Marxismo y ficción

Deseos no empreñan

Ramón Hernández


A veces los filósofos aciertan y, como los astrólogos, disfrutan de quince buenos merecidos minutos de fama. Otras veces mueren, y sus amigos se esmeran en que su nombre no pase tan de repente al olvido: recuerdan sus luchas, su buen gusto por la comida, su grata –aunque vehemente–conversacn y la particularidad que tenían de no colocar ningún valor ideológico o político por encima de la amistad.
Tan circunstanciales como la muerte y los ahora setentones cantantes de protesta, que siendo más jóvenes viajaban en primera clase para poder entregase con más fuerza al público en sus conciertos en Londres, París y Nueva York, con boletos a precios que ningún obrero podía comprar ni nadie regalaba; tan mentirosos como el estado del tiempo, cuando las tardes soleadas dan paso a la peor de las tormentas; tan irresolutos y pusilánimes como un burócrata en prejubilación, mi amigo filósofo solo sirvió para propalar rencores y mostrarse capaz de entregar la vida a cambio de un imposible minuto de perfección, o quizás un segundo.
Como mi amigo, no pocos filósofos han ocasionado desde el principio de los tiempos, los daños más atroces y hasta matanzas en masa en nombre de una idea, doctrina, o de una teoría, de una razón sinrazón, y si hubieran dejado de azuzar a unos seres humanos contra otros sería más grato respirar, y también ir al mercado. En un luminoso momento, Mijaíl Bakunin, anarquista sin dobleces ni boinas, advirtió que el resultado de cualquier revolución marxista socialista sería una dictadura más represiva y explotadora que el sistema político que desplazara. El tiempo y los millones de muertos que dejaron Stalin y Mao le han dado la razón.
En 1896, Bohm-Bawerk explicómo los errores de la teoría económica de Marx invalidaban sus propias apreciaciones sobre el mercado capitalista. Entre 1920 y 1939,  L. von Mises y F. A. Hayek no solo evidenciaron las debilidades del marxismo como modelo de organización social, sino que también dejaron claro que no había muchas diferencias entre el sistema de produccn capitalista y el socialista, salvo que el socialista carecía del elemento generador de dinamismo y eficiencia: el mercado. El socialismo es, en esencia, un capitalismo incompleto.
El siglo pasado fue el siglo del marxismo, de la gran utopía moderna. En la Unión Soviética, con su modelo de ingeniería social,  el derecho de disentir era "curado" en los manicomios o en el paredón y los más radicales reculaban antes que les tocara el paredón.
La atracción que la intelligentsia occidental ha sentido por el marxismo no se debe a su presunta superioridad como sistema de análisis teórico, sino, quizás, a una peculiaridad ontológico: poder realizar los deseos morales judeo-cristianos sin necesidad de un compromiso trascendente con Dios, que su racionalidad no admitiría. Pueden estar bien con Dios sin necesidad de temerle al diablo, porque si uno no existe el otro tampoco; y si uno no premia tampoco el otro tienta.
Contrario a lo que pregonan, y de lo mucho que les gusta llamarse progresistas, los izquierdistas y sus regímenes son profundamente conservadores y reaccionarios. Temen a los cambios y son renuentes a las búsquedas. La enemistad de los "gobiernos populares" con las más radicales expresiones del espíritu moderno –en arte y filosofía, pero también en el modo de vida y la cultura cotidianaemana del ánimo antiindividualista del pensamiento tanto de Marx como de Engels. La represión en los regímenes revolucionarios contra los movimientos modernistas –mamarrachos les dicen a cubistas, construccionistas, cinéticoso paisajistas– no se debe a una aberración o a una consecuencia indeseada de la filosofía de Marx, sino que son expresión de sus postulados primarios. Marx aseguró que con el avenimiento de la sociedad comunista vendría el fin de la filosofía, el fin de la historia, porque la sociedad alcanzaría un supremo equilibrio. Con tal profecía dejó claro su enorme temor a los cambios y a las transformaciones. Quería un último y definitivo cambio para que fuese imposible cambiar. Logrado el cambio, nadie lo debe cambiar.
En la Crítica al Programa de Ghota, Marx señaló que en la etapa superior de comunismo las necesidades elementales del hombre –su familia, su casa, comida y el cuidado de las enfermedades– serían satisfechas por la sociedad, sin importar la cantidad de trabajo con que fuese capaz de contribuir. Su frase más conocida –"De cada quien de acuerdo con sus habilidades, a cada quien de acuerdo con sus necesidades– puede significar cualquier cosa: para una persona con alguna preparación puede sonarle a demagogia, pero para un ciudadano desarropado puede significar la satisfacción total de su voluntad y deseos. La frase era una vuelta a Juan Jacobo Rousseau y a Enmanuel Kant. Todavía hoy evoca una imagen de armonía universal en la cual los antagonismos psíquicos, políticos o físicos– son resueltos en condiciones que hacen posible la preservación de la identidad personal, lo que es ideal pero no real. En general, los conflictos en 1as sociedades planificadas son de cero suma: la existencia de uno implica la no existencia del otro, sin que nadie le preocupe en garantizar la calidad del salvavidas que está debajo del asiento.
Los descifradores del marxismo insisten en que Marx no escribió utopías ni literatura de ficción, sino que formuló un nuevo pensamiento, tanto en lo filosófico como en lo económico. Y es verdad. Marx y Engels nunca pergeñaron fantasías utopistas como Tomás Moro y Campanella, pero sus frases continúan causando una especial fascinación en un vasto número de intelectuales y los desprevenidos hombres de la calle. Su simple recitación una y otra vez es tan hipnótica como ciertos ritmos populares, uno empieza a sentir como si estuviera viviendo en ese paradisíaco Estado, en el que los unos aman a los otros y se cumple la solidaridad tan pregonada
La dictadura del proletariado ha significado la masacre de millones de seres humanos y el endiosamiento de la violencia como la partera de la historia. Por supuesto, no faltará un militante con labia que diga que siempre los procesos históricos han cobrado vidas, que son el costo del progreso y de los cambios que beneficiarán a todos. Lamentablemente, los resultados han sido en sentido inverso: la rigurosa planificación económica es condición para la más rigurosa planificación política. Con los bolcheviques y sus herederos no desapareció el Estado sino que se hizo más poderoso, más totalitario, más centralista y más ineficiente, incapaz de alimentar a su población.
Como actividad económica, producir botones es un proceso bastante sencillo, siempre que no se haga bajo un sistema en el cual el laberinto de la burocracia y la permisería lo convierta en una pesadilla. Por ejemplo, para fabricar un botón en la Unión Soviética era necesario contar con la aprobación y participación de las siguientes instancias, entre otras: Ministerio de Planificación, Ministerio de Industria Química, Ministerio de Industria Liviana, Ministerio de Transporte y Ministerio de Comercio. Como las decisiones del cogollo en el poder sustituían al mercado, se producían
botones –zapatos, condones o neveras– en cantidades insignificantes o en exceso y de ínfima calidad. La consecuencia más inmediata fue la imposibilidad de satisfacer las necesidades de cada quien.

Así, aunque un obrero, teóricamente, podía vivir dignamente con un salario mucho menor que su contraparte de un país capitalista, pues literalmente se eliminó a los intermediarios que inflaban los precios, en las tiendas había grande colas pero no productos. En 1977, los obreros de dos fábricas en Tula, no lejos de Moscú, se negaron a cobrar los salarios; alegaban que no servía para nada tener dinero cuando no había qué comprar. Siempre se puede empeorar. Remato recuerdos por venir y utopía sin uso.

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