Esta farsa nos harta


 Elías Pino Iturrieta:

 Esto es de paciencia y salivita


El historiador vuelve al tema de la ciudadanía y a la repulsión que el hombre común le tiene a las revoluciones. “En la medida en que se le ofrece un laberinto diario, la gente asume que corre peligro. Este señor me está metiendo en un mapa que no es el mío, me está derrumbando mi casa modesta o opulenta. Voy a hacer algo. Agarro mi banderita y salgo a marchar”

“No veo ninguna posibilidad de guerra civil. En un carnaval no hay guerra civil, tampoco en una zarzuela. Existen algunos elementos preocupantes, pero todavía podemos salir a cenar a la Candelaria sin que nos pase nada, a menos que tropecemos con un malandro, que es parte del paisaje desde hace mucho tiempo; no lo trajo Chávez en el equipaje. No estamos en vísperas de una matazón, pero cónchale, la farsa nos harta y nos llena de coraje cívico”

Ramón Hernández

Elías Pino Iturrieta no ha abandonado el cigarrillo, aunque se lo ha propuesto y el tamaño minúsculo de su oficina lo aconseja. Doctor en Historia y director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Católica Andrés Bello, es un conversador de memoria prodigiosa y palabra afilada, cortante. 
—Somos rehenes de Hugo Chávez, como afirma Simón Alberto Consalvi.
Ex decano de la facultad de Humanidades y Educación de la UCV y ex presidente del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos, entiende que la reconstrucción del pasado, como faena académica, debe poner a los hombres y a los tiempos en su lugar.
—Venezuela vivió una armonía pagada por el petróleo, y cuando se le desgarró la base material de esa armonía no se dio cuenta. La sociedad venezolana ve pasar el caracazo y cree que es algo transitorio; ve pasar el viernes negro y no capta la magnitud de la fractura, cree que con un remiendo basta. Poco a poco, comienzan a desnudarse las llagas de un país informado, educado, y bien comido, pero con problemas. Cuando brotan las porquerías de la sociedad venezolana, nos hacemos los pendejos para no olerlas. Ante el racismo y el desprecio de unos venezolanos hacia otros, nos hacemos los locos. Esa es una posible explicación para entender por qué desembocamos en el chavismo.
Natural de Boconó, estado Trujillo, es dueño de una pluma severa, que aguijonea con humor sin temerle a la verdad, que siempre duele y deja sus moretones.
—En 1830 hay una fractura seria, una toma de conciencia. Se incita a la creación de la ciudadanía, y se propone la competencia y la responsabilidad individual en la búsqueda del bien común, pero no mira por toda la sociedad, sino que deja de lado a la masa empobrecida. Luego, cuando los notables y los propietarios ven la posibilidad de que los estratos inferiores asalten el poder, llaman a la antirrepública, es decir, a José Tadeo Monagas, un hombre de armas, para que imponga el orden. El paraíso desaparece y se inicia una historia que llega hasta Hugo Chávez Frías. Florecen los personalismos que no existían, la corrupción que no existía, y el parasitismo que se estaba liquidando. El alejamiento del proyecto republi­cano de 1830 explica el pasado que no pasa. Hugo Chávez es Joaquín Crespo en Miraflores. El pasado que no pasa.
—¿Por qué?
—Una sociedad que, después de 27 años de espanto, acompaña calladamente al cementerio al general Juan Vicente Gómez revela que no solucionó los problemas de su historia: la libertad y la dignidad ciudadana. Salvo un puñado de hombres excepcionales, los muchachos del 28, que no sabían exactamente lo que estaban haciendo, y algunos caudillos del siglo XIX, que sabían lo que era la mierda, la mayoría se regocijó en la mierda. Todos sabían que Gómez era un bicho, un asesino, un torturador, pero nadie se levantó. Hay que tenerle cuidado a una sociedad que todavía piensa en Gómez con benevolencia y afecto. Si se regocijó en Gómez y después en Pérez Jiménez, ¿por qué no se va a regocijar en Chávez?
—Los hombres más brillantes y cultos participaron en la dictadura de Gómez...
—Gómez no encontró ninguna resistencia. Resistirse costaba la muerte o veinte años en La Rotunda, pero ese mismo predicamento lo vivió la sociedad mexicana con Porfirio Díaz, que se levantó y le dio una patada en el trasero, así solucionó el problema de la libertad y de la dignidad. Nosotros, en cambio, nos prosternamos ante Gómez, por no hablar de todos los tiranuelos que hemos tenido. Una sociedad que no mira por la libertad y no se interesa por la dignidad no debe sorprenderse de que la gobierne un chafarote. Es más, ¿no será que está contenta con el chafarote? ¿No será que la indignidad, el desprecio de la libertad y, sobre todo, el parasitismo reclamaban a Hugo Rafael?
—Seguramente en el sentido de lo que significó Gómez como paz, pan y trabajo...
—Se le pide algo que no puede dar. Hugo Chávez carece de una lectura moderna del Estado venezolano y no puede responder a las necesidades del país. Se parece mucho a Carlos Andrés Pérez. ¿Qué biblioteca y qué investigaciones respaldan a Chávez? Ninguna. Solo la intuición, y con eso no se hace un Estado moderno ni se construye la felicidad. Se mantiene en el poder a través del pico. Habla y habla, y no dice nada, pero ahí está. No es un problema sólo de Chávez, sino de sus destinatarios. Si sigue en la Presidencia, tiene que buscarse en nosotros la explicación. La oscuridad no está sólo en Miraflores, la oscurana es nacional. Claro, ya aparecen algunos cocuyos. El ser humano no quiere revoluciones, sino un panorama que pueda entender. En la medida en que se le ofrece un laberinto diario, la gente asume que corre peligro. Este señor me está metiendo en un mapa que no es el mío, me está derrumbando mi casa modesta o opulenta. Voy a hacer algo. Agarro mi banderita y salgo a marchar.
—Cambiemos las perspectivas. ¿No será que, por fin, ahora le toca a los excluidos y a los marginados?
—Los convidados de piedra nunca han tenido nada ni han contado con un verdadero portavoz. Las multitudes se morían por Rómulo Betancourt, por Carlos Andrés Pérez y hasta por Rafael Caldera, pero no tuvieron respuesta. Ahora la encuentran en Chávez, pero desde lo parasitario. La oposición tiene que construir un discurso que atienda a los desesperados. Hasta el momento, el análisis tiene que ver, lamentablemente, con un venezolano relativamente propietario, relativamente acomodado, relativamente informado, no con los desesperados. Se han dedicado a atacar a Chávez, pero no han pensado en el compañero de viaje histórico, la masa desposeída. Hasta que no la miren con respeto y benevolencia no se solucionarán los problemas de Venezuela, un trabajo de ciudadanía.
—Los partidarios del  Gobierno dicen que se trata de una lucha de clases, de pobres contra ricos...
—Carlos Andrés Pérez dijo, en su miopía, que “el Caracazo” era una guerra de pobres contra ricos. No la hubo entonces, tampoco hoy. Habrá guerra de pobres contra ricos cuando la multitud asalte el Country Club, una barrera de 400 o 500 años muy difícil de saltar. Ahora no hay lucha de clases, sino odios y antipatías promovidos por un discurso político que inflama a los de abajo para atemorizar a los de arriba.
—Los círculos bolivarianos discuten y estudian marxismo...
—Hace poco Chávez se presentó con Lina Ron y Martha Harnecker. Lo más rudimentario de los “luchadores sociales”, encarnado en Lina Ron, y lo más acartonado y tedioso del marxismo, representado en la autora de uno de los manuales más elementales y perversos. El Presidente no quiere una guerra de clases como la que propone la Harnecker ni una barbarie como la que propulsa Lina Ron, se aprovecha de ambas para lograr lo único que busca: una autocracia, una militarada común y corriente. Chávez no se diferencia de los mandones que tuvo América Latina en el siglo XX, un paleontólogo lo identificaría con esos dinosaurios. Chávez lo que quiere es el control del país.
—Y su avión...
—Su avión, su comodidad, sus fluxes de marca y las corbatas de seda, asuntos y cosas que no forman parte de un atuendo revolucionario típico.
—No es la reencarnación de Ezequiel Zamora, pero representa una esperanza para los desheredados. Ahí está su amplio respaldo popular.
—Hay una muche­dum­bre de olvidados que se ha conectado con su discurso y con su presencia. Chávez se viste como ellos y habla como ellos, y eso lo acerca mucho a la masa. No sé sabe hasta cuándo. Amor con hambre no dura.
—Duró 27 años con Gómez.
—Gómez era un criminal. Chávez no, por ahora. Se supone que estamos frente a un monstruo, pero los taxistas trancan la autopista y no interviene la fuerza pública. ¿Dónde está el gobierno autoritario? No hay gobierno ni siquiera para poner el mínimo orden parroquial, pero estamos preocupados por la amenaza del autócrata que nos va a acabar la tranquilidad, la vida y la propiedad. Una paradoja terrible. ¿Será que la farsa de Chávez es la de todos nosotros? La pasamos del carajo. Si trancan la autopista, me voy para la casa y no tengo que trabajar.
—Algunos dicen que el país está al borde de la guerra civil. ¿Quién va a sacrificar la vida por este desorden?
—No veo ninguna posibilidad de guerra civil. En un carnaval no hay guerra civil, tampoco en una zarzuela. Existen algunos elementos preocupantes, pero todavía podemos salir a cenar a la Candelaria sin que nos pase nada, a menos que tropecemos con un malandro, que es parte del paisaje desde hace mucho tiempo; no lo trajo Chávez en el equipaje. No estamos en vísperas de una matazón, pero cónchale, la farsa nos harta y nos llena de coraje cívico. Como tengo alguna dignidad personal, voy a la marcha dispuesto a pasar varios días a la intemperie hasta que se vaya el mandón o hasta que aparezca una salida para este enredo.
—¿Cómo se encontrará la solución, con la ayuda de los militares?
—Hay suficiente hartazgo como para que Hugo Chávez pierda unas elecciones, que es el camino que ve la oposición. Se condena el golpe militar, pero aquí ha habido golpes constructivos e importantes. El 18 de Octubre acabó con el posgomecismo y hay que felicitarse. Con el 23 de Enero se juntaron otra vez la blusa y el uniforme para crear una sociedad distinta, moderna, dinámica, como dijo Rómulo Betancourt, y rescatar la soberanía popular conculcada por Pérez Jiménez. Uno no tiene por qué lanzarle un anatema a un golpe que ocurra mañana. ¿Qué es eso de resistencia civil? Desobediencia civil es lo que hemos tenido en estos tres años. Hacemos lo que nos da la gana, pero Chávez no ha caído.
—Cambiaron los paradigmas. Las recetas de antes no sirven para analizar lo que ocurre ahora...
—No cambió nada. Aparte de una discurso muy dañino, los puntos cardinales de la existencia no han cambiado. Esto no se diferencia en nada del gobierno de Lusinchi. El mejor ejemplo es la Asamblea Nacional, que apenas se distingue del antiguo Congreso en que no tiene tribunos ni fracciones parlamentarias dignas de atención. Mis representantes adecos y copeyanos no me pro­ducían orgullo, pero tampoco tengo motivos para sentirme feliz con los actuales. Si antes el Parlamento dependía de los balbuceos de Gonzalo Barrios, ahora depende del lenguaje claro y enfático de Chávez. Quizás el único cambio importante ha sido en lo militar. Se había logrado que los militares se mantuvieran en su fortín y en su tabú, sin traspasar la barrera de la política. Eso ya no funciona. Ha vuelto al prota­go­­nismo militar. Una novedad muy preocupante: significa retroceder al perez­jime­nismo, por lo menos.
—También se habla de conspiraciones...
—¿El doctor Enrique Tejera París dando golpes de Estado? Por favor, eso es una zarzuela. Si el doctor Tejera fuese el salvador, en el supuesto de que estuviera conspirando, tendríamos que mirar las cosas con mucha cautela y no agitar banderas de felicidad.
—¿Por qué?
—Esa dirigencia divorciada de la realidad, que subestima al venezolano, cree que basta con su presencia y su prestigio para enrumbar el país. ¿A cuenta de qué, como dice la gente de Boconó, Tejera París me va a representar? Nadie lo eligió. Evidentemente, este episodio de la conspiración de Oripoto no lo sacó Chávez de la chistera, algún pormenor de realidad tiene. Pero, ¿cómo se equivocan de nuevo?, ¿cómo buscan a otro señorón, un notable de 83 años que habla muy bien inglés? Me da lástima que Chávez no advierta lo espantoso de ese episodio, sino que lo banaliza y lo trivializa. No se da cuenta de la magnitud del horror que pudo haber significado.
—¿Qué tendrá que ocurrir, entonces?
—La sociedad venezolana tiene que purgarse e inventar. Llevamos por dentro la patología del parasitismo, de la conveniencia personal y del desprecio absoluto de la ley. Doblegarse ante los mandones es parte de la rutina venezolana. Ser una república o una parcela es el dilema que debemos plantearnos. Esto es de paciencia y salivita. Todavía no estamos asfixiados. Estamos jodidos, muy jodidos, pero ya hay un comienzo de náusea seria contra Chávez. Ha comenzado el verdadero movimiento de masas. El descontento es en serio.
—¿Eso es bueno?
—Buenísimo. Si estamos conscientes de que el parasitismo y el mesianismo han sido heridas constantes del cuerpo nacional, esa movilización tan inédita de ahora puede ser la cura. Vamos a volver al manual del ciudadano y a la sensatez de la república. Se acabarán los militares como factor, la Iglesia regresará a la sacristía y nos curaremos de los notables y del parasitismo, que es lo que más nos abruma. No es ningún salto al vacío, es mirarnos en el ejemplo de sociedades que nos parecen sensatas y en las que se vive razonablemente bien.
—¿Y los pobres, quién se acuerda de los pobres?
—Todos. La nuestra no puede ser una república de notables, sino de amplitud y de igualdad de oportunidades.
—Es lo que ha prometido la Quinta República...
—Chávez no tiene una lectura de un Estado moderno. Se cree un monarca rural, el hijo legítimo y exclusivo de Bolívar, con la misión de que retornen las glorias y los hechos del padre Libertador, es decir, de su padre, únicamente suyo. Ese telón le impide ver la realidad. Como está ungido por Bolívar, manda pero no gobierna. Supone que no tiene que rendirnos cuentas y que va por buen camino porque está iluminado por el faro de la Carta de Jamaica y del Discurso de Angostura.
—Y del Delirio sobre el Chimborazo...
—Esa sería una posibilidad de explicar este desastre.
—Esto es una revolución...
—Para nada. Una revolución significa cambios y no los ha habido. Quizás hubo cambios en la rutina de La Casona, en los lujos del muchacho de Sabaneta y en la romana del presidente. Chávez está gordo y antes era muy flaco. Por fortuna, esta es perfectamente otra “revolución” del siglo XIX venezolano, no tiene nada ver con estructuras fracturadas ni con nuevas clases que vivirán la felicidad.
—Pero...
—Una revolución necesita un mensaje escrito, fabricado y pensado por intelectuales. Alrededor de Chávez no hay gente de pensamiento. Una revolución sin ideas no existe. Quizás cree que basta con repetir alguna de las monsergas de Guillermo García Ponce o de Marta Harnecker.
—Chávez mantiene un discurso progresista y dibuja el país que todos soñamos.
—Sí, nos convida al placer y al bienestar, pero no lo construye. Ese discurso ha sonado en nuestros oídos desde el siglo XIX. Carajo, nos dejamos engañar porque es lo que todos queremos sin esfuerzo. Qué maravilla. Usted va a ser mejor, tendrá una casa digna y bonita. Es un discurso que enamora a cualquiera. Sabemos que son palabras baldías, pero le firmamos el cheque en blanco. El problema no es del mal hablante sino del mal oyente.

        
Los nuevos oráculos


·        Los animadores de televisión se han convertido en sabios analistas de la realidad. Todos los días hacen diagnósticos y descripciones despectivas del Presidente de la República. Eso no es decente, ni moral. Tampoco es republicano. Me preocupa mucho la impunidad mediática. El periodismo del rumor es lo peor que puede haber. El protagonismo periodístico antes no existía, pero ahora resulta que los periodistas son oráculos, ejercen su función de consejeros de la sociedad y además se convierten en actrices y en actores, y ganan mucho dinero.
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