La felicidad salva vidas
Lisandro López Herrera es oncólogo y especialista en el sufrimiento humano. Siempre ha considerado que el sufrimiento está asociado a la enfermedad. Las personas que ríen poco o carecen de sentido del humor son mas propensas a padecer enfermedades graves como el cáncer. En estos estudios que se basan en el sufrimiento, aparece el humor como una sana forma de escape. En su experiencia, el humor funciona como escudo de defensa ante las enfermedades, dando alivio posterior. López-Herrera afirma que el estudio del humor debe estar vinculado a los valores sociales.
—¿Considera que la humanidad, el mundo, es un campo de batalla, donde los
médicos pueden hacer muy poco más que «reparar», en lo posible, a los heridos y
volverlos a enviar al frente de combate. Si se modifican las relaciones
sociales y se cambia ese medio, ¿es posible que las enfermedades que aquejan al
hombre y de las cuales sabemos que hay muchas que no tienen cura ni aún con
fármacos potentes y aparataje complejo, puedan ser curadas de manera definitiva?
—Primero
debo aclarar que el campo médico no es el placer, el goce humano, sino el
sufrimiento. Sin intención de efectismos patéticos, es obvio que nosotros lo
que vemos del ser humano es su sufrir, sus privaciones, sus dificultades
económicas, sus frustraciones sentimentales, sus carencias afectivas, etc. Todo
eso constituye esa gama infinita del padecer, que es el sufrimiento humano. A
los médicos, en general, les da un poco de vergüenza confesar su interés por el
sufrimiento y tratan de traducirlo a un término más mecánico-físico –“estrés”, algo así como pulsión o tensión–
para no hablar directamente del “sufrimiento”. Yo sí hablo del sufrimiento. Lo
que más me conmueve de mis pacientes, lo que me interesa del ser humano cuando
busca alguna ayuda, es su sufrimiento. El nexo que más importante entre el
médico y su paciente es, justamente, el sufrimiento. Cuando uno aborda la
condición del sufriente, uno encuentra en ese sufrimiento dos vertientes: una,
la que le muestra al médico, que son las manifestaciones de ese sufrimiento en
forma de síntomas y de enfermedades. Por ejemplo, cuando un sujeto va al médico
porque “le duele la cabeza”, el médico indaga las características de ese
síntoma y constata que al paciente le
duele la cabeza los fines de semana. ¡Qué extraño! Le duele precisamente cuando
debería estar más descansado, cuando no tiene más obligaciones que cumplir. La
otra vertiente la constituye una serie de relaciones que se dan en ese paciente
y que tiene que ver con ese sufrimiento, pues se encuentran entrelazadas con
los síntomas tanto en el tiempo como en el espacio. Cuando el médico empieza a
averiguar qué le pasa a ese hombre los fines de semana, qué pasa en su casa, el
paciente le aclara: “¡Ay, doctor, es que usted no sabe lo que es vivir con una
suegra ahí metida. Todo lo que hago está mal hecho, lo que digo son tonterías.
La suegra todo lo revoluciona. Si me siento a leer el periódico, enseguida
aparece: ‘¡Levántate, que vamos a limpiar allí!’. Me hace ver que soy un
estorbo en mi propia casa. Para mí la delicia es regresar al trabajo, donde me
encuentro bien y me siento apreciado por los compañeros, los empleados, las
secretarias, mis jefes, mis amistades, los clientes. Lo que es la casa es un
martirio”.
—¿No es la enfermedad la que produce el
sufrimiento, sino que es el sufrimiento el que produce la enfermedad?
—Yo
diría que las palabras “sufrimiento” y “enfermedad” están separadas tan solo
los métodos utilizados para el estudio de la medicina. Pero desde el punto de
vista humano, sufrimiento y enfermedad son una misma cosa. Uno no podría decir
cuándo termina el sufrimiento y cuándo comienza la enfermedad. Están tan
incorporados el uno en el otro que constituyen una interacción mutua. Hay
sufrimientos físicos y mentales, espirituales y morales. Estas modalidades del
sufrir se imbrican una en la otra. El sufrimiento causa enfermedades físicas y
la enfermedad física, a su vez, causa dolores, pero también causa temores,
modifica las emociones y las relaciones con los demás, lo cual causa otras
perturbaciones físicas. El sufrimiento y la enfermedad forman una pareja
indisoluble, únicamente por técnicas de estudio se pueden separar.
—El contexto en el que se mueve el hombre le produce
las enfermedades. En el caso particular venezolano hay tres o cuatro tipos de
enfermedades que son las que producen mayor número de muertes: los accidentes
de tránsito, los infartos del corazón y el cáncer. Las dos últimas ¿se dan por
las particularidades sociales de país? ¿Es el medio donde nos movemos el que
nos enferma?
—El
medio cultural influye sobre la manera de
enfermarse. El hombre es un recipiente y que en ese recipiente van quedando
huellas. Primero, sus ancestros que, a través de los engranajes genéticos,
actúan desde las generaciones anteriores; luego su pasado, las anécdotas
personales, en especial las casi olvidadas de la temprana infancia. Esas
molduras se modifican a través de la existencia, con su historia y sus eventos
personales. Las huellas mayores son las que ejerce su habitat cultural, que depende del momento histórico, del tiempo y
lugar en el que vive, de los valores sociales, de los valores relacionales. Los
males cardiacos y el cáncer tienen que ver con el ambiente en donde nos
desenvolvemos. Por ejemplo, hay un cáncer que podríamos llamar “de los países
subdesarrollados”, que es el cáncer del cuello uterino, que lo sufren las
mujeres prolíficas, las mujeres que han pasado muchos hombres, con hijos de
diferentes maridos, en las analfabetas, en la clase social más depauperada, con
poco acceso a los medios culturales, de poca higiene personal, que viven en
ranchos, con obligada promiscuidad y con pocas posibilidades de disponer de
aguas servidas y de disposición correcta de las aguas negras. Lo contrario a
eso es el cáncer del colon, que fue lo que le diagnosticaron a Ronald Reagan
cuando era presidente de Estados Unidos. Un cáncer muy sofisticado, propio de
personas que comen muy bien, con una alimentación rica en grasas y muy condimentada, con
hábitos de vida muy sedentarios, con poca actividad física, pero con muchas
tensiones y mortificaciones emocionales por las grandes responsabilidades y
preocupaciones financieras. El prototipo de un cáncer que nuestro pobre está
bien lejos de las posibilidades de padecer. Es claro que para la señora Reagan
será muy difícil sufrir de un cáncer del cuello uterino, tan frecuente en
nuestras mujeres que subsisten en la pobreza. Las enfermedades como el cáncer
están altamente relacionadas con el tipo de vida que lleve la persona.
—¿Existirían, entonces, enfermedades profesionales
no ya por la exposición a un agente físico o de riesgo traumático –por ejemplo,
un obrero que trabaja en una fábrica de algodón o de cemento, y que la inhalación
de fibras o polvillo podrían producirle afecciones pulmonares––, sino la
relación psicológica con la profesión?
—Ya Freud decía que
las actividades más características y definitorias del ser humano eran «amar» y
«trabajar». Por consiguiente, la relación con el trabajo influye en el devenir
de una persona. En estadísticas que se vienen acumulando desde hace más de 60
años con ex alumnos de universidades del estado de Massachusets se demuestra
una relación entre suicidio y cáncer, con la dedicación a profesiones
relacionadas con las llamadas humanidades. En ellos se dan más frecuentemente
esas patologías que en los estudiantes y profesionales de ciencias. El grupo
que presenta el índice más bajo, tanto de suicidios como de cáncer son los
estudiantes y profesionales de las tecnologías más ajenas al ser humano y a su
problemática, como geología, agronomía o veterinaria. Las personas más
comprometidas con los conflictos humanos tendrían más probabilidades de
enfermarse o de morir de dos formas tan diferentes de manifestar el sufrimiento
como el suicidio y el cáncer, que podríamos llamar “enfermedades de la
civilización”.
—¿Cambiaron los parámetros de la medicina preventiva y la curativa?
—Cuando
se estudia el sufrimiento por la manera como el hombre interacciona con otros
seres humanos, aparece una prevención diferente a la que se ha venido practicando
con medidas de higiene. Hay que reconocer también que siendo la situación de
cada uno tan personal y tan individual en la reacción a cada situación, la prevención
también debe ser eminentemente individual. No quiero decir que no deban seguir
aplicándose las medidas preventivas de carácter colectivo que han sido
establecidas por los servicios actuales de salud, sino que una prevención
integral debería incluir también aquellos factores más individuales. Muchas
veces la persona ha sido desatinada, ha “metido la pata”, se ha comportado
torpemente en su relación con otros y la enfermedad en estos casos señala su
torpeza. Por ejemplo, un hombre que cometa la indiscreción de vivir una vida
doble, teniendo, además, sentimientos dobles, tarde o temprano va a vivir el
conflicto, que puede reventar de manera violenta en forma de enfermedad. Es
decir, uno puede ser un indolente, un irresponsable y tener simultáneamente dos
mujeres a las que da igual importancia; pero, en cambio, un hombre cabal, un
hombre apasionado, un hombre lleno de amor, no puede darse el lujo de
compartirse entre dos mujeres, pues es bien probable que la situación le
repercuta en forma de infarto del miocardio. Uno debe prevenirle para que
decida de una vez cuál de las dos va a ser su compañera y alentarle a cortar
con la otra, aunque le sea doloroso, por todo lo que esta renuncia pudiera
implicar. Hay otras situaciones en las que es difícil proteger a las personas,
porque uno se da cuenta de que no ha jugado mal, que se ha comportado lo mejor
posible, pero lo que está mal armado es la trama social en la que se ha
desenvuelto. La miseria y la ignorancia obligadas, por ejemplo, tratándose de
personas con pobreza crítica o la iniquidad erigida en sistema, como le ocurre
a la obrerita que tiene que complacer al patrón o acostarse con el dirigente
sindical para conservar su empleo. Otras veces nos hallamos inmersos en
situaciones colectivas de las que no hemos sido autores. Por ejemplo, la
situación de todos nosotros, que querríamos llevar una vida tranquila, pero
que, sin previo aviso, estamos bruscamente sometidos a la escasez si no
contamos con las posiciones o las influencias necesarias para acceder a los
dólares preferenciales. Cuando uno profundiza en el campo de la prevención, nos
damos cuenta de que hay maneras limitadas de evitar enfermedades y que muchas veces
los intentos chocan con una trama social o con los desatinos de los conductores
de la política o del oportunismo de los poderosos, lo que hace difícil la
protección de las personas con una prevención individual.
—¿A medida que la crisis venezolana se profundice,
la población será mucho más proclive a enfermarse, y no sólo por carencia de
medios para adquirir las medicinas, sino porque de alguna manera somatizará esa
situación social y económica?
—Ciertamente.
Hay tres maneras de responder al sufrimiento: una es con la enfermedad
orgánica, la somatización (enfermarse de una de las enfermedades que conocemos
bien y que pueden llevar hasta la gravedad y la muerte). Otra es por un cambio
en la percepción y en el comportamiento, con un distanciamiento de la realidad,
que sería la enfermedad mental (la locura). La sociedad, nuestro pueblo, exhibe
un comportamiento cada vez más aberrante, menos organizado, menos compuesto. Si
añadimos el uso de drogas, el abuso del alcohol y la generalización de la
agresividad, vemos que el aumento de la destructividad es una respuesta a esta
situación de crisis. La gran cantidad de accidentes de tránsito obedece también
a una combinación de violencia con una aceleración poco juiciosa, usualmente
acompañada de efecto de alcohol o de drogas. Hay, además una tercera manera de
reaccionar al sufrimiento, la llamada sociopatía, las reacciones de la persona
en contra de su ámbito social, que es el criminal usual, el hampón, el
secuestrador, el asaltante de bancos, el saqueador. Un individuo que acorralado
y traumatizado por eventos desgraciados desde su infancia en determinado
momento tiene que escoger entre una enfermedad somática-orgánica o una
enfermedad mental o una enfermedad social. Estamos muy enfermos, pero no
solamente está enfermo el país, Venezuela, sino el mundo. La prevención del
deterioro creciente que se ve venir, como si hubiéramos tomado la pendiente
descendente, únicamente se podrá lograr si se cambia la perspectiva entre los
seres humanos y su relación con el ambiente. Cada vez me preocupa más abordar
el problema de la sociología, el problema de la política, el problema de la
ecología, como médico me siento cada vez más impotente frente a la enfermedad
humana.
—¿Ya no se trata solo de conseguir nuevas vacunas,
de descubrir nuevos medicamentos, de fabricar nuevos aparatos o de hacer
operaciones más atrevidas, eso no será suficiente en un futuro próximo, porque
es el medio social, la forma como está organizado el hombre, lo que le produce
las enfermedades?
—Exactamente.
Yo no creo que esa forma de organización sea obligatoria. No creo que el hombre
esté condenado a la alienación. Creo que debemos tomar conciencia de que nos
estamos matando. No es que tenemos la posibilidad de sucumbir en un desastre atómico
de repercusiones planetarias, sino que nos estamos exterminando como especie a
través de la enfermedad física, mental y social. Estamos perdiendo el combate.
Esa realidad debería convencernos de que los factores que se han puesto en
juego en la edificación de nuestro mundo, de nuestras sociedades, de nuestras
políticas y de nuestros valores, están llenos de defectos y exigen cambiarse
ya, so pena de terminar con la salud y la alegría de la especia humana.
—¿Esa visión de la medicina y de la enfermedad es
compartida por el universo médico o es una corriente aislada?
—Todavía
es una corriente. Para lograr el progreso alcanzado mediante la aplicación
rigurosa del método científico, la medicina –como otras ciencias– ha debido
recurrir a un apartamiento del ser humano. Hoy, muchas de las ciencias están
enmendando esta falla y se esfuerzan en lograr otra aproximación al ser humano.
La medicina también hace esfuerzos de ser cada vez más integral, de fundir los
factores anímicos con los somáticos, de buscar no sólo factores causales, sino
sentido final a los fenómenos vitales. Es claro que dentro de las
especialidades médicas hay algunas más apartadas de ese núcleo humano en las
que la práctica médica sigue siendo un conjunto más o menos complicado de
técnicas, gracias a las cuales se ha logrado dominar algunos aspectos de la
enfermedad humana. La concepción que priva hoy de las enfermedades es una
noción integral, que abarca toda la vida del paciente en su medio ambiente
físico, histórico, cultural, económico, político, etc. De manera que puede
afirmarse que es una corriente médica en expansión en el mundo, aunque todavía
tropieza con dificultades metodológicas para su estudio.
—Son los grandes consorcios transnacionales, los
grandes laboratorios los que deciden qué se debe investigar y qué medicinas se
deben elaborar, qué enfermedades les podrían rendir los mejores dividendos. ¿No
existe una lucha desigual entre la medicina convencional, que tan buenas
ganancias viene produciendo a esos grupos y una que eliminaría los fármacos y la
necesidad de aparatos?
—Por
supuesto, y veremos cómo la medicina pasa a un segundo plano. Cuando el
deterioro de la salud llegue a la escala de que estamos hablando, de toda una
humanidad enferma, la situación se escapará del ámbito de la medicina y será un
problema de política mundial. Esa forma económica de la organización mundial es
un síntoma y, a la vez, una causa de la enfermedad. Somos una aglomeración de
seres humanos reproduciéndonos sobre una corteza terráquea cada vez más exigua
para la población que sostiene, y que nos vemos en la necesidad de disputarnos
unos a los otros con una competencia feroz, que se vale fundamentalmente del
Poder (con mayúscula), que tiene tres variantes: militar, económico y
tecnológico, que les han permitido a algunos países apoderarse de las mejores
tajadas; los que no tienen poder son víctimas de los poderosos que perpetúan y
agrandan sus privilegios y ventajas a través de un régimen sacralizado que se
llama el Derecho. Naturalmente, toda situación injusta genera una reacción, y
por eso vemos precisamente en este momento cómo ocurren una serie de
transformaciones y de eventos mundiales graves, que en el fondo son expresión
de una mofa, de un desprecio de los hombres, de los ciudadanos…
—¿Es
pesimista sobre el futuro?
—Al
contrario, demasiado optimista. Asistiendo a mis pacientes hice estas
reflexiones. Suponía que la ceguera y sordera colectivas eran tan universales
que no era razonable esperar cambio alguno, pero los acontecimientos que se han
venido sucediendo permiten ver cada vez más claro el sentido de las
transformaciones de las reglas de juego que precisan las relaciones humanas.
Tiende a acabarse la hegemonía de los grupos en el poder. Es sobre los valores
humanos recíprocamente interrelacionados que tenemos que lograr un
entendimiento, y no sobre la base de los poderes. Eso es factible si lo tenemos
suficientemente claro y si hubiera suficiente amor y buena voluntad. Si no, el
enfrentamiento se hará por las malas.
—Plantearse una salida en esos términos, ¿no es
irracional?
—Sí,
pero el cambio que hoy exige la humanidad no es una sustitución de los antiguos
privilegiados por otros nuevos, sino una nueva estructura por la que toda la
humanidad pueda esperar un futuro.
—¿Y ese mundo aceptable sería un mundo más simple, sin las comodidades
y el confort de las sociedades modernas, sin ascensores, sin electricidad, sin
nada de eso que ha creado el progreso?
—Yo
diría que habría que desmontar los absurdos a los que nos ha conducido el
endiosado consumismo. Por ejemplo, para regresar del trabajo se tarda hora y
media en recorrer 5 kilómetros. Tiene un vehículo porque vive en una comunidad
de progreso tecnológico, pero está ansioso de llegar a su casa para ponerse su short e ir al parque a trotar 5 kilómetros
de obligado ejercicio diario para mantenerse en forma, para reducir el estrés,
para reducir su colesterol y sus triglicéridos. ¿No es absurdo? Debemos volver
atrás en lo que hemos hecho mal y mantener el progreso en lo que es positivo.
Todo lo que amenace la salud y la dignidad humanas habrá que eliminarlo, aunque
afecte muchos intereses.
—¿Y ese tipo de sociedad no superpoblará al mundo,
porque como no va a haber enfermedades, nadie se va a morir antes de tiempo?
¿No significa eso que van a aparecer nuevos problemas?
—El ser humano forma
parte de un universo de seres vivos. La vida siempre se ha desenvuelto por una
lucha en la que, como lo describieron Lamarck y Darwin, desaparecen los menos
dotados y en la que prosperan los provistos
de mejores aptitudes. La naturaleza tiende a proveerse de verdaderas élites. La
garantía de mejoramiento continuo en los valores humanos estaría encomendada,
según Levi-Strauss, a una función central que desempeña la mujer en esta
estructura, la de ser la gran selectora de la especie. Toca a la mujer la
selección de los mejores varones, los que podrán garantizarle mejor su vida y
la de sus hijos. El acierto de esa selección desaparece y cae en el olvido, por
obra de un juicio humano, bien intencionado, pero equivocado: la sustitución de
esa selección por un Estado benefactor. La mujer no servirá a esa función
importantísima y emulará los intereses del varón. Como ya no debe escoger al
hombre según sus capacidades y sabiduría para sobrevivir, lo escogerá para el
placer, la diversión y el lucimiento. La especie humana se embellece, sí,
pero al mismo tiempo la frivolidad y el
hedonismo se enseñorean de las actividades humanas. Tiende a desaparecer la
función del padre dentro del núcleo familiar. Corresponderá únicamente al Estado
la garantía de proveer sus necesidades. Esta demolición de los roles humanos y
su sustitución por el Estado es un crimen de lesa humanidad, por ser contraria
a la esencia humana y a la naturaleza de la vida. Afortunadamente, se observan
señales de que el hombre está descontento de la superestructura asumida por el
Estado y de su subsiguiente pérdida de individualidad para ser convertido en
“masa”. Aspira, de nuevo, a ser dueño de sí mismo, a volver a ser responsable
de escogencias de las que depende la protección de su salud y de su vida, su
progreso personal y el de sus hijos. Este cambio reafirmará la solidez de la
estructura familiar. Las comunidades volverán a asumir cada vez más importancia
en detrimento del papel exagerado usurpado por el Estado. Nuevamente el hombre
de mejor juicio y más prudencia, el de más coraje y vigor y el de más tino y
decisión, será el que goce de la mejor salud. La salud será lo que debe ser: el
disfrute de la máxima libertad posible dentro del mantenimiento de la seguridad
indispensable.
—Dentro de ese orden sería preciso desechar los
sentimientos de solidaridad, de generosidad que, precisamente, diferencian al
hombre del resto de la fauna. ¿No sería eso dejar que cada quien se las arregle
como pueda de una manera muy egoísta?
—La
civilización occidental se dice romana y cristiana, pero hay cierto antagonismo
entre estas dos concepciones. Cristo preconizó la relación entre los hombres
basada en el amor, un sentimiento de atención, de aproximación y de compromiso
muy concreto. Los romanos, desconfiando de esta solidaridad basada en
sentimientos personales, la fundamentaron sobre el derecho, que supone
obligaciones hacia el prójimo basadas en principios abstractos y un prójimo
también abstracto, que se convierte en el conciudadano y en la humanidad
entera. Mientras el amor promueve la compañía, el derecho empuja al hombre a la
soledad. El amor nos hace individuos, personas; el derecho nos hace masas,
pueblo, abstracciones. Se ha pretendido que existe un cemento emocional que
consolida estas abstracciones, la llamada «misericordia». Yo sostengo que eso
es simplemente un disfraz, una fantasía, para esconder nuestra indiferencia
afectiva. Nadie es capaz de un amor infinito y universal. Si nos dicen que se
desbarrancó un autobús con 30 estudiantes cerca de Mérida, a los
venezolanos nos duele ese acontecimiento
mucho más que el enterarnos de que en una inundación se ahogaron más de 50.000
paquistaníes. Lo que quiere decir que se ama más a los más próximos. El amor es
realista, existencial; en cambio, la misericordia, el derecho, como todas las
estructuras sociales reglamentadas, es distante, cerebral, ideológico. Cuando
se habla de humanizar las relaciones, de lo que se trata es de recuperar la
vida afectiva personal; esto es, la revivencia del individualismo, por encima
del colectivismo y del Estadio paternalista. El individualismo del que hablo
significa ser responsable de las propias decisiones, el de escoger libremente. El
Estado protector propicia la dictadura de la uniformidad, pertenecer al rebaño,
desde la infancia se va acostumbrando al ciudadano a proceder según ciertas
normas de hormiguero, donde no hay dilemas, donde no hay juicio personal, donde
no se ven más opciones que las que permite el sistema para garantizar una estabilidad
sin riesgos ni sorpresas, sin aventuras individuales.
—¿Con la individualidad, nos curamos?
—La
salud es algo relativamente secundario. En las especies inferiores, un animal
herido o enfermo es usualmente dejado de lado, si no es sacrificado, pues sólo
representa un obstáculo para los fines de la comunidad. Los humanos, en cambio,
cuando alguien se enferma, nos detenemos, lo atendemos; algunos, que somos los
médicos, nos llenamos de amor y afecto por él, precisamente, porque está
inválido. Lo acompañamos y tratamos de mejorar su situación. A veces, hasta lo
curamos, para que se incorpore a la tarea común del grupo. La enfermedad
expresa un fracaso adaptativo. Es una reducción de potencial llena de mensajes
didácticos para el enfermo, pero lo que tiene que hacer una población no es
estar pendiente de sus enfermos –para eso están los médicos–, sino dirigir su
atención a sus objetivos individuales y colectivos y llenarse de entusiasmo
para lograrlos, con la convicción de que va en pos de un objetivo importante,
interesante: la salud, que es lo que constituye un pueblo sano. Estoy
convencido de que a medida que se generalice la autoestima, esta energía nos llenará
de fe en nosotros mismos y mejorará la salud.
—¿Tenemos líderes que contaminan de entusiasmo
a la población para lograr esos grandes objetivos?
—Hasta
ahora hemos tenido los líderes que han estorbado, que los han impedido. Esos
líderes han impedido el surgimiento de un verdadero liderazgo, que
indudablemente tendrá que aparecer y hacer sentir su voz.
—¿Está demostrada la relación entre humor y salud?
—La conservación del humor
en un enfermo grave es usualmente indicativo de buen pronóstico, aunque no
existe todavía un instrumento idóneo para la evaluación cuantitativa del humor.
En un estudio realizado en mujeres con cáncer de cuello uterino se pudo
constatar que las pacientes que sufrieron cáncer se percibían a sí mismas como
tímidas, miedosas y tristes, y que podían ser consideradas como resignadas y
sacrificadas, mientras que las del grupo de control que no habían tenido cáncer
se describían como alegres, juguetonas y amistosas. También es interesante
constatar que la distribución geográfica del cáncer, se corresponde bastante
bien con la de a agresividad –juzgada por homicidios y suicidios– y es
inversamente menor en las regiones con más sentido del humor y predisposición
al chiste de sus habitantes. En general, en Suiza y en los países nórdicos, así
como en los germánicos, los índices de cáncer son mayores que en el
Mediterráneo y en los países latinos. Y aunque esta circunstancia se atribuye a
la densidad de población, a la industrialización y a la alimentación, en
realidad también se constata que existe una gran diferencia de carácter entre
esos pueblos. En un mismo país, las zonas de menor frecuencia de cáncer
responden a aquellas que tienen un carácter en el que cuenta más la
participación del humor. Por ejemplo, en España hay un claro contraste entre el
carácter de los catalanes y el de los andaluces. Bretaña, al norte de Francia,
es donde hay más índices de cáncer y coincide con el carácter más adusto de los
bretones. La resignación, la entereza y el estoicismo se consideran las
actitudes más propicias para la aparición de esa enfermedad.
—Debería potenciarse el buen
humor en las escuelas...
—Obviamente. Es más, nunca
he entendido por qué los maestros tienden a castigar a los niños que se ríen. Generalmente
es así y lo que suele suceder es que el maestro se siente dolido o enfadado con
los niños que ríen porque suelen ser los más listos, lo cual se traduce en ser
los más críticos. El humor es una forma de crítica. Es un tipo de respuesta
cuando no hay otras respuestas. La risa es la reacción en el límite. Es decir,
cuando no es posible la acción se sella la impresión con un reflejo: la risa.
—¿Hay alguna diferencia
entre el humor masculino y el femenino?
—Eso es como preguntar cuál
de los dos sexos es más inteligente. Me recuerda ese chiste en el que un
individuo le dice a su pareja: El hombre es más inteligente que la mujer ¿No lo
sabías? Y ella le responde: “¿Sí? ¿Desde cuándo?”.https://www.youtube.com/watch?v=TwPMYm137DY&hd=1
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