Sobre la violencia en Venezuela
Historia de vida
La cabellera de Génesis Carmona
Graciela Azcárate
Para el
periodista venezolano Ramón Hernández.
“No desconfíes de los muertos que prosiguen viviendo en nuestra sangre. /No
somos mejores ni distintos. /Tan solo nombres y escenarios que cambian. /Y cada
vez que inicias un poema convocas a los muertos. /Ellos te miran escribir. /Te ayudan.
José Emilio Pacheco.
Tarde o Temprano. D.H Laurence y los
poetas muertos F.C.E, 1980.
Foto de Génesis Carmona tomada de un periódico venezolano.
Lo que me sacudió
el alma y me lastimó el corazón fue la
cabellera de Génesis Carmona, ondeando, en brazos de alguien que la llevaba en
moto para salvarla del tiro en la nuca que le dieron las hordas de Nicolás Maduro
y Hugo Chávez.
Sentí que me habían derribado de un tiro.
En la nuca de mi
juventud. En la juventud de otras mujeres.
Ese tiro en la
nuca de la joven venezolana es una metáfora.
Pero como “ya no sé
más quien soy” y he cambiado tanto, no
hice nada de lo que hacía o escribía en otros tiempos.
No me arremangué,
no me indigné y me puse a escribir una historia encendida, ni a despotricar
contra Maduro, Chávez o la izquierda hipócrita latinoamericana.
No hice nada de
lo que hacía habitualmente. Flui.
Me observé desde
afuera como si fuera una extraña.
Y me puse a releer la obra de Teresa de La Parra y me
asaltaron unas enormes ganas de imprimir una foto de ella tocando la guitarra, así
con esa melena esplendorosa de Génesis o de la Ifigenia de su novela.
Una dorada
muchacha de 20 años.
Y me dije esos
versos del mejicano, eso de los muertos que nos ayudan a escribir y recordé lo
que me paso cuando estaba escribiendo la ponencia sobre Juana Azurduy para
presentarla en la Universidad que
celebraba el Bicentenario de Juan Pablo Duarte.
Era evidente que
ellos estaban en mi sangre y me ayudaban a escribir.
Leí el encabezado
de la novela “Ifigenia” que dice así: “A Maria Eugenia la mandan y la mandarán siempre sus muertos”.
A nosotros
también nos mandan nuestros muertos.
Y me di cuenta
que no importa si hablamos de Manuelita Sáenz, de Juana Azurduy, de la ñusta Isabel, de las primas Soublete de
Simón Bolívar en la vida de “Ifigenia” o las tías Arrigueitia en el trasfondo de “Las memorias de la mamá Blanca”, siempre hay una amable anciana, bisabuela, abuela,
madre, o tía solterona que nos cuenta sus confidencias, nos susurra
cosas para después discretamente
esfumarse en el éter.
Cuando en enero del 2014 vi la
foto de la joven venezolana de 22 años muerta tiros en la cabeza por las
fuerzas policiales venezolanas pensé en el poema de Gabriel Celaya y me lo recite bajito:
“Cuéntame cómo mueres. Nada tuyo es secreto:
la náusea del vacío (o el placer, es lo mismo”.
Evoqué otras muertes y las
figuras de otras mujeres venezolanas.
Busqué en mi biblioteca el
libro iconográfico de Teresa de la Parra editado por Velia Bosch, en 1984.
Recordé. En 1993, Velia Bosch fue
invitada a Santo Domingo a un evento de mujeres escritoras y dio una
conferencia sobre la vida y obra de
Teresa de la Parra.
Me regaló los libros “Ifigenia”, “Las memorias de Mama Blanca”, sus
diarios y este álbum de fotografías que tuve la imperiosa necesidad de mirar
una y otra vez.
Pensé en otras venezolanas de espíritu alto.
Teresa Carreño, Velia Bosch, la ensayista Susana Rotker, segunda esposa
del escritor argentino Tomás Eloy Martinez y
escritora de un ensayo sobre las mujeres argentinas y su desaparición y
silenciamiento en la guerra del desierto.
Nacida en
Caracas, en 1954, hija de judíos
escapados de la Alemania nazi de 1933, escribió: “Argentina es el único país de las Américas que ha decidido, con éxito,
borrar de su historia y de su realidad las minorías mestizas, indias y negras.
(…) Es como si las minorías raciales nunca hubieran existido. La negación ha
sido una de las estrategias para lograr su desaparición. Se ha callado u
omitido una realidad, excluyéndola de la tradición y de la historia. El
silencio ha tenido consecuencias asombrosas para toda forma de heterogeneidad
en la Argentina: a los indios, exterminados, no se les concedió ni siquiera el
mito de los orígenes y es rara la historia argentina que comience mucho antes
del período de la Independencia de España.”
Y me sentí tan apesadumbrada de la barbarie machista venezolana que me refugié en la prosa transparente y pura de Teresa.
Puse una foto de ella, joven, hermosa tocando la guitarra en una casa
abandonada de Macuto donde escribió “Ifigenia” en la costa caribeña venezolana,
en 1922.
Teresa de La Parra.
Macuto, 1922.
A la joven
venezolana le pegaron un tiro en la cabeza los patriotas de la Patria Bolivariana
de Chávez y Nicolás Maduro.
Y me vino a la
cabeza la foto de la vieja enajenada, vestida de rojo, caminando por las calles
de Santo Domingo, fotografiada por Mayra Johnson Deprat mientras en un rincón de una plaza de la ciudad colonial, la poeta Chiqui Vicioso
descubría una estatua de Julia de Burgos.
A Julia de Burgos la mató el sistema en Nueva York, en 1953.
Cayó muerta,
alcoholizada, la enterraron en una tumba sin nombre. Mientras el “Infame Sr. X”
como escribió Rosario Ferre posaba de
patriota en Santo Domingo y La Habana.
La otra gran poeta puertorriqueña Clara Lair vivió hasta los 80 años, sola, olvidada de
todos, con sus gatos por única compañía y
ninguneada por la sociedad puertorriqueña.
Hay muchas formas
de darte un tiro en la cabeza.
Todo es metáfora
en nuestras ciudades. Las mujeres son
asesinadas sin pudor en cualquier capital de Latinoamérica.
Es una lenta y
continua muerte.
Es una cadena
interminable de tiros en la cabeza.
Los meses se
desgranan como la vida sin valor de las mujeres.
La indiferencia,
la misoginia, el machismo, el autoritarismo, la exclusión, la pobreza, el
olvido…
Son una
constante. Aquí, en Caracas, en Brasil, en Europa, en Nigeria, no importa el
color, el credo, la situación social, si es rica o pobre, si es estudiante o
ama de casa, profesora o marchanta, política o profesional, si es joven o
vieja.
Santo Domingo está
ensangrentado de muerte de mujeres.
Y nadie dice
nada. Se han acostumbrado a que te quiten
la nacionalidad, la patria y la pertenencia.
O que los sicarios maten por encargo y cuando se dan
cuenta de que equivocaron a la victima vuelven y
reinciden, o matan a tiros a una policía de Amet con cuatro hijos,
después la policía los fusila sin más trámite, o nos fusilan a todas con el cinismo de un
Congreso que nos desangra, y en este caso a todos, a hombres y a mujeres con el
negocio de las habichuelas con dulce de
la Semana Santa, o los millones para los electrodomésticos del Día de la madre
o la réplica de cartón piedra del ministerio de educación para la feria del
libro por 18 millones de pesos.
La indiferencia y
la estulticia nos matan con un tiro rotundo en la nuca.
La cabellera
rubia de Génesis Carmona ondea ante mis ojos y en mi corazón, siento los tiros
en la nuca y entonces para redimirme saco de las redes la foto de las mujeres
deportistas dominicanas y me encomiendo
a mis muertos, a todos los muertos, a
los propios y a los ajenos y les pido
protección para que me ayuden a escribir.
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