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Mala lengua peor escritura

RAMÓN HERNÁNDEZ

Los mandones escriben mal

Los cínicos afirman que muchos académicos redactan con ese lenguaje retorcido, ampuloso y carrasposamente seco porque es su manera de ocultar que no tienen nada que decir o que no entienden los asuntos que abordan. Por supuesto que muchos que llenan estos requisitos, pero no pocos, lo hacen bien y con conocimiento de forma y de fondo. No es el caso de los que ejercen el poder, que creen que el cargo habilita, que basta tener un par de charreteras o el carnet del partido para ser experto en cualquier materia, incluso la escritura.
Siendo Venezuela un país que mantiene su verbigracia de campamento minero, es obvio que sea casi nula en la influencia de los catedráticos en la vida cotidiana y en la burocracia. El caporal manda, decide, ordena y capa, pero no consulta, sería un signo de debilidad. La universidad no es vista desde el poder como un centro creador de conocimiento ni mucho menos como la suma del saber, sino como generadora de protestas y algarabías, de simple oposicionismo, de oponerse por oponerse, verdadero significado de la palabreja. De ahí que se le trate con tanto desdén en los asuntos presupuestarios y que nunca se le consulte en los aspectos relacionados con las ciencias y los procederes.
El alto índice de enroques ministeriales, uno cada tres meses, en promedio, y la pésima redacción del texto constitucional aprobado en 1999 son las mejores pruebas de que odian a muerte a los expertos, que le temen al conocimiento. De lo contrario ya se habrían apresurado a contratar a un economista de verdad para arreglar las cuentas públicas y a un gramático, como el profesor Luis Navarrete, para que corrigiera la carta magna y no sigamos siendo objeto de burlas y chanzas en el mundo hispano porque el burócrata encargado de las correcciones de estilo prefirió desbarrancarse en ese “todos y todas”, “fiscal y fiscala”, “sillones y sillonas”, antes que preguntar a un buen corrector de pruebas, que también cometen sus tropelías pero con menos saña.
Liquido libro de Mantilla y las cuatro tablas, sin manchas.

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