De cuando Aristóbulo despachaba en la esquina de Salas y negociaba seguros para los maestros y profesoras
Nada de lujos
Ramón Hernández
I
Pocas cosas fueron más sabrosas que comerse una arepa a la que concienzudamente se le ha sacado la masa, se le ha untado abundante mantequilla y, sin darle tiempo a que se derrita, se rellena con queso amarillo o la sustancia grasosa que haga sus veces. Nada es más placentero que darle un mordico sin cuidar que se lleva en la mordida un pedazo del papel estraza y, todavía sin terminar de masticar, pedir el picante o guasacaca, y un cuartico de leche, por favor.
Quizás fue en la avenida Urdaneta, a la altura de Plaza España, donde estaban las mejores arepas de la ciudad y el más sustancioso mondongo de cualquier madrugada caraqueña. No sé si todavía existen, si ahora son ventas de hamburguesas, bombas, chorizones, perros calientes con todas las salsas imaginables y huevos sancochados.
Mis nuevas ocupaciones me han distanciado de las zonas y de la mala costumbre de frecuentar bares en los que es parte principal del rito de pedirle a la mesonera –ahora les llaman de una manera más elegante–, tan pronto como se acerca a atendernos que por favor le pase una pantaletica a la mesa y traiga par de frías como culo de pingüino. Y nadie se ruboriza, ni exige la observancia de abstenerse de proferir palabras obscenas, groserías, pues.
II
La reláfica vino al caso porque a mis adversarios les ha dado por levantarme calumnias que no voy a denominar intolerables –en verdad no me quitan el sueño–, pero que pretenden desestabilizar el régimen. Yo supe, estoy plenamente enterado, de que algunos descontentos azuzados por militares activos de alguna jerarquía y muy pocos sesos intentaron cacerolear en los alrededores de la base área donde ordené resguardar mi nuevo avión. También tengo conocimiento que quieren utilizar el nuevo aparato volador para manipular a los sectores más pobres y vulnerables de la población y malponerlos en mi contra, con fines obviamente inconfesables. Se equivocan de largo a largo, no soy víctima del lujo ni me he aburguesado. Sigo pensando que las hallaquitas de chicharrón de mi abuela fueron los mejores desayunos que he tenido y que sus conservas de coco mis insuperables meriendas, que hoy extraño y confieso que me harían más feliz de lo que soy.
Debo confesar que siempre aborrecí el lujo, la vida muelle, las comodidades y que fue hace poco cuando mi ayudante me convenció de utilizar el control remoto tanto para el aparato de televisión como el VHS. Entendí, que no tenía que estar calándome las lenguaradas viperinas de Marta Colomina o las preguntas de César Miguel Rondón mientras el edecán me buscaba el cafecito, que bastaba pulsar un botón para que Mingo y también Kico desaparecieran de pantalla con sus cuñas de restaurantes y también sus muecas.
Nunca, nunca, y lo juro por esta cruz y por este escapulario, me he sentido a gusto con las comodidades de la vida moderna. Yo aprendí desde muy pequeño a disfrutar del lado duro de la vida: entre una bicicleta con frenos y otra sin frenos, siempre preferiré la última, porque conjuga el placer de la rodada con la aventura del posible descoñetamiento, en el mismo paseo y sin aditivos que, no pocas veces, cuesta en dinero el ojo de la cara que uno puede perder sin sacar nada del bolsillo. Insisto, lo mío es la vida simple.
III
Yo lo dije desde el primer día, y lo sigo repitiendo, pero hay cosas que son exigencias del cargo. Yo, por mi alta condición, no me puedo presentar, por ejemplo, a la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas en traje de fatiga, con botas de campañas, aunque las haya pulido el soldado más eficiente en esos menesteres, pues no estaría a tono con mis colegas del resto del planeta, y más cuando mi humilde persona representa países tan importantes como la República Popular China, y habiendo en el país diseñadores como Scutaro y Ángel Sánchez. Por cierto, ahora que los nombro, ¿quién le dijo a Nelson Bocaranda que una persona de mi investidura podía hacer lo que hace él cada vez que va a Nueva York a pagar el condominio de su apartamento, cada vez con más mora? Yo no puedo, por mi rango claro, pararme en la tiendita que tiene el Mohamed frente al Waldorf Astoria y comprar sin miramientos ni contemplaciones dos gruesas de corbatas de seda Made in Korea. Claro que no me daría pena, pero ¿cómo justifica el gasto la Casa Militar? Queda ahí, imborrable para la posteridad, como las notas que le pasaban los adulantes a Juan Vicente Gómez: “Se gastaron 150 dólares en una gruesa de corbatas, 12 docenas, y 400 dólares en 2 pares de medias”. ¿Dónde estaré yo entonces para aclarar que no son 2 simples pares de media, sino que están inspiradas en un diseño de Frank Lloyd Wright?
IV
La buena presentación no es un capricho, es un mandato de Estado y yo soy un soldado que obedezco sin chistar, no importa cuán grande sea el sacrificio que se me exija. Yo no le saco el cuerpo a la faena ni le tengo miedo a ensuciarme las manos o a partirme las uñas. Pero, póngase usted en mi lugar, Roberto Giusti. ¿Qué no diría usted y qué no escribiría con su pluma filosa si en cualquier inesperada y sorpresiva cadena de radio y tevé, en algún close up para mostrar algún diagrama, cuadro estadístico o mapa hecho con mis trazos infantiles, lo reconozco, aparecen mis uñas llenas de mugre? No dudo me mandaría a que me las lavaras con Ariel o Las Llaves y un buen cepillo. Y ahí está el fariseísmo a que tanto me refiero. Señores de la oposición, ustedes critican por criticar y porque carecen de un líder, de alguien con talante que les saque las castañas del fuego. Si no, como se explica que no haya cuestionamientos de fondo, claro, tampoco los puede haber, ahí está mi obra de gobierno, clara, prístina, reluciente, diáfana, ahí están las estadísticas, los cuadros que prepara Cordiplan, saludos a Jorge Giordani, que si le salen derechitos con las flechas apuntando hacia donde tienen que apuntar y los colores bien escogidos. Es que yo no soy pintor, yo soy un soldado del tamaño del compromiso que se me presente.
V
Para distraer, porque no tienen otro objetivo. Es bueno que la gente lo sepa de una buena vez: la oposición no tiene una estrategia y por eso pierde su tiempo caceroleando aviones y hablando de golpes, que sólo agradece el portugués del abasto. Saludos Joao, allá en Cartanal, de la Panadería Brisas de Madeira. Pues con cada rumor de golpe, aumenta la mesada de dólares que manda a su cuenta allá en Funchal. Claro, pronto les vamos a poner reparo a esos especuladores. Pero antes de que se me olvide, qué le critican al avión nuevo, que tiene jacuzzi, pero si eso lo trae como parte de la oferta, es como el aire acondicionado de los carros, viene instalado de planta; que es muy grande, claro que es grande. Yo no viajo solo, y mi gabinete. No puedo dejarlos solos, y mientras me baño, ¿quién me escucha las ideas que se me van ocurriendo, sin pensarlo, y cómo Adina me frota la espalda? Es el mismito caso del reloj y del ojo de tigre: simple envidia oposicionista.
VI
Así como aquel emperador romano, ¿era romano o inglés, Aristóbulo, que para algo te nombré ministro de Educación? Bueno, lo que quiero decir es que si aquel ofreció su reino por un caballo, yo a veces me siento tentado a cambiar Miraflores por un perro caliente de los que preparan en la calle del hambre en Baruta, que uno se llena la barbilla no sé de cuántas salsas y, uhmm, el sabor las papas fritas crocantes, que sólo de pensarlo se me hace la boca agua. Por cierto, vamos a otorgar microcréditos para que experiencias similares se repitan en otros municipios, en los barrios populares y hasta se puedan franquiciar en Miami, donde ya algunos compatriotas han tenidos experiencias exitosas. Ustedes se imaginan que los venezolanos pongan a los gringos a comer tostones con salsa de tomate, pero de la nuestra. Nuestra ventaja competitiva más preciada, ¿verdad Adina?, son las salsas. Mientras los gringos se limitan al ketchup dulzón, el imaginario popular venezolano, las clases D, E y F –no la oligarquía que tanto frecuenta McDonalds– ha creado salsas de todos los sabores y colores. Yo probé una que sabía a whisky, pero el verdadero éxtasis es lo que llaman la “bomba bolivariana” y que no voy a describir porque pondría en riesgo mi inquilinato en Miraflores.
Está suficientemente claro, que no me he aburguesado, que sigo conservando mis gustos y que soy fiel a mi extracción popular, pero la contrarrevolución, los enemigos del proceso, no pueden verme con un traje bien cortado y bien cosido, y la camisa limpia, porque empiezan a utilizar a los medios en mi contra. Señores, eso es inmoral y antipatriótico. No me queda otro remedio sino decir aquí que los de plomovisión enfocan mi corbata de 500 dólares no para que el hombre del pueblo admire el buen gusto de su más alto representante, sino porque andan buscando una arruguita o una manchita de grasa de empanadas para criticar, o que yo amoneste al edecán que me hizo el nudo, que todavía no he aprendido a hacer, y cause una crisis militar con sus llantos. Voy a decirlo de una vez, no se trata de lujos ni comodidades, sino de necesidades inherentes al cargo, que me ayudan a pensar mejor para poder encontrar soluciones a los graves problemas que heredamos de las cúpulas corruptas, que casi destruyeron el país. Gracias a Dios, aquí estamos nosotros, ocupándonos de cosas importantes, no de la comidilla de la oposición. Remato colección de fluxes y busco bordadora para camisas de estreno.
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