Rojo dialéctico
Ramón Hernández
No cabe duda que los domingos son mejores sin los monólogos
del amigo de Alexander Lukashenko y esa mermelada pegajosa de indumentaria roja
y babeante, que aplaude y aguanta las ganas de mear con un estoicismo digno de
mejores causas, como, por ejemplo, cumplir las metas de construcción de
viviendas tantas veces anunciadas como abandonadas sin haber empezado.
Esa sobresaturación de imágenes, palabras y tinturas; de
promesas, regaños y dicterios; de anécdotas, detritus y añagazas por montón, además
de las amenazas reiteradas de reducir a polvo cósmico la bonhomía de un santo y
buena parte de su paciencia infinita, lo que más despierta es conmiseración por
quien tiene que calarse la perorata del guachimán sin entender su verdadera
dimensión: gamelote, materia inservible e improductiva, aunque ofensiva a todo
uso.
Quizás sea producto de una apresurada revisión de textos de
pensadores difíciles de leer y comprender, como Hegel, que lo dudo, o que haya
intentado enterarse de lo que sucede en el país y en el mundo a través de las informaciones
que perpetra la agencia oficial de noticias y los informes que preparan sus
ministros; también es posible que lo haya afectado algo más grave sobre lo cual
no me atrevo a teorizar, pero hechos de esas proporciones le han tenido que
ocurrir para que a boca de jarro llame dogmático al PCV, hasta ayer su mejor
aliado y su faro ideológico, porque Jerónimo Carrera, de manera premonitoria,
hace más de una década alertó que un caudillo le haría mucho daño al socialismo
venezolano. Touché.
No creo que Carrera, que era tan disciplinado y tan consensuado con
los saberes que emanaron de la Academia de Ciencias de la URSS, sea un
revoltoso ni un atrabiliario. No puede serlo quien religiosamente, vaya
herejía, ha escuchado Radio La Habana durante 45 años sin chistar y todavía se
confiesa militante del comunismo.
Ocurre que empiezan a surgir las
contradicciones en el seno del poder, del pueblo todavía no, y aparecen quienes
identifican las diferencias entre el reparto de limosna que son las misiones y el
progreso duradero que se deriva del trabajo. “La gran revolución venezolana
sería industrializar el país. No importa el calificativo, puede ser de derecha
o izquierda, y realizada por cualquier equipo, pero lo importante es que se industrialice.
El mayor peligro de Venezuela son los adulantes”, dijo Carrera en febrero de
2007. Cedo colección, incompleta, de fantasías orales y de las otras.
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