Censura sin réplica
Ramón Hernández
@ramonhernandezg
El miedo que le tiene el régimen a los medios de
comunicación independientes, a la libertad de expresión, solo es comparable al
que le tuvo Stalin a la ciencia y a los traidores que pudieran revelar sus
gustos secretos por la masculinidad. Cruel y desalmado no le temblaba el pulso
para enviar a un campo de concentración a la mujer que, nerviosa, derramaba al
servir unas gotas del vino dulzón que tanto le gustaba, o para eliminarla si
ese temblor hubiese ocasionado algún daño en su vestimenta o en cualquier papel.
Los regímenes sin contrapesos impiden el
cuestionamiento público y se creen eternos. En la medida en que el minestrón ideológico-doctrinario
que ha secuestrado el Estado venezolano y sus instituciones pretende darle una
vuelta más a la rosca autoritaria que conduce al partido único y demás exclusividades.
El objetivo es aplastar lo antes posible la información libre.
En 15 años la persecución contra los periodistas y
su razón de ser ha sido una constante. Han derrochado dinero a montones en la
construcción de la denominada hegemonía comunicacional, que –aunque poderosa–
no ha funcionado. Por deficiencias propias y de los socios no logran levantar
audiencias ni lectorías. Pobre redacción, pobre estética y pobre contenido.
Además, las preguntas son complacientes y genuflexas, salvo cuando el objetivo
es el adversario, que se tornan en insultos y en caletres denigratorios mal aprendidos. Ante el descomunal fracaso lo que
mejor les funciona es el apagón informativo.
La red más grande de televisoras que hay en el país,
todas manejadas por el gobierno y sus aliados, se encadena para transmitir
comiquitas o boberías mientras el país desconoce hasta los sucesos más
inocentes. No informan ni sobre el tránsito. Todo queda en la vocería del desangelado jefe del
gobierno, aunque están a la vista sus incompetencias comunicacionales y su poco
desconocimiento de los asuntos que aborda.
Mientras el ministro de Vivienda atormenta a la
audiencia “informando” sobre la cantidad de ladrillos que necesita un
apartamento de sesenta metros cuadrados y nunca precisa por qué con tanto
dinero han construido tan escaso número de casas, el gendarme de la censura
audiovisual, Wiliam Castillo, afina sus llamadas para extender y profundizar la
oscurana informativa. No se conforma con sacar canales de las cableras, sino
que ha emprendido una inquisición socialista para que Internet sea tan modosita
e insulsa como sea posible.
Habiendo sido el gran aterrorizador de la comarca,
jefatureaba un equipo de periodistas en el VTV que difamó y sometió al escarnio
público a los directores de Econoinvet con saña y perversión nunca vistas en el
periodismo venezolano, se anuncia como el verdugo que va a “evitar que las
redes se conviertan en redes de terror”. No me jodas, William. Terror fue contribuir
a que cuatro personas totalmente inocentes pasaran tres años presos y perdieran
una empresa que construyeron con trabajo y honradez.
Cualquier puede acceder a los videos colgados en
Youtube y constatar el periodismo de baja ralea, mal documentado y peor escrito
perpetrado contra las casas de bolsa, que disfrazado de cruzada contra los
males del capitalismo fomentaste, premiaste y ejerciste con el dinero de todos.
Esos reportajes son una vergüenza. Tanto sus pruebas como sus afirmaciones
resultaron ser falsas. Todavía me cuesta aceptar que fueron realizados por profesionales
formados en la escuela en la que enseñaron disciplinados y honrados militantes comunistas
como Federico Álvarez, Olga Dragnic, Héctor Mujica y Luis Navarrete, por
nombrar a los más apreciados, que jamás se habrían prestado para semejante canallada.
El viejo refrán dice que los errores de los médicos
quedan ocultos tres metros bajo tierra, pero los de los periodistas siempre
están ahí, en la primera página de los periódicos y, ahora, en los videos que
nunca desaparecen de la red. ¿Ese cruzado es el que va a salvarnos? Muerde aquí.
Vendo tijeras y goma de borrar.
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