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Otra patada a la misma piedra


Verbo
y cuento 
en desuso

En algunas páginas web todavía se encuentran, casi con los mismos términos de entonces, discusiones similares a las que mantenían mencheviques y bolcheviques a finales de la segunda década del siglo pasado. Sorprende la que su estética emula los trazos del realismo socialista que impuso en la URSS, con paredón y campo de concentración de por medio, el “padrecito Stalin” como política oficial del Estado en 1932 con el decreto de reconstrucción de las organizaciones literarias y artísticas.

Todavía algunos desprevenidos creen que esa imposición autoritaria, útil solo para propulsar el culto a la personalidad y la veneración de los dirigentes del partido comunista, era una superación de las corrientes artísticas burguesas -el constructivismo, el impresionismo, el surrealismo, el dadaísmo y el cubismo, por nombrar algunas-que florecían “antes” de fusilamiento del zar Nicolás, su familia y algunos sirvientes.

También sorprende que en tales portales, en los que prevalecen el rojo sangre y el negro oscurantista, quienes aparezcan como responsables jovencitos y no ancianos decrépitos que hayan permanecido en una burbuja de tiempo que les impidió conocer el proceso histórico y criminal que vivió la humanidad con el ascenso al poder del mejor discípulo de Lenin: Iósif Vissariónovich Dzhugashvili, conocido como Stalin, el Koba y otros remoquetes en su doble condición de agente de la Ojrana, la sección especial de la policía zarista dedicada a la represión política, y de bolchevique.

La sorpresa es todavía mayor cuando leemos las declaraciones, opiniones y textos divulgativos de ex secretarios de partidos que fueron precursores de eso que se llamó socialismo con rostro humano y que ahora son propulsores a destiempo de los procesos de Moscú. Claman por férrea disciplina a la cúpula de la organización y condenan, por burguesas, las posiciones individualistas. Vaya, por Dios.

El salto dialéctico cualitativo ha devenido en vulgar simplonería que niega los derechos esenciales del hombre -y también de la mujer, Diosdado- en el nombre de una sociedad más justa y equitativa, pero que, contradictoriamente, excluye a una mitad para favorecer a la otra. Nunca entendieron el concepto de lucha de clases, pero lo han utilizado para perpetrar los peores crímenes en su propio beneficio político. Solo Stalin y Mao son responsables directos de la muerte de 110 millones de personas. Olvídate de la bomba atómica, los mataban de hambre y de frío, de torturas o fusilados y apuñaleados, ambas a la vez.

El socialismo ha sido una coartada para que camarillas, bandas, comanditas, catervas, logias y roscas de diverso signo y específicos intereses se apropien de vidas y haciendas. Hablan de progreso, se dicen progresistas, y de desarrollo, pero se regodean en el oscurantismo, la pacatería y el atraso; cuando escuchan la palabra libertad, sacan las granadas y los fusiles AK-103. Son un fiasco ideológico, un atraso científico, pero se creen dueños del futuro y en lugar de preparación e ideas piden fe a su militancia, obediencia ciega como en los peores tiempos de la Inquisición. No me jodas, Nicolás. ¿Un marxista creyendo en pajaritos preñados?

Desconozco cuántos dirigentes y militantes de base de los partidos que detentan el poder, muy distinto de gobernar, leyeron el ejemplar de Los miserables de Víctor Hugo que por millones ordenó imprimir Farruco Sesto para su distribución gratuita, quizás el país habría ganado más si reparte entre unos cuantos diputados y alcaldes rojo-rojitos del Libro negro del comunismo que editó Stéphane Courtois en 1997, un año antes de que comenzara este proceso bolivariano y anacrónico que aplicó el lema leninista de dos pasos hacia atrás pero nunca uno hacia adelante. Trueco fracaso tumultuario por un buen rato de simple democracia representativa, sin protagonismos huecos ni líderes de papel tualé.

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