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Los bigotes de Zamora están salpicados de sangre



El Tejado Roto

Sin estrella

Ramón Hernández
Twitter: @ramónhernandezg

Consumado otro golpe de Estado sin necesidad de disparos ni muertes de inocentes, el ADN venezolano debe estar revuelto, sobre todo las mitocondrias relacionadas con la retrechería, la conducta díscola y la autodeterminación. Me inhibo de rememorar y mucho menos enumerar qué ha ocurrido en la patria cuando el asedio a la razón alcanzó límites similares a los que se han traspasado en la Asamblea Nacional.
En el Centro Nacional de Historia les gusta recordar la sublevación del indio Francisco José Rangel, que en la madrugada del 2 de septiembre de 1846, encabezó una Revolución Popular en el sitio de Tacusuruma, cerca de Magdaleno, porque las autoridades le habían arrebatado unas tierras que él defendía como suyas y además le habían impedido votar. Algunos historiadores aseveran que la lucha del Rangel no ha finalizado, pero esa es una posición más ideológica que biológica, que es el punto en discusión aquí: la ausencia de horchata en la sangre venezolana.
Viendo cuánto escaseó la razón en los debates que han “protagonizado” los diputados del así es que se gobierna esta semana, es obvio deducir que el humo vacuo ha ocupado el amplio vacío de sus cabezas y están impedidos de advertir que perpetran todos los estropicios y desaguisados que en su años mozos prometían combatir, incluso a costa de su propia vida. Mírate en ese espejo, Herrera.
Obviamente se trata de un caso de esquizofrenia múltiple y generalizada: pronuncian palabras contrarias a las que tienen en el cerebro para congraciarse con el patrón, con el jefe, que ya les firmó la carta de cesantía y si te he visto no me acuerdo.
Aunque entonces todavía no existía telégrafo, mucho menos Unión Radio ni Globovisión o los teléfonos inteligentes que tanto roban los cacos, casi en cuestión de horas estaban alzados los valles del Tuy y también en Barlovento. Los 6.000 hombres Páez y los 3.000 de Monagas no fueron suficientes y todavía se cuentan las hazañas de Jesús González, el Agachado. A Rangel tuvieron que cortarle la cabeza para convencerlo de que estaba derrotado, porque su genética le impedía aceptar como justo que le quitaran sus tierras y no lo dejaran votar.

La sinrazón no es un atributo de la posmodernidad, sino el arma más recurrida por los totalitarismos para imponer su caos y su penuria generalizada, pero siempre los pueblos encuentran caminos, aunque en el horizonte no se divise una estrella que los guíe. Vendo linterna con pilas nuevas.

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