Cada vez que vea un grupo de ojos de gato recuerde esta anécdota de Cabrujas
—Mi padre hablaba de Filippo Gagliardi como los norteamericanos hablaban de Henry Ford. Digo mal, porque la riqueza de Henry Ford es el producto concreto de una inventiva y de una inmensa capacidad de trabajo. Pero Gagliardi en los años de Pérez Jiménez encontró el “baúl de las morocotas”. Llegó a Venezuela, según mi padre, con los pantalones rotos. De hecho, tuvo que hacerse unos pantalones, nada menos que con la bandera del barco. Ahora me parece estarlo oyéndolo: “Míralo, míralo adonde llegó. Mira el realero que tiene”. En mi casa de Catia, por allá por 1955, vivió un inmigrante italiano. Un día, ese italiano de profesión tornero, descubrió en una revista un anuncio que promocionaba esas señales de carretera que llamamos “ojos de gato”. El hombre recortó el aviso y me hizo escribirle una carta al ministro de Obras Publicas solicitándole una audiencia. La carta fue enviada, pasaron meses y meses, y por fin, el ministro se dignó atender al italiano tornero. Pasó un año y por fin el contrato se hizo realidad. De golpe y porrazo, como solemos decir, el italiano era representante exclusivo de los “ojos de gato” en ese fantástico país en ascenso. Demás está decir que se hizo millonario.
José Ignacio Cabrujas
José Ignacio Cabrujas
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