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Los roba gallinas también se dicen revolucionarios




Simón Alberto Consalvi: 

Estamos  patinando en el vacío


Debemos preguntarnos, con objetividad, cuánto años le queda al petróleo como elemento energético fundamental, y si ese tiempo suficiente para llevar a cabo los cambios que se requieren para superar la dependencia venezolana de la renta del petróleo e implantar unas nuevas fórmulas que todavía no sabemos cuáles pueden ser

 La “toma” de Pdvsa, y el rumbo que se le quiere dar, probablemente contribuirán a que se reduzca el tiempo del petróleo en Venezuela. Si Pdvsa deja de ser una corporación estatal manejada por los técnicos y los gerentes mejor capacitados, se podría generar una gran desconfianza mundial, no sólo con respecto a Pdvsa sino también con respecto a Venezuela

 Aquí se le llama revolución a todo, hasta las acciones de los roba gallinas. Basta asaltar el gallinero para ponerle el nombre de revolución
 Los que se iban a ir ya se fueron. Los que quedamos consideramos que no habrá límites en el tiempo para buscar nuestro propio camino de libertad. Estamos condenados, inevitablemente, a correr los riesgos que vengan, y debemos asumirlos, sean cuales fueran


Ramón Hernández

El humo es una distracción, y también un goce estético, un entretenimiento, un amago de tos  y también una pausa. Simón Alberto Consalvi está rodeado de volutas y de “doctos libros juntos”. Perspicaz y certero, no ha proscrito las salidas ingeniosas ni su ingenio ha perdido el filo. Ocupado en hurgar en los recovecos de la historia grande y pequeña, no desatiende –ni dejan de sorprenderlo– los avatares cotidianos, incluidas las cadenas y otras bullangas que se han impuesto en los momentos que corren.
—Trágicamente, se nos acaba el tiempo que tenemos para tomar las grandes decisiones que Venezuela requiere.
Retirado a los campos de la reflexión y el análisis, bien despierto y con restos de cenizas de habano en los aledaños, habla despacio y midiendo el significado exacto de cada palabra, también las sugerencias implícitas y sus retruques.
—Estamos asediados por la anécdota cotidiana y por los nuevos personajes que han tomado la escena. Unas veces nos divierten; otras, nos incomunican.
Es el regreso a la escritura, por lo que el lector tendrá que perdonar los óxidos y desgastes que atenúan la pluma de Ramón Hernández, pero no la ironía de un contrapunteo que ninguno de los participantes se propuso ni previó.
—La palabra cambio posee un magnetismo especial. Siempre nos ha fascinado. Todo el mundo pide cambio, pero nadie se atreve a definir qué cambio quiere. Nadie. Ese es el gran problema.
—¿La obsesión por el cambio ha impedido la evolución natural de las instituciones?
—Venezuela es la nación que más ha modificado las instituciones, lo que ha impedido su normal perfeccionamiento. Cuando alguien trata de buscar una referencia, un documento o un punto comparación, se frustra totalmente: todo es nuevo o todo ha sido abandonado. Tenemos un absoluto menosprecio por la memoria del país, y eso tiene sus efectos en la vida diaria.
—Venezuela es consecuente con el cambio. Tan pronto como se separó de la Gran Colombia, estalló la Revolución de las Reformas, el cambio...
—Aquí se le llama revolución a todo, hasta las acciones de los roba gallinas. Basta asaltar el gallinero para ponerle el nombre de revolución. En cambio, se  menospreció uno de los movimientos de más proyección y de más implicaciones llamándolo La Cosiata, que fue el principio del fin de la Gran Colombia. Posiblemente, por llamarse así nunca recibió la jerarquía que merecía.
—Ha habido mucho verbo y mucha acción en el campo de batalla, pero poco ánimo para construir instituciones...
—Nos hemos contentado con la concepción de la historia de Gil Fortoul o de historiadores similares, o con la versión de Venezuela heroica y de los grandes discursos; pero desconocemos la verdadera realidad del país: cómo era el territorio, cómo vivían los venezolanos, y cuáles eran las costumbres e ideas de la gente que no ingresó a las grandes historias. El enorme valor del libro El país archipiélago, de Elías pino Iturrieta, es que nos da la oportunidad de reconocer lo que era Venezuela entre 1830 y 1858: una nación absolutamente pobre, una visión que no deberíamos perder de Venezuela. Hasta hace 80 años éramos un país mísero. La Guerra Federal tiene fama de haber sido larga y destructiva, pero uno se pregunta, ¿qué pudo haber destruido en un país tan terriblemente pobre?
—¿Consecuencia de las cúpulas podridas?
—No. Es fundamental un análisis ponderado para saber lo que éramos y poder apreciar la transformación del país. Venezuela era uno de los países más atrasados el mundo, pero se modernizó en poco tiempo. Ahora, cuando se habla de un acuerdo nacional, la reflexión debería orientarse a analizar lo que ha significado el petróleo en la vida venezolana y lo que ésta puede ser sin el petróleo.
Parsimoniosamente, va colocando la ceniza del habano sobre un recipiente de piedra. Es su deleite y su manera de que las ideas no se atropellen y salgan en orden, en su exacto sentido.
—Al acuerdo nacional que firmaron Fedecámaras y la CTV le falta un capítulo. Debemos preguntarnos, con objetividad y sin las parcialidades en que generalmente incurren los expertos, cuánto tiempo le queda al petróleo como elemento energético fundamental, sin que a esta reflexión sea confundida con voces de casandra o de apocalipsis. Enfática y reiteradamente, Estados Unidos y otros países altamente desarrollados han declarado su propósito de liberarse del petróleo como energía barata. Las investigaciones están sumamente avanzadas. Los venezolanos tenemos la obligación de reparar en el tiempo que le queda al petróleo como fuente energética primordial.
—¿Cuánto le queda?
—Algunos le dan 30 años y otros 50. Pero no nos detengamos en el número. Vamos a transarnos en 40 años. La pregunta es: ¿son suficientes 4 décadas para llevar a cabo los cambios que se requieren para superar la dependencia venezolana de la renta del petróleo e implantar unas nuevas fórmulas que todavía no sabemos cuáles pueden ser? Eso es crítico en cualquier proyecto político que nos planteemos.
—La dependencia petrolera se está rompiendo con la microempresa, los microcréditos y la multiplicación de los buhoneros...
—El problema es mucho más complejo, y de ahí la fragilidad del momento que vivimos. La “revolución” pretende separarnos de las grandes tendencias mundiales e imponer que la solución está en volver a la aldea. Yo insisto en que el problema va más allá de supuestas revoluciones o de teorías absurdas que apenas se quedan en consignas indicadoras de un gran retraso, como suponer que el conuco, una experiencia del siglo XIX, puede ser la gran solución para estos tiempos. La “revolución bolivariana” es la condena del país a la renta petrolera. La “revolución” ha funcionado, hasta ahora, justamente por el petróleo. Hagamos un ejercicio imaginario: ¿En qué quedaría la experiencia “revolucionaria” si le quitamos la renta petrolera?
—La renta petrolera que mantuvo a la democracia ahora mantiene al “proceso”...
—El gran problema venezolano, para no llamarlo fracaso, es que el siglo del petróleo nos transformó. Salir tan pronto de aquella sociedad políticamente incomunicada, primitiva, rural, palúdica, nos hizo creer que habíamos tomado el camino de la modernización y del desarrollo. Dimos un salto, claro, pero no logramos escapar de la dependencia petrolera, a pesar de que se hicieron indudables e importantes esfuerzos, los cuales se han evadido y no se han discutido. La evasión es una de nuestras constantes más impertinentes. En lugar de debatir por qué no logramos superar la dependencia del petróleo, a pesar de que fuimos advertidos ampliamente, nos contentamos con decir que tenemos petróleo para 200 años más. Sí, es verdad, hay petróleo en abundancia, pero una cosa es tener petróleo para otros 2 siglos y otra que su utilidad siga siendo la misma. No valdrá lo mismo. Una meta prioritaria de Estados Unidos es liberarse de la dependencia del crudo importado.
—¿Del yugo petrolero?
—Los estadounidenses saben que tienen que explotar el petróleo que poseen antes de que deje de ser la gran fuente energética, y pierda su valor. Nosotros, en cambio, debemos determinar cuáles podrían ser nuestras alternativas y cuánto tiempo nos queda de renta petrolera. Esas decisiones debemos tomarlas cuanto antes. Se nos está escapando el tiempo. Trágicamente, la polémica banal nos preside y nos domina. Es inverosímil como algunos ignorantes hablan con un dogmatismo excepcional, y no hay manera de que acepten consideraciones distintas, y en un ambiente de tolerancia. Yo creo que las ambiciones de poder y de dominio son la gran cuestión venezolana.
—Lo que ha llevado al asalto de los cuarteles de Pdvsa...
—La “toma” de Pdvsa, y el rumbo que se le quiere dar, probablemente contribuirán a que se reduzca el tiempo del petróleo en Venezuela. Si Pdvsa deja de ser una corporación estatal manejada por los técnicos y los gerentes mejor capacitados, se podría generar una gran desconfianza mundial, no sólo con respecto a Pdvsa sino también con respecto a Venezuela. Los recientes aumentos del precio del crudo son consecuencia de esta crisis de Pdvsa. Ya aparecemos en el mundo como un proveedor no confiable, que capaz de crear gran inestabilidad e inseguridad en el mercado.
—El país no parece muy preocupado por el negocio petrolero. La gran preocupación son las marchas y contramarchas...
—Nos hemos politizado hasta el grado del delirio y de la tortura. No hay manera de dedicarse al trabajo. Es muy difícil concentrarse. Estamos asediados por la anécdota cotidiana y por los nuevos personajes que han tomado la escena. Unas veces nos divierten; otras, nos incomunican. Lo ocurrido en Petróleos de Venezuela ha reivindicado la participación de la gente. La crisis de la democracia nació de la indiferencia: los partidos se aislaron y la indiferencia de la sociedad fue otro aislamiento. Ahora el país está renaciendo. Las manifestaciones y la inconformidad son la decisión de la ciudadanía de velar por sus propios intereses, sin intermediarios. Soy optimista. Los venezolanos están dando demostraciones fehacientes de su adhesión a la democracia y a la libertad, algo sumamente importante para el futuro del país.
—No siempre ganan los buenos ni las mejores intenciones...
—Todavía pueden ganar los malos, como en las películas de vaqueros. Sin embargo, la realidad no favorece a quienes no comprenden los nuevos tiempos y los retos de transformación: los cambios sustanciales no tienen nada que ver con el dogmatismo ni con la vuelta al pasado. El que pretenda volver al pasado tendrá una vida muy precaria.
—¿Tiene sentido plantearse en estos momentos “una Venezuela pos-Chavez” o se trata de la atracción de siempre por el cambio?
—A quienes no tenemos ánimos conspirativos ni ambición de poder, nos corresponde hacer un gran esfuerzo para escapar de la mediocridad del debate. Los lugares comunes son la única cosecha abundante. No nos estamos vendiendo como iluminados, pero es vital un pequeño esfuerzo: no recurrir a la agresividad por la agresividad misma, la cosa más decadente y anacrónica de la política.
Espera que se le enfríe el café, y en todo su amargor lo disfruta sorbo a sorbo. La excusa para la pausa y la reflexión. Despacio.
—Yo les he propuesto a algunos amigos que fundemos un partido político. De buenas a primeras, parecerá una locura, una temeridad, pero el grupo que imagino tendría la peculiaridad de que sus miembros no podrán optar a cargos ni aceptar posiciones de gobierno. Es la única manera de poder decirle al país la verdad, sin demagogia.
—¿Por qué estamos imbuidos en la desesperación de volver a cambiar?
—La palabra cambio envuelve una trampa. Todos decimos que queremos cambiar (por supuesto, quienes primero hablan de cambio son los profetas de la Quinta República), pero nadie define el cambio. Todos lo concebimos para que cambien los demás en beneficio nuestro; y eso no es ningún cambio. Los cambios son producto de factores históricos inmanejables. Lo discreto, prudente e inteligente es preverlos. El gran cambio que tiene que venir cuanto antes; es pasar de la dependencia petrolera a otras fórmulas que todavía debemos imaginar.
—Ahora, como en los momentos más decisivos de la historia, el país  está ocupado en discusiones baladíes, no en las grandes disyuntivas...
—Nos conformamos con espejismos y nos dominan los espejismos. El gran esfuerzo debe ser la reflexión. Los años de bonanza petrolera nos alejaron de ese propósito: los momentos de satisfacción y opulencia no son los más propicios para tomas de conciencia. Quizás el momento que se aproxima nos obligue a asumir una posición diferente: una participación activa y responsable.
—¿Qué sentido tiene reflexionar cuando las más importantes decisiones se improvisan en las cadenas de radio y televisión?
—Eso entra en el mundo de lo provisional, de lo banal, de lo que no tiene consistencia y no puede perdurar; de lo que puede precipitar la crisis.
—¿Acaso no la estamos viviendo?
—Todavía falta. Falta que los recursos se consuman y ocurran otros problemas más complejos que los economistas ya están anunciando. Es la crónica de un renacimiento anunciado, para no hablar de una muerte anunciada. Debemos pensar en el renacimiento del país. Estamos en la víspera de un proceso arduo, complejo, difícil y muy riesgoso.
—¿No vuelven a ofrecer sangre, sudor y lágrimas?
—No. Sólo nos ofrecen sangre, ni sudor ni lágrimas, y con una gran irresponsabilidad; como una confesión de que son incompetentes para asumir los desafíos. La solución del siglo XIX fue el derramamiento de sangre, y fue absolutamente estéril. Tenemos que tratar de salir de la banalidad, del insulto, de la represión física o ideológica; si no, estaremos propiciando una gran vuelta al siglo XIX.
—¿Es posible evitar el derramamiento de sangre?
—No sólo es posible; es absolutamente necesario evitarlo. No hay razones para muertes. El deseo del pueblo venezolano es de paz y de convivencia, de soluciones más o menos armoniosa. Cuando uno lee el acuerdo nacional, el primer punto que se plantea, y con inteligencia y buena voluntad, es un compromiso para resolver el problema de la pobreza.
—¿No gustan las ayudas de Chávez a quienes le escriben papelitos?
—Pretender resolver un problema tan complejo a través de las dádivas estatales es un error catastrófico. La dádiva, por lo demás, es caótica y escasa: lo que se está dando es casi una limosna medieval. El problema de la pobreza está vinculado con la productividad, el empleo y el logro de condiciones de vida aceptables. Aquí se han hecho estudios muy importantes sobre el problema de la pobreza. En la UCAB, por ejemplo, un equipo muy consistente trabaja sobre la comprensión del fenómeno y las posibles soluciones. Sin embargo, el Gobierno, en lugar de tomar en cuenta esas experiencias y estudios, descalifica a todos los que participan en el gran acuerdo nacional llamándolos cúpulas podridas. Mientras ese lenguaje permanezca, el problema de la pobreza no será resuelto y ni siquiera será acometido. Si el acuerdo tiene alguna virtud, alguna trascendencia es que en el primer punto reconoce que el gran problema venezolano son los desequilibrios y las desigualdades; y que mientras no se resuelvan, tendremos una sociedad injusta.
—Cerro arriba aseguran que la pobreza se debe a que las cúpulas saquearon la riqueza de todos...
—La pobreza se debe a la falta de producción de riqueza. Cuando hubo productividad y empleo, el crecimiento de Venezuela fue considerable, y el drama de la pobreza no tenía las características actuales. La pobreza continuará creciendo mientras no se acepte que la solución está vinculada con la creación de puestos de trabajo y de bienestar.
Saca los fósforos y vuelve a encender lo que queda del tabaco, pero sólo le da dos chupadas y lo abandona. Cambia de tema, sin aviso y sin protesto.
—Lo trágico, ahora, es que parece que quisiéramos ser satélites y no mirar nuestros propios intereses. Podemos ser un país independiente y soberano sin declararle la guerra a ninguna potencia. El interés de América Latina está en lograr compromisos equitativos con Estados Unidos. Es absurdo cerrarnos al mercado norteamericano y cerrar nuestros países a los productos estadounidense. Son negociaciones, arduas, difíciles y complejas, por las diferencias que existen entre el mercado norteamericano y el de América Latina, pero nuestros gobiernos tienen la obligación de velar porque las condiciones que se logren en los tratados sean verdaderamente equitativas. No hay manera de que nos encerremos. Si nos aislamos, nos aíslan.
—¿Vamos hacia un vacío de poder?
—Hay una gran confusión entre el “proyecto” y la realidad. La realidad es muy compleja, pero se insiste en experimentos anacrónicos. Estamos patinando en el vacío, y eso tiene que resolverse, forzosamente, en un sentido u otro: una rectificación o una sustitución. No se puede seguir... ese esquema no funciona.
—Sería desechar la constitucionalidad y el hilo democrático...
—El hilo democrático fue roto y la continuidad institucional también. Estamos viviendo una etapa de ruptura. Claro, uno aboga por soluciones lo menos traumáticas posible, las menos tortuosas, pero las soluciones son inevitables.
—Podemos seguir sin soluciones hasta morirnos de mengua...
—No creo que el país acepte esa resignación. Está demostrando disposición a defender sus intereses y a resolver la crisis. Los venezolanos han comenzado a ser más afirmativos y a buscar soluciones permanentes. Es lo que se palpa. Las bases del acuerdo nacional propuesto por la CTV y Fedecámaras, con el respaldo de la Iglesia, la simpatía de los medios, y la adhesión de muchos otros factores de la sociedad civil, indican que ya se reconoce que ninguno de los problemas capitales del país puede ser resuelto de manera unilateral, o por una sola fuerza, sector, partido o incluso gobierno.
—¿Y por un mesías?
—Tampoco.
—Chávez dijo que ese acuerdo no sube cerro...
—El más lamentable de los errores de la política del Gobierno es desechar toda idea que no provenga de su seno, pues condena toda posibilidad de diálogo. Es como si la mayoría estuviese condenada y tuviera prohibida la posibilidad de un simple diálogo. Por Dios, no se está proponiendo un pacto de gobierno, sino propósitos de concertación. Es la primera vez en la historia que factores como el capital y el trabajo dejan de lado las diferencias y reconocen que el capital no puede funcionar con el único propósito del beneficio inmediato; y el trabajo, por su lado, admite que tampoco puede funcionar a través de un persistente reclamo que no pondere las condiciones en que se desenvuelve el capital. Esa alianza no se había dado nunca. Es nueva y tiene gran validez. Las bases de ese acuerdo van a definir la democracia venezolana, no sólo como una democracia libre, sino también como un sistema que le da a la gente el estatus y la equidad necesaria para evitar que la sociedad funcione a base de los antagonismos o que no funcione por los antagonismos.
—¿Que pasaría si Chávez acepta el acuerdo de la CTV, Fedecámaras y la Iglesia? ¿Saldrían corriendo o rechazarían su participación?
—Se podría abrir una etapa de grandes rectificaciones y sería el fin de los antagonismos y de las peleas a muerte de ahora. No es un acuerdo excluyente. Lo lógico sería que el Presidente lo asuma como un punto de partida para un debate; pero no, el Gobierno no quiere debatir. Sólo quiere considerar sus ideas. Las ideas que no nacen en el Gobierno están cuestionadas, desacreditadas, excluidas; mientras, el país está necesitando un debate lo más transparente posible. A ningún presidente se le había presentado una oportunidad semejante.
—¿Qué papel jugará la Fuerza Armada?
—Es muy difícil desvincularla del proceso, pero me parece temerario señalarle un camino. La FAN debe ser absolutamente institucional, como lo establece la Constitución. La crisis es fundamentalmente política y debe resolverse políticamente. No podemos pensar en la Fuerza Armada como el factor de redención o de rectificación.
—¿La crisis es político vivencial?
—En gran medida. La situación está llegando a eso, a que sea una crisis vivencial. Ha habido una gran carencia de iniciativas y una proliferación de ideas aisladas, anárquicas. Los medios han cumplido un papel fundamental para provocar el debate. En pocas épocas ha habido tanta riqueza de participación y de reflexión. Hay una sed, una búsqueda de luces y un síntoma muy favorable: se están dando las condiciones para una rectificación de fondo, para el surgimiento de una etapa diferente, nueva.
—A pesar de que podría significar el fin del régimen, el régimen ha permitido la discusión... ¿Ese es un ejemplo de democracia como partera de su propia destrucción?
—Mejor que haberlo permitido la discusión sería haberla considerado. La libertad de expresión no es sólo el derecho de decir lo que uno piensa, sino también a que sea considerado lo que uno piensa. Si no, estaríamos como aquel loco que contaba Bolívar, que se subía a las colinas de Atenas a dirigir los barcos que divisaba en alta mar. El orate tenía absoluta libertad de expresión para gritarle las órdenes que quisiera a los barcos, pero ninguno le hacía caso. Lo mismo pasa con la libertad de expresión si no hay quien haga caso y considere que los demás deben ser oídos. Esa es la crisis que atravesamos. Tenemos libertad de expresión, pero carecemos de interlocutor para desarrollar un diálogo civilizado y tolerante. El pacto puede ser la salvación.
—¿De Chávez o del país?
—Del país, en primer lugar, que es lo que finalmente nos interesa y nos mueve a todos. Para comprender este esfuerzo, habría que despersonalizar los factores actuantes.
—¿Olvidarse de Chávez?
—En buena medida. Y que Chávez se olvide de creer que únicamente su proyecto tiene validez y que los demás están condenados, no sirven o son expresiones malditas del pasado.
—Si yo fuese Chávez, jamás pensaría que mi salvación y la de la revolución están en manos de CTV y de Fedecámaras, mis adversarios históricos. Lo lógico sería pensar que se trata de una conspiración...
—Esa pregunta habría que contestarla con otra: ¿Tiene viabilidad el proyecto de Chávez, aislado de todas las otras instituciones del país –la CTV, Fedecámaras, la Iglesia, y los innumerables factores de la sociedad civil– que concurren en este esfuerzo?
—Sí. El proyecto es emparejar por debajo...
—Ese proyecto no es viable. No tiene vida. Va a encontrar un rechazo creciente de la sociedad democrática, y dará su punta en el momento inevitable.
—Después de tres o cuatro meses de protestas en la calle, la gente se fatiga, empaca sus bártulos y se va para Miami...
—Los que se iban a ir ya se fueron. Los que quedamos consideramos que no habrá límites en el tiempo para buscar nuestro propio camino de libertad. Estamos condenados, inevitablemente, a correr los riesgos que vengan, y debemos asumirlos, sean cuales fueran. La situación social va a agudizarse más cada día, y se irá comprobando que “el proyecto” no es factible, no es viable, que por ese camino vamos al fracaso directo o a profundizar más el fracaso.
—Y aparecerá el estado de excepción...
—El estado de excepción tiene sus límites temporales: 30 días y luego otros 30 días adicionales; pero servirá para muy poco. Al final de su implantación, las circunstancias serán peores. Agudizará los factores que lo justificaron y podría ser la manifestación de una crisis irreversible, sin retorno.
—Quizás lo justo sería que Chávez terminara su mandato. ¿Para qué sacarlo del poder a través de una confabulación de las cúpulas?
—No creo que haya tal conspiración. Lo que debemos considerar son los hechos y constatar que el acuerdo nacional no tiene ningún propósito oculto, ni subversivo. Al contrario, es una propuesta transparente. Una contribución para evitar el control totalitario de la sociedad, si persistieran los propósitos de control absolutista.
—Muchos andan desesperados y quieren que esto se acabe de una vez...
—Las cosas hay que verlas con cautela y sin precipitaciones. De la desesperación sólo queda la fatiga y la frustración. En última instancia, los principios no se fatigan. Las instituciones persistirán en la búsqueda de rectificaciones de fondo.
—¿Volver al pasado, a la Constitución de 1961?
—No. El pasado no vuelve, ni a través de ideas ni a través de personajes. Aquí el representante del pasado es el presidente Chávez. El acuerdo es todo lo contrario: un avance en la concepción de los problemas y sus soluciones. No hay regreso posible.
—El acuerdo también fue descalificado “porque se refiere a problemas obvios”...
—No hay duda de que la pobreza es un asunto obvio. Lo que no es obvio es la pretensión de superarla a través de una posición unilateral. Si el Estado tuviera la capacidad de acabar con la pobreza, le bastaría un decreto: “Se prohíbe la pobreza”. Pero el problema es más complejo, aunque sea obvio.
—¿Usted aspira a ser candidato presidencial?
—Ya le dije que voy a fundar un partido político que me prohíbe optar a cargos públicos. Hay que quitarle la idea a la gente de que se puede ser presidente de buenas a primeras. Ese es el cargo más exigente, más complejo y más arduo.
—Igual que el de jefe de la junta provisional de Gobierno...
—Yo creo que aspirar a una posición de esa naturaleza, sin tener las condiciones necesarias y el conocimiento a fondo de los problemas del país, y sin contar con un sólido respaldo, es comprar un ticket para el fracaso y la frustración. Los problemas son sumamente complejos y las soluciones no serán complacientes. Debemos pasar por una etapa de políticas impopulares difíciles de aplicar. No se trata de un problema que puede ser resuelto por un solo hombre, sino de una empresa común que no se crucifique al que esté en Miraflores. Si no, nos estaríamos condenando a darle vuelta a la noria, a consumir presidentes y buenos propósitos.
—Otro pacto de Punto Fijo...
—Un pacto de gobernabilidad. Sin pactos institucionales estamos condenados al fracaso. El renacimiento español posfranquista ocurrió, en gran medida, porque los partidos comprendieron la necesidad de establecer ciertos límites y de cooperar institucionalmente.
—Toda la historia venezolana ha sido un eterno volver a empezar. La transición de que tanto se habla será otro comienzo...
—Los países jóvenes están condenados a ese proceso evolutivo de búsquedas y rectificaciones. Se pierde tiempo y también recursos, con gran frustración de la gente, porque no puedan ser utilizados en grandes empresas reproductivas.
—Con este empobrecimiento progresivo que sufre el país, no es de extrañar un regreso a la ruralidad y que se siembren legumbres y yuca amarga en los jardines de Miraflores...
—Es posible. Lo que sí tenemos que reivindicar, de algún modo, son los manuales de urbanidad y de buenas costumbres de la Venezuela del pasado. Sobre todo en el uso del lenguaje y en el respeto al tiempo de los demás.
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