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La suma de las partes no es mejor, ni mayor, que el todo intergaláctico

Todo para mí

De sus confusas y no muy bien asimiladas lecturas, el comandante inmarcesible que, a efectos de idolatría pública, yace en el empíreo de La Planicie –adonde, religiosamente, acude el alicaído sucesor cada quinto día de mes para ver si su supremo autor le insufla algún tipo de patriótico y sublime aliento– daba muestras en sus machaconas referencias a un título (recuérdese la pepera que agarró con el Oráculo del guerrero de un tal Lucas Estrella, nombre con tufo de cabaret, a quien la mal habladuría local reputó de gay) o a un vocablo atrapado al vuelo en una conversación con gente más sabida que él. Sucedió con la palabra holístico, adjetivo con el cual explicaba que su apuesta ideológica implicaba totalidad y que no se cansó de repetir hasta que le dio por perorar sobre guerras asimétricas de cuarta o quinta generación; de alguna manera, el término aludido presagiaba el absolutismo, rasgo definitorio de su gobierno, magnificado por sus herederos.
No creemos que el comandante haya pescado en aguas aristotélicas el significado del voquible que convirtió en muletilla de su indigesta catarsis verbal –el estagirita estableció lo que es tenido como principio fundamental del holismo: “El todo es mayor que la suma de sus partes” (frase que escuchamos con frecuencia sin saber a quién atribuírsela) – o se haya enterado de su acepción a través del personaje creado por el escritor británico Douglas Adams, serializado por la BBC a partir de la novela Dirk Gently's Holistic Detective Agency, que basaba sus investigaciones en “la interconexión fundamental de todas las cosas”; la verdad, no importa si su fuente fue el filósofo griego o el televisual sabueso inglés, lo que interesa y nos concierne es la manipulación del concepto para convertirlo en un “to’ pa’ mí” que devino en regla de oro normativa del intransigente y sectario ejercicio del poder por parte del PSUV. Con el diálogo tácitamente descartado por ese riguroso cartabón, cualquier negociación, por más nimio que sea el objeto de la misma, es impensable; esto deberían tenerlo muy claro los líderes opositores y, especialmente, los que sueñan –creyendo que la luna es pan de horno– con una espontánea capitulación de Maduro, como si éste fuese el problema y no el sistema que encarna.
En ese apostar el resto a un todo indivisible, los estrategas oficialistas, dispuestos a ganar porque sí, se desempeñan con soltura propia de fulleros y tahúres, a quienes la trampa no es ajena, como se hizo patente en las argucias a las que apelaron para confiscar y monopolizar, una vez más, el poder ciudadano y ponerlo al servicio de su majestad quien sea que realmente gobierne este país. Así, han colocado en la defensoría del pueblo a Tarek William Saab, poeta protochavista que, a juzgar por declaraciones aparecidas en este diario la víspera de navidad, velará por los intereses de sus empleadores, privilegiando “los derechos de las víctimas de las guarimbas”; la contraloría fue a parar a manos del abogado Manuel Galindo Ballesteros, en cuyo currículo leemos que fue consultor jurídico del parlamento, sucedió a Cilia Flores en la procuraduría y ha sido condecorado con la Orden Danilo Anderson (no es broma) y, dando por sentado que aquí la corrupción no existe, tal vez se dedique a velar por la integridad patrimonial del partido que le respaldó; y, a fin de blindar el triángulo, repite en la fiscalía Luisa Ortega Díaz, fiel compinche instrumental en los procesos de criminalización de la disidencia y activa perseguidora de presuntos conspiradores que urden, en la imaginación de Maduro, complots desestabilizadores y magnicidios con apoyo del pentágono y de Álvaro Uribe.
Tenemos un poder ciudadano tan, pero tan sesgado que corrobora la convicción de Francis Bacon de que “Es muy difícil hacer compatibles la política y la moral”; un poder carente de atributos deontológicos y sujeto al Ejecutivo, como corresponde a la noción centralista, monolítica y antidemocrática del estado prescrita por manuales marxistas. Será esta pauta la que determine la elección (o reelección) de los rectores del CNE, a fin de que, en venideros comicios, el organismo arbitral incline la balanza hacia el bando gubernamental; y, con similar criterio, se repartirán las magistraturas del Tribunal Supremo de Justicia. Se trata de una operación cosmética para que todo siga igual: bajo control de un mandón tutelado por milicos que, gradualmente, podrían minar la influencia de los Castro. Ya veremos si el petróleo sigue fluyendo hacia Cuba; de momento, continuamos con el to’ pa’ mí.

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