo que un tribunal se atreva a condenarlo por loco. Tampoco los bajos precio del petróleo lo tumbarán. Si cae, será por un imprevisto: un infarto o algo así.




[1] Laureano Vallenilla-Lanz Planchart, nació en Paris, Francia, el 6 de agosto de 1912. Era hijo del escritor y periodista Laureano Vallenilla Lanz, que desempeñó posiciones de alta responsabilidad en régimen de Juan Vicente Gómez. Su formación académica la obtuvo en Francia, Italia y Suiza. En 1936 se trasladó a Venezuela y fue gobernador del Distrito Federal. A la caída del presidente Isaías Medina Angarita, se dedicó al ejercicio profesional y al periodismo, desde donde combatió al régimen revolucionario que irrumpió el 18 de octubre de 1945. Después del derrocamiento de Rómulo Gallegos, fue director del Banco Agrícola y presidente del Banco Industrial. Tras el golpe de Estado del 2 de diciembre de 1952, que desconoció los resultados de estas elecciones, fue designado ministro de Relaciones Interiores, desde donde ejerció funciones represivas de toda índole y naturaleza. Intervino la prensa escrita y hablada a través de una junta de censura que dirigió Vitelio Reyes. Sus escritos a través del diario El Heraldo descalificaban a sus oponentes en lo intelectual o en lo político. Al producirse el levantamiento militar del 1º de enero de 1958, su omnímodo poder desapareció. Salió exiliado a París.
[2] Con los nombres de Carupanazo y Porteñazo se conocen dos levantamientos militares perpetrados en 1962 por las Fuerzas Armadas y la izquierda insurreccional durante la presidencia de Rómulo Betancourt (1959-1964). El primero estalló el 4 de mayo, y el segundo el 2 de junio. El Porteñazo fue de mayor magnitud, tanto por las fuerzas involucradas y lo intenso de la lucha como por el número de víctimas: 400 muertos y 700 heridos. La sublevación en la base naval de Puerto Cabello la dirigieron el capitán de navío Manuel Ponte Rodríguez, el capitán de fragata Pedro Medina Silva y el capitán de corbeta Víctor Hugo Morales. Al estallar la insurrección, el Gobierno envió soldados de la Fuerza Aérea y del Ejército que bombardearon y rodearon la ciudad. El 3 de junio, el Ministerio de Relaciones Interiores anunció que las Fuerzas Armadas habían puesto fin a la rebelión.

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