l ex
presidente Carlos Andrés Pérez responde con oraciones cortas y tajantes,
como si no quisiera desperdiciar el tiempo o tuviera pendiente una cita
muy importante. En Miami, cerca de la playa, se recupera de un accidente
cerebro vascular que no hizo mella en su disposición a ir de frente y dar
la cara, pero entre terapias y guiños de optimismo no hace sino pensar en
Venezuela y en su futuro.
—Cuando me preguntan dónde vivo, digo que en Caracas. Mi cabeza sigue en
Venezuela.
Ardientemente optimista, le niega cualquier posibilidad de realización al
referéndum revocatorio, “no es consustancial con la idiosincrasia
latinoamericana”, y prevé que la salida no será electoral y pacífica sino
violenta.
—En la calle se grita y se tiran piedras, pero no se tumban gobiernos.
—¿Por qué el país se dejó engañar
con la Constitución de Chávez?
—La Constitución parecía muy democrática, pero resultó militarista. Esos
vientos nos devolvieron a la época del mandonismo gomecista.
—¿Usted creyó en Chávez?
—Me es imposible creer en alguien a quien no le importa derramar sangre
inocente para llegar al poder. Nunca creí en Chávez, pero el país,
convencido de que Chávez podría adelantar ciertas reformas fundamentales,
le dio poder como nunca le había dado a ningún gobierno. Nunca. Son los
fenómenos que demuestran que los pueblos sí se equivocan.
—¿Chávez es parte de una
confabulación internacional?
—Es un político venezolano de la vieja escuela de las dictaduras bárbaras
y primitivas, de las montoneras, pero se ha convertido en una especie de
vocero de la izquierda latinoamericana. Está ligado a la extrema
izquierda y ha apoyado movimientos sediciosos en varios países de América
Latina. No tiene mérito alguno para ser un líder internacional, pero sí
muchos para ser un gran demagogo: cuenta con el petróleo venezolano para
financiarse.
—¿Cuál es el papel de Fidel Castro
en el proceso chavista?
—Por los birlibirloques de la política latinoamericana, Chávez se ha
convertido en el verdadero y único discípulo de Castro, que lo considera
su sucesor, su continuador, su alumno más aprendido. El petróleo juega un
papel determinante, es el gran lazo que sella su alianza.
—¿Cómo puede ser seguidor de un
fracaso como Cuba?
—Es un fracaso para nosotros, para Fidel Castro es un éxito. Ha logrado
enfrentar durante 40 años a Estados Unidos, y por eso, para ellos, no es
un fracasado sino un triunfador.
—¿Pasar hambre es un triunfo?
—Una de las tragedias es que los cubanos no están distantes de Castro. A
pesar de las penurias que sufren, creen que Fidel les ha reivindicado su
dignidad.
—Con el petróleo venezolano, Castro
revive su vieja idea de la subversión latinoamericana...
—Sí, pero ahora, como en la década de 60, también se equivoca. Chávez es
un loco amarrado a una estirpe ideológica que no es ni siquiera
comunista, ni ha tenido capacidad para salvaguardar los valores
venezolanos. Ha destruido el sistema industrial venezolano,
incluida Pdvsa. Esa es la realidad más dura y tenebrosa.
—El pueblo ahora tiene la
percepción de que Pdvsa le pertenece...
—Será al pueblo chavista. Su producción se ha reducido a más de la mitad
y las utilidades son sumamente limitadas. No existe una industria
creciendo sino una industria hundiéndose en el desastre. Chávez utiliza
el dinero del petróleo como instrumento de control, de subversión y de
corrupción. En lugar de sembrarlo, usa el petróleo para comprar
conciencias, especialmente dentro de lo que fue un día la Fuerza Armada.
—Con el paro, los trabajadores
petroleros entregaron a Pdvsa...
—El paro fue una equivocación, pero también fue expresión de la capacidad
de resistencia del pueblo venezolano. Fue una demostración del poder
nacional frente al poder de Chávez, pero ocurrió en un mal momento, y
completamente invertebrado, sin vinculación alguna con la subversión. Lo
más grave fue que el movimiento petrolero no tenía como objetivo sacar a
Chávez del poder.
—¿Fue un match de sombra?
—Sí,
desgraciadamente. Uno de los esfuerzos mayores hechos por un pueblo para
redimirse que, a pesar de toda la fuerza que tenía en apariencia, no pudo
conmover los pilares esenciales. Fue un desastre. Se hizo demasiado
pronto y mal.
—Sin Pdvsa la oposición
quedó sin herramientas, ¿qué usará ahora?
—La fuerza del país, que es lo que vale.
—¿Manifestaciones en la calle?
—Sería muy bueno que las hubiera, pero con manifestaciones no se tumban
gobiernos. Fue importante que el pueblo se lanzara a la calle, pues era
apático ante los problemas de todos. Hoy el pueblo participa y eso
permitirá construir un país mejor, en el que la participación sea parte
fundamental. No hay que abandonar la calle. Hay que estar en la calle,
pero no con bailoterapias y pendejadas de esas.
—Pareciera que nos esperan tiempos
de violencia...
—Violencia habrá, pero de corta duración.
—¿Están cerrados los caminos de la
paz?
—Desgraciadamente,
se ha demostrado que el referéndum es un fracaso, que nunca será una vía
en Venezuela. El 15 de agosto no se resolverá nada en Venezuela. La gente
que guarda esperanzas con el revocatorio es porque todavía cree,
equivocadamente, que Chávez es capaz de abrir un camino. No. Somos
nosotros los que tenemos que abrirlo. Esa no es la vía. Fracasará. No
forma parte de la idiosincrasia latinoamericana.
—Nadie trabaja para sacar a Chávez.
—Yo estoy trabajando para sacar a Chávez. La vía violenta permitirá
sacarlo. Es la única que tenemos.
—No veo los batallones...
—Yo soy una parte de ese batallón. Así como lo oye debe entenderlo. Yo
soy parte de ese batallón.
—Si Chávez sale por la violencia,
¿después qué va a pasar?
—No se puede salir de Chávez y entrar inmediatamente a la democracia. Chávez
no sólo destruyó el Poder Ejecutivo sino que también el Legislativo y el
Judicial, además de las otras instituciones del Estado. Se requiere una
etapa de transición, de dos o tres años, para sentar las bases de un
Estado de Derecho. En la transición debe gobernar un cuerpo colegiado que
asiente las bases democráticas del futuro.
—¿Una Asamblea Constituyente?
—No. El día que caiga Chávez hay que cerrar la Asamblea Nacional y el
Tribunal Supremo de Justicia también. Todas las instituciones chavistas
deben desaparecer con la salida de Chávez.
—¿Usted estará en el gobierno transitorio?
—No tengo ninguna aspiración de volver a gobernar. Estoy dispuesto a
colaborar en lo que se me solicite para reinstaurar la democracia, pero
no seré parte del gobierno. Sería un contrasentido con mi propia
historia. Tengo 81 años de edad, y fui dos veces presidente de Venezuela.
Ya cumplí mi papel. No aspiro a ningún cargo, sino a que Venezuela sea un
país democrático mejor que el que tuvimos. La democracia no volverá de un
solo carajazo. Será un proceso.
—Otra vez los militares le van a
salvar las castañas a los civiles...
—Yo no hablo de una junta cívico-militar al estilo antiguo. Es
conveniente que actúe la Fuerza Armada. Forma parte de la Nación y debe
estar integrada al país cuando se presente la coyuntura de la vuelta a la
democracia.
—Ahora los altos cargos del
gobierno están en manos militares...
—Son militares chupamedias, no militares de verdad. No toman decisiones
como militares sino como aprovechadores. Una de nuestras grandes
tragedias es que creímos que en 40 años de democracia habíamos constituido
una Fuerza Armada profesional y al servicio del país. Resultó que no, que
en las bases del Ejército seguían presentes reminiscencias dictatoriales.
La verdadera clase militar no está en el poder. La democracia tuvo, y
tiene, extraordinarios oficiales a su servicio. A pesar de los esfuerzos
de Chávez para desnaturalizar sus funciones y destruir su prestigio, la
Fuerza Armada no acompañará ni respaldará un régimen forajido. El militar
enfrenta un desafío ineludible: servir a Chávez o servir a Venezuela. El
cumplimiento de sus obligaciones constitucionales mantiene en ebullición
a la institución armada, especialmente a sus cuadros medios, que observan
con alarma como la figura militar comienza a ser repudiada por la
población. Cuando Chávez salga del poder, habrá que hacer un nuevo
Ejército; más pequeño, mejor formado e ideológicamente democrático.
—¿Cómo ayudará la comunidad
internacional en la lucha por la democracia?
—Venezuela no ha tenido realmente un apoyo internacional valioso, a pesar
de que todo el mundo dice que está contra Chávez. La indiferencia
internacional nos ha perjudicado mucho. No necesitamos que otros países
intervengan o que actúen militares norteamericanos o chilenos en nuestro
territorio. No. No queremos la intervención militar de nadie.
—¿Y la OEA?
— La presencia de Gaviria atempera un poco la agresión del Gobierno, pero
más nada. Desde hace dos años, la OEA ha debido invocar la aplicación de
la Carta Democrática Interamericana. Los principales países de la región
no han cumplido con sus obligaciones y los pequeños han preferido atender
sus intereses comerciales.
—¿Por qué abandonó el país si
repitió tantas veces que no se iría?
—Yo no me ido de Venezuela. Yo estoy en Venezuela y estaré en Venezuela
el día que se me pida, en las condiciones que sean, en el segundo que me
lo pidan. Yo no le salí corriendo a Chávez.
—¿Está involucrado en un complot
para asesinar a Chávez?
—No estoy metido en ningún complot para matar a Chávez. Es demasiado para
él. Chávez debe morir como un perro, lo merece, con el perdón de esos
nobles animales.
—Chávez es la voz de los pobres,
del pueblo...
—Sí, habla de los pobres, pero ¿qué ha hecho por los pobres que no sea
crear más pobres?
—La gente prefiere seguir con
Chávez y no volver al pasado...
—De acuerdo, al pasado no se puede volver. Pero el pasado no soy yo. Yo
soy el futuro.
—También hay un rechazo a los
tecnócratas...
—Yo estoy de acuerdo. La tecnocracia es una desviación exagerada de la
utilización de la ciencia, pero la intención de Chávez es negar la
posibilidad de progreso. Quiere un país pobre e ignorante para poder
mandar como lo hacía Juan Vicente Gómez. Chávez es un hombre primitivo,
dictatorial. Nunca habíamos tenido un caudillo de esa naturaleza. Sacar a
Chávez es indispensable para pensar en el otro país.
—¿Qué país imagina después de
Chávez?
—Un país democrático en el que se respeten las ideologías, reine el
progreso y se potencie al ser humano; y se busque siempre mejorar la
calidad de vida de todos, sin excluidos. Debemos entender que para tener
paz verdadera se requiere una economía sana. La paz se crea con progreso.
Mientras la economía fluya sobre el peculado y el robo de los dineros
públicos, no habrá paz ni verdadero progreso. El progreso es lento,
difícil y complejo; no es soplar y hacer botellas. La paz es una creación
de los hombres, no de la naturaleza ni de ningún ser extraterrestre.
—¿Usted qué piensa hacer?
—Lo que hago. No quiero morirme sin dejar el problema venezolano
resuelto. Creo que lo voy a lograr. Aquí estoy, carajo, echando vaina
todavía. No me creo al borde la muerte. Soy muy optimista, veo un país
mucho mejor que el que tuvimos.
—¿Y se lo va a agradecer a Chávez?
—No, será a pesar de Chávez. Para Chávez no hay Venezuela, hay chavismo.
—¿Cómo se podría evitar la violencia
que usted avizora?
—Quisiera
saberlo. No soy partidario de la violencia, pero es tal el hundimiento
que ha causado Chávez que no queda otro camino.
—¿Estamos en una situación parecida
a la existente cuando usted propuso matar a Pedro Estrada con la idea de
provocar el derrumbe de la dictadura perezjimenista?
—Sí. Yo lo intenté, pero el plan fue develado. Fue la única revolución
cierta que persiguió Pérez Jiménez.
—¿El 11 de abril hubo posibilidades
reales de un cambio de gobierno o fue una farsa?
—Chávez cayó ese día, pero no había una oposición organizada. El
movimiento contra Chávez era completamente amorfo, acéfalo, aunque
mayoritario. Las masas no tenían estructura ni identificación ideológica.
Fue una gran lección. Venezuela sufrió las consecuencias de una reacción
internacional más ligada a intereses comerciales que a consideraciones
reales. Las consecuencias fueron muy perjudiciales: obligaron a la
oposición a ser más acomodaticia de lo recomendable en las negociaciones
para convocar el revocatorio.
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