Juan Carlos Rey:
Sin partidos democráticos
no hay democracia
Cuando los partidos
fallan, la tentación es sustituir la democracia con modelos “populistas” y
“plebiscitarios” basados en una figura con apoyo popular. La historia indica que
estos experimentos llevan al fin de la democracia, nunca a su fortalecimiento.
Son un retroceso
El pueblo, evidentemente, se equivoca. Se ha equivocado
muchas veces, pero que se equivoque no quiere decir que el elegido no tiene
derecho a gobernar. Es muy preocupante que el presidente Chávez tienda a
interpretar literalmente que él, como fue elegido por el pueblo, el cual nunca
se equivoca, puede hacer cualquier cosa. No, eso no le da derecho a hacer todo
lo que crea bueno.
En un país como Venezuela, en que los partidos han sido
fundamentales para hacer la democracia y construir el Estado moderno, prescindir
de los partidos es el desastre, el vacío. Se equivocan estos jóvenes que creen
que se puede hacer política sin partidos, que ellos, como son chéveres, manejan
Internet y saben idiomas, pueden asumir las responsabilidades de los partidos. La
muestra es la lamentable torta que están poniendo esos muchachos que se presentan
como redentores
Ramón Hernández
En las colinas que
rodean el valle de Sartenejas, la neblina es espesa y la humedad empapa sin
recurrir al escándalo de la lluvia. Apartado del ruido y del corneteo que emana
de la mermelada de automóviles que es Caracas, Juan Carlos Rey dirige la Unidad
de Ciencia Política del Instituto Internacional de Estudios Avanzados, IDEA; y,
poco a poco, se incorpora al debate político, luego de un receso no previsto, y
por razones de salud. Profesor jubilado de la Universidad Central de Venezuela
y analista político de largo aliento, participó en la Comisión Presidencial para
la Reforma del Estado, Copre, y en los intentos frustrados de reforma constitucional
que sabotearon los partidos políticos tradicionales en el segundo período
presidencial de Rafael Caldera.
— El referéndum puede ser una solución de emergencia para
ayudar a conservar y fortalecer la democracia representativa, pero no debe
sustituirla.
Atiende en una oficina
sin lujos y sin adminículos informáticos, con un estante en el que se hallan
los libros imprescindibles y las revistas especializadas que acaba de traer el
correo. Sobre la mesa, sin aspavientos ni carátulas de lujo, reposa una
manoseada fotocopia de la Gaceta Oficial
extraordinaria en la que se publicó la Constitución de la República Bolivariana
de Venezuela.
—Hugo Chávez y Carlos Andrés Pérez se parecen muchísimo,
muchísimo...
Afuera empezó a
llover. Adentro, una taza de café vacía y un vaso con agua hasta la mitad
sustituyen las viejas bocanadas de humo de dos fumadores empedernidos.
—En los países
templados se aprovecha la estación del frío para pensar. Con esta temperatura
tan agradable, ¿sobre qué piensa usted?
—Mejor no pienso mucho. No es muy agradable el panorama. Es
un lugar común decir que atravesamos la peor crisis del siglo XX y que no se le
ve solución. Yo, al menos, no le veo solución. Produce preocupación, angustia.
La tentación es protestar, pero no va a ayudar mucho. Lo único en lo que puedo
contribuir es en hacer observaciones para que los partidos tradicionales se corrijan
y para que el Gobierno no incurra en disparates muy graves. Mi recomendación es
que todos, en la medida de nuestras capacidades y el sitio en que estemos,
contribuyamos a mejorar el país, pero no tengo una fórmula mágica y espero que
nadie la tenga.
—Una fórmula mágica
sería más peligrosa...
—La historia demuestra que las fórmulas mágicas, en un
sentido u otro, son peligrosas.
—¿Cómo llegamos a
esta situación?
—Es la acumulación de pequeños defectos que no se
corrigieron y que se agravaron, por la idea de que había tiempo para
rectificar. Los partidos tradicionales tenían conciencia de la terrible
situación en que nos encontrábamos, sabían que por esa vía íbamos a la
catástrofe, pero se negaron a tomar las medidas necesarias. Es como la persona
a la que le duele un diente y dice que tiene que ir al dentista, pero pasa una
y dos semana y no va. Cuando le vuelve a doler, dice que la otra semana, y así
va retrasando la visita hasta que se produce un absceso, lo que implica una
operación mayor o la pérdida del diente. Eso le pasó a los partidos. Todos
estaban conscientes de que se requerían reformas importantes, pero decían la
semana que viene, el año que viene, después de las elecciones, y se les fue el
tiempo. Es impresionante cómo, durante la segunda presidencia de Rafael
Caldera, los partidos pospusieron e incluso sabotearon las reformas
constitucionales.
—Mientras, los otros
se ganaban la voluntad de las masas...
—Exactamente. Los partidos tradicionales se negaron a
cambiar, a hacer un mínimo de reformas.
—Quizás no eran
políticos sino personas que se aprovechan de una situación que los favorecía...
—Esas personas fueron políticos muy destacados y muy
hábiles, pero se apoltronaron. En los años 70, los líderes políticos
venezolanos, fuesen adecos, copeyanos, mepistas, urredistas o masistas eran
dirigentes formidables en relación con los argentinos, chilenos y colombianos.
Se pregunta y se
contesta:
—¿Qué les pasó? Que se sintieron satisfechos y no estaban
dispuesto a mejorar, ni a ponerse al día, ni a renovarse ni a permitir que las
juventudes accedieran al poder. Impresionante. Cuando se empieza a hablar de
reforma del Estado y se crea la Copre, los partidos son insensibles al cambio.
La sociedad civil se muestra dispuesta a que se hagan reformas en el sistema
electoral, pero nadie se preocupa de lo básico: la reforma y democratización de
los partidos. Se decía que la democracia venezolana no era responsable frente
al elector, que los elegidos sólo se preocupaban de conservar su poder y sus
privilegios, y que se desentendían de sus promesas; algo absolutamente cierto.
Sin embargo, creyeron que la solución era hacer cambios electorales, pasar del
sistema de listas al nominal, cuando lo esencial era imponer la democracia
interna en los partidos: elecciones por la base, efectivas y periódicas, que
obligaran la competencia para escoger candidatos y autoridades en todos los niveles.
Pide más café. La
memoria es un raro instrumento de la razón. Como no hay cigarrillo que aspirar,
saca el pañuelo y lo vuelve a guardar.
—Como la Copre no veía con buenos ojos los cambios del
sistema electoral, se le acusó de ser muy conservadora; empero, la reforma que
proponía era lo más revolucionario: que todos los cargos de elección, desde el
presidente hasta el último concejal, fuesen escogidos mediante elecciones
internas en los partidos y no mediante las componendas de los cogollos. Eso
hubiera sido un factor de rejuvenecimiento y de modernización de los partidos,
pero no lo quiso nadie. La democracia interna fue el cambio al que más se
opusieron todos los partidos. Todos. Copei, AD, el MAS y La Causa R, que eran
totalmente oligárquicos y lo siguen siendo.
—La falta de
adecuación a los nuevos tiempo voló a los partidos del mapa, lo grave es que
los nuevos tampoco son democráticos...
—Exactamente. Proyecto Venezuela y el Movimiento V República
no tienen democracia interna, el factor más importante para modernizar el
sistema político. No se ha tenido claro que una democracia no se puede hacer
sin partidos democráticos, tanto en lo ideológico como en su organización
interna. Si uno piensa en lo que ha pasado, debería llegar a la conclusión de
que con partidos como los venezolanos tampoco puede haber democracia, pues
carecen de democracia interna. Cuando los partidos fallan, la tentación es sustituir
la democracia con modelos “populistas” y “plebiscitarios” basados en una figura
con apoyo popular. La historia indica que estos experimentos llevan al fin de
la democracia, nunca a su fortalecimiento. Son un retroceso.
—La democracia de la
que habla este Gobierno no es la misma a la que usted se refiere...
—La definición más sencilla y verdadera es que democracia es
gobierno de la mayoría; no sólo que el gobierno haya sido elegido por la
mayoría, sino que también actúe de acuerdo con lo que le ha prometido y
ofrecido a la mayoría. Uno de los grandes problemas de la democracia venezolana
es que los gobiernos elegidos por las mayorías, pero no actuaban conforme a
esas mayorías. Al no hacerlo, frustraban las esperanzas y, entonces, la mayoría
no se consideraba representada sino traicionada. Un típico ejemplo es la
segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez, que fue elegido recordando el “aire
populista” de su primera presidencia, pero una vez en el poder anunció el paquete
de medidas y se empeñó en hacer un gobierno contrario a lo que la gente
esperaba. Responder a la mayoría es una condición de la democracia, pero no
sólo eso es democracia, sino que supone un universo limitado por el derecho y
las instituciones políticas. Sólo porque ha sido elegido por la mayoría, el
gobierno no puede hacer lo que quiera. No. Tiene unos límites señalados por la
Constitución, las leyes y la división de poderes. A veces se pretende que el
gobierno de la mayoría puede hacerlo todo. “Voz del pueblo, voz de Dios”, “el
pueblo nunca se equivoca” es un decir que le gusta repetir al presidente
Chávez, pero hay que recordarle que quien hizo popular ese dicho fue Rafael
Caldera, cuando perdió ante Lusinchi. Cuando uno ha sido derrotado, decir “el
pueblo nunca se equivoca”, puede ser elegante y hasta simpático, pero que lo
diga quien ha ganado puede ser sospechoso.
—Las equivocaciones
del pueblo no restan legitimidad...
—El pueblo, evidentemente, se equivoca. Se ha equivocado
muchas veces, pero que se equivoque no quiere decir que el elegido no tiene
derecho a gobernar. Es muy preocupante que el presidente Chávez tienda a
interpretar literalmente que él, como fue elegido por el pueblo, el cual nunca
se equivoca, puede hacer cualquier cosa. No, eso no le da derecho a hacer todo
lo que crea bueno.
—No se trata de
perfeccionar la democracia, sino de instaurar un nuevo sistema, por eso hablan
del “proceso”...
—Es lo que a muchos nos preocupa del Gobierno. Yo pienso que
“el proceso” no es algo inevitable. Una forma de evitar que sea inevitable es
fortaleciendo la oposición y tratando de que las personas que integran el Polo
Patriótico entiendan que por esa vía se va a la pérdida de la democracia y al
desastre.
—Este gobierno empezó
con el apoyo de amplio sectores y lo ha perdido, pero continúa con un gran
sustento popular, ¿acaso se está instaurando una dictadura de la mayoría?
—Nosotros tratamos de que haya una contradicción entre los
términos dictadura y democracia, pero es evidente hay dictadura de la
democracia y dictadura de la mayoría. La democracia se convierte en dictadura
de la mayoría en la medida en que no reconoce los límites existentes por encima
del poder de la mayoría. Existe un libro de Jacobo L. Talmon que se llama La democracia totalitaria. Un posible
origen del totalitarismo está en la forma de concebir la democracia. Para
Rousseau, la voluntad de la mayoría, la voluntad general, es la voluntad ética.
A partir de ahí se puede autorizar que la mayoría encabece la dictadura de la
virtud, como trataron de establecerlo los jacobinos en la revolución francesa y
como han tratado muchos demócratas radicales.
—Se habla de
democracia verdadera...
—Los límites del gobernante son absolutamente necesarios
para conservar la democracia como la entendemos en Occidente, que es
constitucional y liberal: una forma de gobierno en la que se funden los
principios democráticos con los principios liberales de limitaciones al
gobierno y de libertades públicas. El gran reto de las democracias occidentales
es conservar el difícil equilibrio entre esos dos componentes.
—Eso se logra con las
elecciones...
—Con las elecciones y con la vida diaria; con lo que hace el
gobierno y con lo que hace la oposición, y también con lo que hace la opinión
pública. Para que una democracia conserve las formas constitucionales es
importantísimo lo que hace la opinión pública, pese a que el gobierno se sienta
muy dolido con la forma como lo tratan los medios de comunicación.
—El gobierno se
sustenta en el apoyo que le brinda el pueblo, pero su punto de contacto con él
es el MVR, un partido que no es democrático: sus dirigentes han sido impuestos
por una cúpula.
—Esa es la gran debilidad del Gobierno. La tentación de una
persona como Chávez, que tiene una gran popularidad, es construir un gobierno
basado en su encanto personal y en el apoyo directo de las masas, sin una organización
política muy grande. Hacer una democracia plebiscitaria, que es como se ha denominado
ese tipo de gobierno desde el primer Napoleón hasta Napoleón III. Un gobierno
de tal estirpe es efímero. Puede durar unos años, pero se derrumba estrepitosamente.
Se adelanta a la pregunta
y obvia las especulaciones teóricas del periodista.
—Una democracia es estable y durable si se apoya en un
partido de masas. Claro, también puede construirse un partido totalitario para
penetrar todos los sectores de la sociedad y controlarla; que sea la correa de
transmisión de las órdenes del Presidente o de la cabeza del partido. Ese es un
peligro. El otro es la democracia de masas sin partido, que se apoya en la
burocracia estatal o en el Ejército, el modelo de Ceresole, en el que el
caudillo se conecta directamente con el pueblo, tiene el apoyo del Ejército, y
el partido es absolutamente secundario. No me cabe duda de que hay personas
dentro del Polo Patriótico o del antiguo Movimiento Bolivariano 200 que están
de acuerdo con ese modelo. Pero parece que muchos sectores del Movimiento V
República son partidarios de un partido más bien tradicional, de tipo comunista
o peronista, populista, que organice las masas para militar en los barrios, en
los comités de base, en los sindicatos, y llegue a organizar y controlar la
sociedad. La cadena de mandos tradicionales del Ejército, en cambio, lo que
espera es que el pueblo quiera al presidente y al Ejército, que esté tranquilo
y que obedezca, y que no esté en la calle agitando. Se puede intentar hacer
compatibles los dos modelos, pero entre ellos hay una evidente contradicción.
—Unos hablan de
movimiento cívico-militar y otros de militar-cívico...
—Yo creo que en lo que, para simplificar, podemos llamar
“chavismo” hay un elemento militar partidario del ordeno y mando, de disciplina,
de efectividad en la transmisión de las órdenes del Presidente, y de que todos
me hagan caso, que es el modelo original del MBR-200; y hay también el modelo
populista, el de las antiguas personas de la izquierda y de URD que integran el
Movimiento V República, de un partido que organiza a la sociedad y es capaz de
movilizarla. El choque entre ambos es evidente: son dos modelos contradictorios.
—¿Cuál es la posición
del presidente Chávez?
—A él le gustan las dos cosas. Quiere ser comandante en jefe,
pero le fascinan las masas. Le encanta que lo quieran y lo adoren, que lo
abracen. Chávez entra en éxtasis en presencia de las masas. El drama es que
ambas cosas no son compatibles. Tarde o temprano tendrá que elegir una. Es muy
cómodo tener a las masas agitadas, incluso usarlas como un arma para atemorizar
a los enemigos, pero a los militares no les gusta ver las masas en la calle
fomentando disturbios.
—Hay muchos rumores y
ruidos de sables...
—Es lógico que los haya, pero esa no es la solución.
—¿Cuál es la
solución?
—Que Chávez oiga a la gente. Aunque me llamen ingenuo, yo
confío en la racionalidad de las personas. Con la experiencia y los golpes, la
gente puede aprender y rectificar. El presidente Chávez debe darse cuenta de
que no tiene la llave de la verdad y que es mentira que la voz del pueblo sea
la voz de Dios. Nadie interpreta la voz de Dios ni nadie puede decir qué es lo
que quiere Dios. Lo deseable es que el Presidente se dé cuenta de que hay que respetar
los derechos de las minorías. Los derechos, no los privilegios. En Venezuela,
las minorías han gozado de unos privilegios inadmisibles en una democracia, como
que los empresarios tengan, para su beneficio, una representación corporativa
en los entes del Estado, un privilegio inadmisible.
—Si Chávez no ha
tomado ninguna medida económica distinta a las que tomó Caldera, ni ha habido
expropiaciones, tampoco ha nacionalizado los bancos, ni nada de lo que hubiera
hecho un gobierno populista, ¿por qué no marcha la economía y se mantiene la
recesión?
—Entre otras cosas, porque habla mucho; y habla
imprudentemente. Lo que la gente entiende como mensajes directos o indirectos
en sus declaraciones públicas aterran al que tiene algún patrimonio o no lo
animan a invertir. Se pueden expropiar tierras y hasta puede justificarse, pero
no hay que anunciarlo para ganar votos. Da la sensación de que Chávez lo dice
para ganar los votos o el aplauso de unas cuantas personas que piden tierras.
Una reactivación de la reforma agraria que implique expropiaciones puede
justificarse, pero hay que hacer planes y conseguir consenso, no anunciarlo
porque a mí se ocurre. El Presidente tiene muy mal organizadas sus declaraciones
públicas. Muchos de los rechazos a Chávez son más por lo que dice y cómo lo
dice, que por lo que hace.
—¿Inmadurez política?
—Creo que sí. La “experiencia política” del Presidente es
muy mala: la conspiración, que lo que enseña es a fingir, a disimular, a pasar
agachado.
—Los otros, que
tuvieron becas para estudiar en universidades del exterior, saben idiomas y
navegan en Internet, no lo hacen mejor...
—Una cosa que sorprende agradablemente es la juventud de
primera que se ha desarrollado en el país en los últimos 30 años. Uno encuentra
en los periódicos artículos de opinión, de gente que uno no conoce, que
asombran, qué inteligentes y qué bien hechos. Ha habido un progreso intelectual
muy grande, pero ningún progreso político. Entre otras cosas, porque los
partidos políticos tradicionales fueron reactivos contra las personas jóvenes e
inteligentes. Nadie que fuera joven e inteligente hacía carrera en esos
partidos. Antes que ser el “sigüí” de un viejo al que menospreciaban, quizás
injustamente, buscaron destacarse en la empresa privada o en las profesiones
liberales. Ese desprecio y rechazo de lo político los ha llevado a una manera
muy simplista, y neoliberal, de interpretar la política: que todos los partidos
son malos y que lo que cuenta es la sociedad civil.
—Ahora todos quieren
ser sociedad civil...
—En un país como Venezuela, en que la sociedad civil siempre
ha sido, no digamos amordazada, sino tutelada por el Estado, está muy bien
propugnar su autonomía. Pero, igualmente, en un país como Venezuela, en que los
partidos han sido fundamentales para hacer la democracia y construir el Estado
moderno, prescindir de los partidos es el desastre, el vacío. Se equivocan estos
jóvenes que creen que se puede hacer política sin partidos, que ellos, como son
chéveres, manejan Internet y saben idiomas, pueden asumir las responsabilidades
de los partidos. Pues no. La muestra es la lamentable torta que están poniendo
esos muchachos que se presentan como redentores. Se aliaron con el chavismo
para destruir a los viejos partidos, pero no han podido sustituirlos. La política
es una carrera profesional a dedicación exclusiva. Betancourt llegó a presidente
después de más de 30 años de no dejar ni una hora de hacer política. Caldera lo
mismo. Estos jóvenes se creen que pueden ahorrarse ese tránsito con un diploma
universitario, dinero e idiomas, y no es así. Quizás en cinco o diez años
pueden convertirse en líderes políticos y organizar partidos. Por ahora, son
grupos de amigos que se reúnen y creen que pueden sustituir la organización y
el contacto personal con una página web.
—“Internet no sube
cerro”...
—Iba a decirlo. Esa frase de Ibsen Martínez lo describe muy
bien. Sociedad civil es todo lo que no es Estado en el sentido estricto, pero
el perfil de esa sociedad civil parece ser clase media alta, descendientes de
blancos y con estudios en el exterior. En la sociedad venezolana, esta clase media
y media alta tiene un porcentaje mayor que en Africa, pero sigue siendo una
minoría. Y cada vez será menos. Tendía a ampliarse en Venezuela, pero eso se acabó.
—Chávez dice que
trabaja para que Venezuela sea un país de clase media, no de pobres...
—Eso fue lo que trató de hacer el puntofijismo, pero se
acabó el dinero.
—La izquierda
universitaria que fracasó en los años 60 en la toma del poder, de repente
despierta y se encuentra que sin hacer absolutamente nada, se ha presentado un
señor, muy carismático, dispuesto a hacer la revolución que ellos soñaron, no
importa cuán anacrónica sea ni que el muro de Berlín haya sido derrumbado...
—En todo el mundo, las perspectivas políticas no son nada
gratas. Lo que escriben los líderes socialdemócratas y socialcristrianos
europeos es totalmente mediocre. No tienen ninguna visión del tercer mundo, ni
les interesa. Las internacionales socialista y socialcristiana se han
convertido en agencias para hacer negocios entre líderes del primero y del
tercer mundo, para hacer contactos e invertir y tener comisiones. Seamos
generosos, digamos que son negocios e inversiones para favorecer a partidos
hermanos...
—¿Se acabaron las
utopías?
—En el primer mundo, sí.
—¿Y en el tercer
mundo?
—Entre nosotros, todavía no. En Africa, la utopía es salir
de ahí, de ese infierno. La salida individual tiene que ver con los pobres
negros que se embarcan en cargueros para morir en las bodegas o para vivir
pasando hambre en los tugurios de las ciudades europeas. La salida grupal es el
mesianismo, más o menos religioso, incluyendo el islamismo. La perspectiva que
se le abre al mundo es de pesimismo.
—A partir del 30 de
julio se acaba la provisionalidad. La Asamblea Nacional será el contrapeso de
Chávez.
—Eso cree usted.
—Es lo que cree el
país y lo que repite el Gobierno...
—En la Constitución Bolivariana apareció de repente una cosa
rarísima, que se incluyó en los dos últimos días de discusión de la Asamblea
Constituyente de 1999 y que está relacionada con la reforma de esa Constitución
Bolivariana y con las funciones de las futuras asambleas constituyentes, las
cuales tendrán todos los poderes: podrá cambiar la Constitución y hasta
destituir al Presidente y a todos los poderes constituidos. ¿Cómo se convoca?
Con un simple decreto del Presidente en Consejo de Ministros. Las decisiones
que tome, incluida la nueva constitución, no necesitarán ser sometidas a
referéndum. Es increíble, y eso no lo sabe el país. En los proyectos de
constitución presentados a la Constituyente de 1999 había un referéndum previo:
si el presidente quisiera convocar la Asamblea Constituyente, debería someterlo
a un referéndum que también aprobaría las bases de las elecciones. Después
había otro referéndum, no sólo aprobar la nueva constitución sino también todo
las decisiones tomadas por la Asamblea Constituyente. Todo eso desapareció en
la Constitución Bolivariana, cómo es un misterio. En el libro de actas de la
Asamblea Constituyente está turbio; para mí, no fue aprobado por la plenaria.
—¿Es un poder extra
del Presidente?
—Con ese artículo de la Constitución Bolivariana, si el
contralor o la Asamblea Nacional crean problemas, un decreto del consejo de
ministros puede convocar la Asamblea Constituyente para reorganizar el poder
público. Esa Asamblea no tiene límites, puede hacerlo todo. Lo único que se
necesita es tener alta una popularidad de las encuestas que indique la posibilidad
de obtener mayoría de votos. En la forma de elegir la Constituyente tampoco hay
límites.
—Que haya aumentado
la abstención de manera geométrica, ¿significa que hay un desencanto del venezolano
hacia la política?
—Claro. En las elecciones en las que ganó Chávez, ¿cómo no
iba a haber desencanto hacia la política? AD, a última hora, se fue a apoyar un
candidato que ideológicamente estaba en contra de lo que ese partido dijo
siempre y sacrificó al secretario general en el que había puesto todas sus
ilusiones; y Copei dejó a Irene una semana antes de las elecciones para apoyar
a Salas Römer. Es lógico que la gente esté desencantada. ¿Cómo puede haber entusiasmo
si las elecciones que estaban preparando para el 28 de mayo eran lo más turbio
y falta de transparencia? La vía es que los partidos se democraticen y hagan
verdaderas reformas. Sin embargo, AD impuso hace poco una decisión con una
mayoría circunstancial; lo que quiere decir que insiste en las viejas prácticas.
Copei igual. Estos dos partidos tienen que cambiar, los jóvenes tienen que
organizar una oposición y el MVR tiene que moderarse y no ser prepotente.
—¿Por qué la
población no se da cuenta de la diferencia que hay entre lo que hace y lo que dice
la nueva clase política?
—La gente está enterada de pocas cosas, pero por sobre todas
las cosas, la gente está, perdone la palabra, arrecha, muy arrecha, con lo que
le hicieron AD, Copei, el MAS, el MEP y URD, que no hizo más porque no tuvo
poder, pero mientras lo tuvo cometió todas las abominaciones. La gente está
furiosa y con razón. Cuando la gente se dé cuenta que no se ha hecho lo que
esperaba, vendrá la gran frustración. Y esos son los peores momentos
históricos; es cuando vienen los Hitler, los caudillos totalitarios y los
totalitarismos.
—¿El capitalismo
totalitario?
—Es una de las posibilidades. Lo que dice Chávez sobre lo
que le gusta y en lo que se inspira es preocupante: el otro día ponía como
ejemplo de democracia lo que propugna El
libro verde del coronel Muammar al-Gaddafi. Quisiera
creer que no es eso lo que quiere. Me preocupa cuando hace grandes elogios de
China, de Cuba y de Irak. Algunos han dicho que lo único que es evidente en
Chávez es su anticapitalismo, pero no es exacto: en China que hay un capitalismo
de Estado y de inversiones extranjeras; y también Cuba va por ese camino. Ese
podría ser un modelo atractivo para él. En el chavismo hay muchos matices y
componentes, incluso contradictorios. Están en plena lucha interna hasta en la
mente del Presidente.
—¿Venezuela es un
campo de experimento de las ideas de Ceresole?
—No creo que haya que convertir al sociólogo argentino en
protagonista. Ha tenido una mala influencia sobre los que ocurre en Venezuela,
pero no creo que pueda decirse que lo que pasa aquí es su culpa. Hoy en día el
pobre Carlos Marx no está de moda, pero merece la pena recordar lo inteligente
que era este señor y los formidables análisis que hizo. Una de las obras más
sensacionales de Marx es El 18 de
brumario de Luis Bonaparte. En el prólogo señala que en esa obra demuestra
cómo la lucha de clases en Francia y la situación social crearon las
condiciones para que un individuo mediocre y hasta grotesco, como Bonaparte
III, sobrino de Napoleón, se convirtiera en un héroe. La obra es maravillosa.
Muestra que las condiciones personales son pura anécdota. Igual pasa en las
situaciones similares, como las de Venezuela. En una situación en la que los
partidos han sido derrumbados y hay un vacío total de poder, alguien asume el
liderazgo social. Fue Chávez, pero pudo ser Arias o Visconti. Lo personal es
anecdótico, lo importante son las condiciones que hacen posible una quiebra
social, como decía Gramsci, una situación de crisis de la hegemonía, que
posibilitan que un caudillo se convierta en héroe, y es lo que ha pasado en
Venezuela.
—Pero...
—En el análisis histórico, la personalidad cuenta mucho para
entender la coyuntura política. Me he lamentado mil veces por carecer de las
dotes de un escritor y poder comparar el segundo gobierno de Carlos Andrés
Pérez con este de Chávez. Los elementos singulares de los personajes son
importantísimos para explicar los detalles, las coyunturas y las modalidades.
La crisis, en cambio, plantea un problema objetivo para el que alguien tendrá
una solución subjetiva.
—¿Se parecen CAP y
Chávez?
—Muchísimo, muchísimo, muchísimo, muchísimo, muchísimo.
Muchísimo. Ambos entra como en éxtasis en contacto con el pueblo; lo que decía
Gonzalo Barrios de Pérez, que le faltaba un poco de ignorancia, es también válido
para Chávez. Si se quiere son anécdotas, cosas secundarias, pero las
personalidades son idénticas: el ego de uno y otro son de una similitud
impresionante. Pérez, en la primera presidencia, quiso ser el líder del tercer
mundo; Chávez aspira a ser no sólo líder venezolano sino también suramericano y
modelo para el mundo.
—¿Bolívar tiene algo
que ver con el bolivarianismo de Chávez?
—Sospecho que no. No me atrevo a hablar sobre quién era
Bolívar, porque yo mientras más leo sobre el Libertador, más me confundo.
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