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Francachela y tsunami bolivariano. El país lanzado por el barranco y La Habana compró salvavidas

Ventarrones suicidas

Pronto aparecieron las dudas. Los vientos que soplaban, los ruidos en el aparato productivo y la catarata de palabras anunciaban un tsunami de grandes proporciones. Pero la francachela, la vocinglería y la fanfarria no dejaban escuchar los truenos ni ver los relámpagos, se confundían con los fuegos artificiales. Desde el primer día hubo derroche, aunque decían que encontraron las arcas sin fondos. Tener los bolsillos vacíos no les impidió contratar una casa de fiestas de alto costo para que se sirviera un almuerzo con lomito y cangrejo en el Plan C de Tacagua a una concurrencia con más de un siglo de hambre republicana y recobrados bríos igualitarios.
La confusión fue general y la generó quien se suponía manejaba la carta de navegación, también el timón, y tenía posibilidades de ver más lejos en el horizonte. Sin haber zarpado, causó estropicios de gran calado. Sus contramaestres le salvaron la cara y calmaron los sobresaltos de la tripulación y de los pasajeros, pero lo hicieron agregando más confusión, más bruma. Con galimatías, retruécanos y lances silábicos celebraban que las “alocuciones presidenciales” duraran hasta siete hora, cuando, por definición y uso, una alocución es “un discurso o razonamiento breve por lo común y dirigido por un superior a sus inferiores, secuaces o súbditos”, con lo que queda claro que el retintín de la democracia participativa era tan falso como un billete de siete bolívares.
El revuelo, la manipulación, los mensajes subliminales y la verdad bíblica de que no hay peores sordos y ciegos que los que no quieren oír ni ver impidieron que se encendieran las alarmas cuando el chafarote le ordenó a su jefe de prensa, comunicador de larga experiencia y pasantía en Londres, que le sirviera café. Entonces, en tacita de porcelana china, que luego cambió, en el gran salto hacia el populismo, por un pocillito de peltre, también chino.
Convertido el “proceso” en revolución socialista queda un país en ruinas, endeudado; incapaz de garantizarse el pan de cada día. “Todo lo importado viene del exterior”, dijo el conductor con lucidez incontrovertible. Fin de fiesta. Acabaron con el afamado café venezolano con la misma alegría que los cubanos destruyeron las plantaciones de caña de azúcar. Ahora traen el grano de Nicaragua, mal recogido y peor descascarillado. Lo sirven como gourmet en la esquina de Gradillas y lo pagan al triple del mercado internacional. Los sandinistas obtienen gratis el petróleo que serviría para “adquerir” las medicinas que no produce Venezuela. El acetaminofén siempre se ha fabricado en casa, pero los patrones de cachucha roja o verde olivo prefieren tener muchos barcos llenos de pacotilla y bolas de anime esperando en la rada. Nada que vender ni que cambiar, se buscan voluntarios para recoger los vidrios.

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