Vete tú
Ramón Hernández
4 de mayo de
2002
I
Cuando
todavía estaba de "presidente en funciones", el sábado de los saqueos
y el silencio, el capitán Diosdado Cabello se asomó a las cámaras de televisión
para soltar una admonición que todavía hoy, a tres semanas de haberla hecho,
retumba en los adentros: "Al que no le guste el proceso revolucionario
bolivariano, que se vaya". Y sin pestañear, colgó la mirada a la nada de
la misma manera con la que Juan Barreto dice que nunca se ha bañado desnudo en
la regadera de la casa ni se ha comido un moco. Prepotente.
Con la misma
arrogancia del dueño del patio que establece las normas y la hora que termina
la farra, el ahora vicepresidente destituido, en un arrebato de estrechez e
intolerancia, mandó a desalojar el territorio nacional, a salir de los linderos
de la patria grande que tanto cantó Alí Primera, a quienes no comulgaran con
sus cuitas y sus ideales políticos. Si hubiesen sido otras las condiciones de
la reconquista del poder, y no una caricatura bufa y desdentada de la toma del
palacio de invierno, probablemente la orden hubiese sido paredón sin la
formalidad del juicio sumario o brevísimo. Soberbio.
Con ese
"te me vas" que no admite derecho de réplica, entrompó lo que el
manual de uso y abuso de Guillermo García Ponce denomina la reacción oligarca,
en una confusión no sólo de tiempos históricos sino de instancias sociales.
Llamar a la mameluca burguesía nacional oligarquía pareciera un acto de cinismo
político, pero viniendo de quien viene está claro que se trata de simple y
vulgar ignorancia supina. Insistir en colgarle el sambenito de oligarcas a la
depauperada y proletarizada clase media profesional es, cuando menos, un
insulto por lo inalcanzable no porque falten ganas. Y a eso vamos.
II
De pronto,
cada quien empezó a "desenterrar" antepasados para ver si por tener
sangre de corsario inglés, de vendedor ambulante canario, de pescadero
siciliano, de sastre napolitano, de albañil gallego, de refugiado republicano,
de agricultor corso, de ruso blanco asentado en Alta Vista, de chino que ofreciera
café a locha, de turco vendedor de cortes baratos, de baisano libanés, de
gitano de Andalucía, de catalán degustador de chistorras y de sobrasada, de
gallego experto en hacer el más grasoso chicharrón con pelo, de carpintero
portugués o de comedor de cocido madrileño y era posible agenciarse del
pasaporte de la Comunidad Europea o de cualquier otro país ajeno a los
trasuntos bolivarianos. De sopetón, los consulados se han llenado de
descendientes de inmigrantes que sin contratiempos y en el término de la
distancia quieren recuperar la nacionalidad perdida para regresar -mejor dicho,
escapar- y olvidarse de ese sabor a derrota que quedó con los acontecimientos
del 11 de abril. Como si hubiera cuajado el consejo admonitorio del ¿ex
funcionario?, Cabello y todos entendieran que de mejores fiestas han sido
botados, y que para estar aquí, sometidos al bamboleo del malandraje
gubernamental y la ausencia de libertades reales, es preferible marcharse a
Miami, aunque se tenga que sobrevivir como el "parquero" de las cuñas
de la tarjeta Un1ca de Cantv, que cambia de carro cada tres minutos.
III
Ante la
inseguridad personal, la pérdida de valores tamo bursátiles como morales, el
descoyuntamiento económico, la caída de la calidad de vida, la ausencia de
oportunidades, la inviabilidad de los negocios, la calamidad jurídica, los
discursos del defensor del pueblo, el terrorismo bolivariano y la intolerancia
de Bernal, los versitos de Tarek, el desempleo, la descomposición social, la
escasez de agua y el ahorro compulsivo de energía eléctrica, las explicaciones
jurídicas del fiscal general, la falta de buenos mecánicos, el hampa
desbordada, la crisis penitenciaria, la corrupción, el deterioro educativo, la
proliferación de niños de la calle y de los recogelatas, el mal estado de las
vías públicas, el cierre de universidades por carecer de recursos, el pesado
tránsito citadino, las cadenas de radio y tevé del mandante, el colapso de los
servicios públicos y la imposibilidad de tomarse un café en paz y sin que nadie
le venga a recordar el mal Gobierno que tenemos, muchos miles de venezolanos
han decidido e-mi-grar, irse para el carajo, pues. A lavar poceta ajenas. No
arrugue.
IV
Creyendo que
de todas las tripas salen morcillas, los ingenuos pretenden seguir el mal camino
de los cubanos que se dejaron espantar por Fidel y abandonaron sus bienes y sus
vidas para convertirse en refugiados, que son los únicos humanos que siempre
huelen mal no importa cuántas veces al día se bañen ni que usen los mejores
perfumes. Tampoco importa cuánto dinero gaste el alto comisionado de las
Naciones Unidas para los refugiados en hacerle ver a los otros que estos
también son humanos; ni tampoco hace mucha diferencia que lleguen con bastantes
dólares en un bolsillo y un título universitario en el otro. Al cabo, los
dólares se gastan y el diploma, por lo general, no es reconocido. Pregunte
cuántos médicos malasios, filipinos, coreanos o latinoamericanos no han podido
revalidar sus títulos en Estados Unidos; tienen prohibido hasta poner inyecciones
y deben ganarse la vida como camareros en los hospitales; pregunte cuántos
ingenieros venezolanos han vendido todo para establecerse cerca de la
universidad en la que obtuvieron el posgrado y resulta que no consiguen trabajo
ni de electricista, y cuando lo obtienen se lo niegan porque están
"sobrecapacitados" para la tarea de bajar el suiche; pregunte cuántos
venezolanos con diplomas de tercero y cuarto nivel están vendiendo limonada en
los centros comerciales de Florida; cuántas se dedican a la prostitución y
cuántos han preferido regresar y no simplemente porque ansiaban el sabor la
arepa, sino porque estaban pasando "el filo hereje". Quítate de la
vía, Perico.
V
Las viejas
enseñanzas dicen que uno nunca debe abandonar su tierra, a menos que sea para
salvar la vida; que uno debe tratar de imponerse a todas las calamidades, sean
del signo que fueren, porque siempre los resultados serán mejores que la huida.
Lo que los venezolanos se disponen a escoger no es la temporalidad del brasero,
que va, cosecha y viene con dinero en la cartera, sino el traslado radical de
su vida a otro territorio, que por lo general no es complaciente ni
hospitalario. Todo lo contrario. Un ejemplo muy cercano es la experiencia
vivida por los asilados venezolanos en México, durante la dictadura de Marcos
Evangelista Pérez Jiménez. Nadie niega que los venezolanos fueron bien
recibidos, que de una manera u otra no se manifestara la tradicional
generosidad azteca, siempre y cuando el asilado no intentara buscar trabajo
porque entonces le arrugaban la cara y se les cerraban todas las puertas. Usted
puede vivir aquí, pero si le mandan el dinero para mantenerse desde su país.
Por supuesto que habrá venezolanos con el guáramo suficiente para aguantar
todas las canalladas, todos los insultos, los desprecios, los maltratos, fregar
las escaleras más oprobiosas y los baños más nauseabundos y prevalecer. Como lo
hicieron algunos gallegos que vinieron aquí, y también italianos, portugueses,
muchos colombianos, dominicanos, ecuatorianos, haitianos y trinitarios, y un
poco menos los refugiados que apuntaron más arriba y salieron escobillando,
pero esa no es la contextura que nos ha forjado la vida muelle a la que nos
acostumbró la renta petrolera, que nos hizo incapaces de hacer la cola en el banco,
cambiar un bombillo, cortar la grama o lavar el carro.
VI
Hay prisa
para dejarles el terreno a los revolucionarios. Urge escapar al orden, no
importa a qué precio. Cometemos el mismo error que, cuando temerosos del hampa,
nos recogemos en nuestras casas y les dejamos las calles libres a los bandidos.
La solución no es irse, es resistir. La presencia en el país, en las marchas,
en los foros, es una forma de combate y una victoria paulatina. La verdadera
derrota es irse, dejarlos campear sin contrapesos y sin oponerse a sus
veleidades. Quedarse es vencer. Cuando, temerosos del paredón, los cubanos
abandonaron la isla, no sólo estaban dejando atrás la patria sino la
posibilidad real de enderezar los entuertos. Ahora la distancia entre los
cubanos de Florida y los que se quedaron es mucho más grande que las 90 millas
que hay entre costa y costa. Son dos sociedades distintas, que pese a los nexos
de sangre y a los culturales se fracturó y la reconciliación es casi imposible.
VII
Yo no
abandono el Ávila, ni el cielo de Caracas ni su tránsito endemoniado. Que se
vaya Diosdado, si quiere, pero prefiero que se quede y aprenda a ser tolerante
y a dudar de que la razón esté siempre de su lado, de su presunta revolución o
de su anacronismo ideológico. Que se quede y lo discuta, pero sin colgar los
ojos en la nada, como si estuviera arrepentido de perdonarnos la vida. No me
voy y doy la pelea, no hay bozal de arepa que defender. Vendo estampillas de
pasaporte inutilizado por falta de uso.
Comentarios