La gran pifia de Hemingway: creer en los comunistas
Apuntes de otros encontrados al azar
"Comparado con auténticos combatientes como George
Orwell, la comprensión que tenía Hemingway de las causas que llevaron al
conflicto español estaba seriamente lastrada por sus limitaciones emocionales y
por su adhesión política a la agenda de los comunistas. En los capítulos
titulados 'The Spanish Tragedy' y 'The Politics of Desperation', Lynn y Mellow
respectivamente convienen en que el autor, uno de los nombres más notables que
habían decidido mantenerse fuera de la política durante la Gran Depresión (de
hecho fue fuertemente criticado por su igorancia de las lucha políticas de los
30), fue fácilmente engañado por la progaganda Roja, y por la inteligencia rusa
que operaba en Madrid. Hemingway se negó a creer en 'la evidencia que se iba
acumulando sobre el terrorismo y la traición con que los comunistas de línea
dura subvirtieron la causa de los lealistas' (Mellow, 1992, 50), y así los
comunistas lo usaron como un nombre que le añadía un peso favorable a su causa.
El descubrimiento en 1982 de un despacho
que envió a Pravda el 1 de agosto de 1938 a petición de Mijaíl Koltsov, uno de
los agentes de Stalin y más tarde una víctima más de las purgas, revela la
limitada comprensión que tenía Hemingway de la guerra, viéndola básicamente
como un conflicto entre los 'rojos', o sea, el pueblo del país, y los
'terratenientes absentistas, los moros, los italianos y los alemanes' (Lynn
1987, 449). El ensayo de Pravda deliberadamente elige mostrar sólo a las
víctimas de los crímenes cometidos por los fascistas (...) Los despachos de
Hemingway a Ken, la revista izquierdista americana que aspiraba a la
objetividad y no era partidaria del comunismo, también insisten en las mismas
perspectivas partidistas. El titulado 'Traición en Aragón' (30 de junio de
1938) ridiculiza a Dos Passos, acusa a Robles de ser un traidor, y dice que
Madrid bajo el asedio infernal está tan "libre de cualquier terror como
cualquier capital de Europa" (Lynn 1987, 452).
Su servilismo a la propaganda comunista
queda bien probado en su actitud hacia la muerte de José Robles, un caso
significativo que ningún biógrafo ha pasado por alto en el análisis del papel
de Hemingway como corresponsal de guerra. José Robles era amigo íntimo de Dos
Passos, traductor de sus novelas (Tres Soldados), profesor de la Universidad
Johns Hopkins, y miembro de una de las familias aristocráticas bien
relacionadas de Valencia. Su asesinato a manos de los espías comunistas ('sabía
demasiado del Ministerio de la Guerra español y sobre el Kremlin y no era
políticamente fiable', comenta Mellow, 1992, 507) lleva a Dos Passos a
emprender una investigación. El consejo de Hemingway ('dejar de investigar el
asunto', Lynn 1987, 447) y más adelante su creencia incuestionable de que
Robles era un espía que había sido sometido a un juicio justo (Mellow 1992,
498), y que por tanto recibió su merecido, señalan el punto de ruptura de la
larga amistad de los dos escritores. Añadido al impacto de la ruptura estaba
que Hadley y Kate Smith, la esposa de Dos Passos, habían sido compañeras de
habitación en Bryn Mawr. En palabras de Joe Herbst, Hemingway estaba 'abrazando
al nivel más simple las ideologías de la época en el mismo momento en que Dos
Passos estaba cuestionándolas urgentemente' (cit. en Mellow 1992, 506). Para
1939, Dos Passos consiguió darse cuenta de que Robles 'se había dejado meter en
una encerrona': no en vano le habían avisado de que 'si a los comunistas no les
gusta un hombre, directamente lo fusilan' (Mellwo, 1992, 489). El status
privilegiado de Hemingway como corresponsal de guerra en el Gaylord's, cuartel
general del contingente ruso (Enrique Líster, Juan Modesto, Dolores Ibarruri,
Mijail Kltsov, Pepe Quintanilla, el llamado 'verdugo de Madrid', etc.), su acceso
a lugares y a bienes (coches, gasolina, comida) que no tenía ningún otro
corresponsal ('Gaylord's mismo había parecido indecentemente lujoso y
corrupto', Por quién doblan las campanas, 231), y su convicción muy enraizada
de que sólo los comunistas podían salvar a la República ('Me gustan los
comunistas cuando son soldados') convierten al escritor en una marioneta al
servicio de los rusos (Mellow 1992, 501-503). Tal como lo pone Robert Jordan,
'Aquí en España los comunistas ofrecían la mejor disciplina y la más fiable y
más sensata para llevar adelante la guerra. Aceptaba su disciplina mientras
durase la guerra porque, en su manera de llevar la guerra, eran el único
partido cuyo programa y cuya disciplina podía aceptar' (Por quién doblan las
campanas, 163). Años más tarde, cuando a Castro le pidieron explicar por qué
era inevitable que hubiese ejecuciones en Cuba, dijo, 'Déjenme que les diga lo
que piensa de eso Hemingway: "Las ejecuciones de Cuba son un fenómeno
necesario. Los militares criminales que fueron ejecutados por el gobierno
revolucionario recibieron lo que se merecían" ' (Reynolds 1999,
323)." (173-75)
Sobre el distanciamiento Hemingway-Dos Passos puede verse
también el artículo de Catalina Montes "Algunas consideraciones sobre la
relación Dos Passos-Hemingway, cincuenta años después de la ruptura de su
amistad en 1937" (Atlantis 9 [1987]: 151-6). Según Montes, Dos Passos dio
su propia versión ficcionalizada de esta desavenencia en la novela Adventures
of a Young Man (1939), donde el personaje que representa a Hemingway supedita a
la conveniencia política la fidelidad debida a la verdad de los hechos.
Quizá las visitas "apolíticas" de Hemingway a la
España de Franco en los años 50 y a principios de los 60 fueron una manera de
dar a entender, o de darse a entender a sí mismo, que rojo y azul no eran
blanco y negro sin más, y que había más tonos de gris de los que había querido
creer él mismo, o se había esforzado por no ver. Gris, en toda esa época, mucho
hubo.
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