Francisco Vera Izquierdo:
“No estoy atropellado por la vejez, la noche trae sus linternas”
Milagros Socorro
Por algún tiempo, la contestadora telefónica de la casa de Paco Vera Izquierdo tenía un mensaje, grabado con su voz, que decía así: “El señor don Paco Vera / no cabe en sí de alegría / pues la patria lisonjera / ha consagrado su día / como el día de la bandera”.
El gracejo tenía su base en el hecho de que, efectivamente, Paco Vera nació un 12 de marzo, el de 1919, en Caracas, de Miseria a Pinto 92, en el seno de una vieja familia caraqueña, como él dice. Su padre era gerente del Banco Caracas y su madre, dedicada al hogar, era hermana del célebre médico José Pepe Izquierdo. “Los Izquierdo --dice Paco-- están en Venezuela desde un poco antes de la Independencia. Mi abuelo paterno era Izquierdo Martí, nieto de dos coroneles del rey. El coronel Izquierdo, derrotado y muerto en Los Caguanes; y Martí, derrotado en Niquitao. Pero hasta tal punto la Independencia fue una guerra civil que los derrotados se quedaron aquí”.
--¿A que atribuye su longevidad?
--A no haberme muerto. Porque en mi familia no hay longevos, yo soy el único. Papá, que era el mayor de los Vera León, fue el último en morir y lo hizo a los 62 años. Los demás murieron más jóvenes. Y de los Izquierdo, el que más vivió fue mi tío Pepe, que murió a los 88 años.
--¿Una persona llega a acostumbrarse a enterrar tantos amigos y familiares?
--Sí, cómo no. En mi familia se ve la muerte como quien planea un viaje a Europa. Algo absolutamente normal. Recuerdo que fui a visitar a mi tío Francisco moribundo; estaban allí mi tío Pepe Izquierdo y mamá. Cuando entré escuché a mi tío Francisco decir: “No, Pepe, qué va, mira, yo he sido un hombre fortísimo, para que esta apnea me mate a mí, se toma por lo menos 15 días. Yo me como las hallacas de la Pascua”. Y tío Pepe le contestó: “Francisco, no pareces médico, ¿acaso eso es un asunto de fuerza física?, se te acabó el oxígeno. Tú no duras 15 días”. Entonces intervino mamá, conciliadora: “Pero, bueno, Francisco, sean 15 días o un mes, el hecho es que te mueres”. Y ella misma, cuando se estaba muriendo, le preguntó a su hermano: “Pepe, ¿tú crees que yo me muera hoy?”. “No --le dijo él-- , tú te mueres pasado mañana en la noche”. “Ah, bueno”, remató ella, “entonces no molesten a Luis, que está en Maracaibo, pero yo quiero que en el momento en que yo acabe estén al lado mis tres hijos”. “Yo me ocupo de eso”, se comprometió tío Pepe. Tranquilamente.
--¿Esa actitud la tiene usted con respecto a su propia muerte?
--No me preocupa. En primer lugar, nada ganaría con angustiarme, puesto que no la voy a atrasar ni un segundo. En fin, no es de ninguna utilidad pensar en ello y, además, me resulta desagradable.
--Volviendo a la clave de la longevidad, que no le viene por herencia, pero ¿ha mantenido entonces mucha observancia de la salud?
--Nunca he hecho ejercicios. Excepción hecha de la equitación, deporte donde el esfuerzo no lo hace uno sino el animal. En cuanto a la dieta, como mucho dulce, frituras, carnes, soy absolutamente carnívoro… No como ensaladas ni legumbres.
--¿Y en el aspecto emocional? ¿Se ha cuidado de no sufrir por amores?
--Siempre estuve enamorado y, como casi nunca fui correspondido, mantuve intactas las ilusiones.
El gracejo tenía su base en el hecho de que, efectivamente, Paco Vera nació un 12 de marzo, el de 1919, en Caracas, de Miseria a Pinto 92, en el seno de una vieja familia caraqueña, como él dice. Su padre era gerente del Banco Caracas y su madre, dedicada al hogar, era hermana del célebre médico José Pepe Izquierdo. “Los Izquierdo --dice Paco-- están en Venezuela desde un poco antes de la Independencia. Mi abuelo paterno era Izquierdo Martí, nieto de dos coroneles del rey. El coronel Izquierdo, derrotado y muerto en Los Caguanes; y Martí, derrotado en Niquitao. Pero hasta tal punto la Independencia fue una guerra civil que los derrotados se quedaron aquí”.
--¿A que atribuye su longevidad?
--A no haberme muerto. Porque en mi familia no hay longevos, yo soy el único. Papá, que era el mayor de los Vera León, fue el último en morir y lo hizo a los 62 años. Los demás murieron más jóvenes. Y de los Izquierdo, el que más vivió fue mi tío Pepe, que murió a los 88 años.
--¿Una persona llega a acostumbrarse a enterrar tantos amigos y familiares?
--Sí, cómo no. En mi familia se ve la muerte como quien planea un viaje a Europa. Algo absolutamente normal. Recuerdo que fui a visitar a mi tío Francisco moribundo; estaban allí mi tío Pepe Izquierdo y mamá. Cuando entré escuché a mi tío Francisco decir: “No, Pepe, qué va, mira, yo he sido un hombre fortísimo, para que esta apnea me mate a mí, se toma por lo menos 15 días. Yo me como las hallacas de la Pascua”. Y tío Pepe le contestó: “Francisco, no pareces médico, ¿acaso eso es un asunto de fuerza física?, se te acabó el oxígeno. Tú no duras 15 días”. Entonces intervino mamá, conciliadora: “Pero, bueno, Francisco, sean 15 días o un mes, el hecho es que te mueres”. Y ella misma, cuando se estaba muriendo, le preguntó a su hermano: “Pepe, ¿tú crees que yo me muera hoy?”. “No --le dijo él-- , tú te mueres pasado mañana en la noche”. “Ah, bueno”, remató ella, “entonces no molesten a Luis, que está en Maracaibo, pero yo quiero que en el momento en que yo acabe estén al lado mis tres hijos”. “Yo me ocupo de eso”, se comprometió tío Pepe. Tranquilamente.
--¿Esa actitud la tiene usted con respecto a su propia muerte?
--No me preocupa. En primer lugar, nada ganaría con angustiarme, puesto que no la voy a atrasar ni un segundo. En fin, no es de ninguna utilidad pensar en ello y, además, me resulta desagradable.
--Volviendo a la clave de la longevidad, que no le viene por herencia, pero ¿ha mantenido entonces mucha observancia de la salud?
--Nunca he hecho ejercicios. Excepción hecha de la equitación, deporte donde el esfuerzo no lo hace uno sino el animal. En cuanto a la dieta, como mucho dulce, frituras, carnes, soy absolutamente carnívoro… No como ensaladas ni legumbres.
--¿Y en el aspecto emocional? ¿Se ha cuidado de no sufrir por amores?
--Siempre estuve enamorado y, como casi nunca fui correspondido, mantuve intactas las ilusiones.
Bailaría mejor
--¿Cuál es la mejor etapa en una vida de nueve décadas?
--La que vivo en este momento. No he tenido otra mejor: no tengo aspiraciones de nada; y estoy contento.
--Si volviera a nacer, ¿qué haría y qué dejaría de hacer?
--Aprendería a bailar. Y no tomaría en serio la política, de muchacho. Yo formé parte del grupo de fundadores de la UNE (Unión Nacional Estudiantil), en el año 1936 (por cierto, yo creo que los únicos fundadores de la UNE que quedamos somos Caldera y yo); y después no me volví a ocupar de la política. Pero aprendería a bailar para no volver a pasar por lo que me ocurrió el día de la fiesta de 15 años de la Nena Machado. Yo bailé con ella y, al concluir la música, me dijo: “Paco, terminó la música, apéate”.
--¿Comparte usted la generalizada percepción de que la larga vida, la experiencia, hace más sabias a las personas?
--Yo creo que la experiencia enseña a cometer errores diferentes. Es mucho más probable que uno encuentre un individuo que, después de una vida exitosa, muera arruinado, que uno que, después de una vida de fracasos, se vuelva próspero después de viejo.
--¿Cuál ha sido su tendencia?
--Yo nunca he tenido ni triunfos ni fracasos, porque nunca me he ocupado de eso. Me he ocupado de leer, de viajar, que es muy divertido, sobre todo cuando se hace en automóvil…
--¿Cuántas Venezuelas ha vivido?
--Yo tenía 16 años cuando murió Gómez. Y, no es que fuera politólogo, pero sí me daba cuenta de lo que sucedía. Era consciente de la barbarie que significaba aquello. El gomecismo ahogaba la riqueza al nacer. Cuando Pérez Jiménez, su entorno robaba de la fortuna ya crecida, había renta. En cambio, en el tiempo de Gómez, un individuo ponía una venta de arepitas y llegaba el jefe civil y le ponía al lado otra venta de arepitas… Sin pagar impuestos. Es decir, ahogaban la riqueza al nacer. Caso típico, que me consta. En medio de la terrible pobreza del llano venezolano, el Banco Agrícola ofreció comprar por 40 bolívares la cabeza de ganado (que era baratísimo, incluso para la época), pero aquella gente, por procurar algún dinero, movilizó su ganado para ir a venderlo. Pero, al llegar a San Juan de los Morros, Ignacito Andrade, yerno de Gómez y presidente del estado, puso una barrera y obligó a los ganaderos a que le vendieran cada res en 10 bolívares, para él pasarlas por la frontera y ganarse 30 bolívares por cada cabeza. Los que pudieron, se regresaron con sus rebaños, pero muchos tuvieron que venderlos al precio impuesto por Andrade. Eso era el gomecismo.
--Esa es la primera Venezuela que usted vive, ¿qué viene después?
--La mejor época de Venezuela, en cuanto al gobierno, sería López Contreras- Medina. Siempre he sido antigobiernista, naturalmente, pero reconozco que López Contreras heredó un trono y a su salida dejó una silla; y Medina pudo hacer aquel gobierno cuasi perfecto (sin un preso político, sin un desterrado, sin un periódico multado), porque López le dejó el país en una tacita de plata.
--Sin embargo, Medina fue derrocado en el 45.
--Eso se explica en buena medida porque Uslar Pietri, miembro del equipo de Medina, tuvo el empeño de crear un partido desde el gobierno; y eso no se puede. Un partido tiene que crearse en la oposición, que es lo que liga a la gente. Sin ser del PDV, yo era fiscal del Ministerio de Obras Públicas en el año 1945, y sé que obligaban a los pobres empleados públicos no solamente a pertenecer al partido sino a cotizar en él: les descontaban de sus sueldos una cuota para el partido. De tal manera que la caída de Medina, aquella maravilla de gobierno, fue recibida con entusiasmo.
--¿Cuál Venezuela viviría después?
--La de Pérez Jiménez, que era abominable. Yo era enemigo del gobierno, pero de ninguna manera conspirador. Sin embargo, el 4 de octubre del 57, me encontré con la Nena Bueno Plaza, esposa de Laureanito Vallenilla, en una reunión familiar y llamándome aparte me dijo: “Le oí decir a Laureanito y a Pedro Estrada que te van a poner preso hasta después del plebiscito”. Y yo le contesté: “Entre estar tres meses en un calabozo y pasármelos en París, la escogencia es fácil. Pero, confidencia por confidencia, arregla tus cosas porque este gobierno cae antes del 15 de noviembre”. A los dos días me fui a París, donde me encontré con Enrique Llabanero, que era agregado militar, y me confirmó que, efectivamente, el golpe era para el 15 de noviembre. Pasó ese día, pero el primero de enero me llamaron para decirme que había un golpe en Venezuela. Y supe que Pérez Jiménez se iría corriendo porque su cobardía era irracional. Eso es muy común en los militares en estos países, donde la vocación militar se relaciona con la aspiración de una vida cómoda y morir ricos y condecorados. Aquí no hay el menor riesgo de una guerra.
--Venezuela es hoy lo que usted pensó en su juventud que sería.
--Nunca he tenido visión profética, tampoco mayor esperanza de que esto mejore. Y, a pesar de todo, no podría vivir sino aquí. En la actualidad, el desbarajuste del país es integral, pero puede ponerse peor.
--¿Usted se siente viejo?
--Sé que lo soy. Tengo limitaciones, pero no me siento atropellado por la vejez. La noche trae sus linternas.
--¿Hay algo que extrañe mucho de cuando tenía 50 ó 60?
--Que me haga falta, no.
--Pero, Paco, el sexo, esas cosas…
-Justamente. A lo largo de mi vida, he resistido todo menos la tentación. Y a los 90 años, las tentaciones son muy pocas.
--¿Cuál es la mejor etapa en una vida de nueve décadas?
--La que vivo en este momento. No he tenido otra mejor: no tengo aspiraciones de nada; y estoy contento.
--Si volviera a nacer, ¿qué haría y qué dejaría de hacer?
--Aprendería a bailar. Y no tomaría en serio la política, de muchacho. Yo formé parte del grupo de fundadores de la UNE (Unión Nacional Estudiantil), en el año 1936 (por cierto, yo creo que los únicos fundadores de la UNE que quedamos somos Caldera y yo); y después no me volví a ocupar de la política. Pero aprendería a bailar para no volver a pasar por lo que me ocurrió el día de la fiesta de 15 años de la Nena Machado. Yo bailé con ella y, al concluir la música, me dijo: “Paco, terminó la música, apéate”.
--¿Comparte usted la generalizada percepción de que la larga vida, la experiencia, hace más sabias a las personas?
--Yo creo que la experiencia enseña a cometer errores diferentes. Es mucho más probable que uno encuentre un individuo que, después de una vida exitosa, muera arruinado, que uno que, después de una vida de fracasos, se vuelva próspero después de viejo.
--¿Cuál ha sido su tendencia?
--Yo nunca he tenido ni triunfos ni fracasos, porque nunca me he ocupado de eso. Me he ocupado de leer, de viajar, que es muy divertido, sobre todo cuando se hace en automóvil…
--¿Cuántas Venezuelas ha vivido?
--Yo tenía 16 años cuando murió Gómez. Y, no es que fuera politólogo, pero sí me daba cuenta de lo que sucedía. Era consciente de la barbarie que significaba aquello. El gomecismo ahogaba la riqueza al nacer. Cuando Pérez Jiménez, su entorno robaba de la fortuna ya crecida, había renta. En cambio, en el tiempo de Gómez, un individuo ponía una venta de arepitas y llegaba el jefe civil y le ponía al lado otra venta de arepitas… Sin pagar impuestos. Es decir, ahogaban la riqueza al nacer. Caso típico, que me consta. En medio de la terrible pobreza del llano venezolano, el Banco Agrícola ofreció comprar por 40 bolívares la cabeza de ganado (que era baratísimo, incluso para la época), pero aquella gente, por procurar algún dinero, movilizó su ganado para ir a venderlo. Pero, al llegar a San Juan de los Morros, Ignacito Andrade, yerno de Gómez y presidente del estado, puso una barrera y obligó a los ganaderos a que le vendieran cada res en 10 bolívares, para él pasarlas por la frontera y ganarse 30 bolívares por cada cabeza. Los que pudieron, se regresaron con sus rebaños, pero muchos tuvieron que venderlos al precio impuesto por Andrade. Eso era el gomecismo.
--Esa es la primera Venezuela que usted vive, ¿qué viene después?
--La mejor época de Venezuela, en cuanto al gobierno, sería López Contreras- Medina. Siempre he sido antigobiernista, naturalmente, pero reconozco que López Contreras heredó un trono y a su salida dejó una silla; y Medina pudo hacer aquel gobierno cuasi perfecto (sin un preso político, sin un desterrado, sin un periódico multado), porque López le dejó el país en una tacita de plata.
--Sin embargo, Medina fue derrocado en el 45.
--Eso se explica en buena medida porque Uslar Pietri, miembro del equipo de Medina, tuvo el empeño de crear un partido desde el gobierno; y eso no se puede. Un partido tiene que crearse en la oposición, que es lo que liga a la gente. Sin ser del PDV, yo era fiscal del Ministerio de Obras Públicas en el año 1945, y sé que obligaban a los pobres empleados públicos no solamente a pertenecer al partido sino a cotizar en él: les descontaban de sus sueldos una cuota para el partido. De tal manera que la caída de Medina, aquella maravilla de gobierno, fue recibida con entusiasmo.
--¿Cuál Venezuela viviría después?
--La de Pérez Jiménez, que era abominable. Yo era enemigo del gobierno, pero de ninguna manera conspirador. Sin embargo, el 4 de octubre del 57, me encontré con la Nena Bueno Plaza, esposa de Laureanito Vallenilla, en una reunión familiar y llamándome aparte me dijo: “Le oí decir a Laureanito y a Pedro Estrada que te van a poner preso hasta después del plebiscito”. Y yo le contesté: “Entre estar tres meses en un calabozo y pasármelos en París, la escogencia es fácil. Pero, confidencia por confidencia, arregla tus cosas porque este gobierno cae antes del 15 de noviembre”. A los dos días me fui a París, donde me encontré con Enrique Llabanero, que era agregado militar, y me confirmó que, efectivamente, el golpe era para el 15 de noviembre. Pasó ese día, pero el primero de enero me llamaron para decirme que había un golpe en Venezuela. Y supe que Pérez Jiménez se iría corriendo porque su cobardía era irracional. Eso es muy común en los militares en estos países, donde la vocación militar se relaciona con la aspiración de una vida cómoda y morir ricos y condecorados. Aquí no hay el menor riesgo de una guerra.
--Venezuela es hoy lo que usted pensó en su juventud que sería.
--Nunca he tenido visión profética, tampoco mayor esperanza de que esto mejore. Y, a pesar de todo, no podría vivir sino aquí. En la actualidad, el desbarajuste del país es integral, pero puede ponerse peor.
--¿Usted se siente viejo?
--Sé que lo soy. Tengo limitaciones, pero no me siento atropellado por la vejez. La noche trae sus linternas.
--¿Hay algo que extrañe mucho de cuando tenía 50 ó 60?
--Que me haga falta, no.
--Pero, Paco, el sexo, esas cosas…
-Justamente. A lo largo de mi vida, he resistido todo menos la tentación. Y a los 90 años, las tentaciones son muy pocas.
Noventa años de viaje
Paco Vera Izquierdo es el decano de los columnistas de El Nacional y, a decir de Simón Alberto Consalvi, “el de más sal, sabiduría y pátina”. Llegó a ese diario en 1950, tras reconciliarse con su íntimo amigo, Miguel Otero Silva, con quien se había enemistado porque la II Guerra Mundial los había aventado a bandos opuestos. “Miguel era comunista y yo, nazi”, dice, en referencia, principalmente, al hecho de que su familia era germanófila. Pero ya en 1965, cuando la reconciliación tenía larga data, Vera Izquierdo colaboró con Miguel Otero, Zapata y Mateo Manaure en la escritura de Las Celestiales, libro de coplas humorísticas y, sobre todo, irreverentes.
Al preguntarle cuál es la ideología que orienta sus puntos de vista, dice, sin titubear: “Para gobernar, la derecha, y para echarme palos, la izquierda”. Es egresado de Derecho, de la Universidad Central de Venezuela. E hizo un master en la Universidad de Columbia, Nueva York, en Antropología general, especialidad en folklore. Después de recibir el título de doctor, Vera Izquierdo permaneció en Columbia como profesor de Literatura Española y Latín Medieval, entre 1949 y 50.
Su trayectoria como funcionario público incluye las siguientes estaciones:
secretario de la División de Geología del MOP (Ministerio de Obras Públicas) de 1938 al 41; secretario de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados (1943); fiscal del Ministerio de Obras Públicas, en el 45; entre 1958 y 59 fue encargado de Negocios en Bélgica; concejal presidente de la Comisión de Legislación del Distrito Federal (1964-1969).
En sus últimos años dedicó buena parte de su tiempo a los viajes, que, cuando son dentro del territorio nacional, se inician con el acarreo de una pequeña maleta y varias cajas de vino.
Paco Vera Izquierdo es el decano de los columnistas de El Nacional y, a decir de Simón Alberto Consalvi, “el de más sal, sabiduría y pátina”. Llegó a ese diario en 1950, tras reconciliarse con su íntimo amigo, Miguel Otero Silva, con quien se había enemistado porque la II Guerra Mundial los había aventado a bandos opuestos. “Miguel era comunista y yo, nazi”, dice, en referencia, principalmente, al hecho de que su familia era germanófila. Pero ya en 1965, cuando la reconciliación tenía larga data, Vera Izquierdo colaboró con Miguel Otero, Zapata y Mateo Manaure en la escritura de Las Celestiales, libro de coplas humorísticas y, sobre todo, irreverentes.
Al preguntarle cuál es la ideología que orienta sus puntos de vista, dice, sin titubear: “Para gobernar, la derecha, y para echarme palos, la izquierda”. Es egresado de Derecho, de la Universidad Central de Venezuela. E hizo un master en la Universidad de Columbia, Nueva York, en Antropología general, especialidad en folklore. Después de recibir el título de doctor, Vera Izquierdo permaneció en Columbia como profesor de Literatura Española y Latín Medieval, entre 1949 y 50.
Su trayectoria como funcionario público incluye las siguientes estaciones:
secretario de la División de Geología del MOP (Ministerio de Obras Públicas) de 1938 al 41; secretario de la Comisión de Educación de la Cámara de Diputados (1943); fiscal del Ministerio de Obras Públicas, en el 45; entre 1958 y 59 fue encargado de Negocios en Bélgica; concejal presidente de la Comisión de Legislación del Distrito Federal (1964-1969).
En sus últimos años dedicó buena parte de su tiempo a los viajes, que, cuando son dentro del territorio nacional, se inician con el acarreo de una pequeña maleta y varias cajas de vino.
Publicado en TalCual, en 2011
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