Una novela singular y contestataria de Ramón Hernández
Gustavo Luis Carrera
La novela El cielo por asalto, de Ramón Hernández, fue publicada en abril de 2011. Hasta hoy no conozco un solo comentario o análisis crítico sobre este texto narrativo; que califico de singular y de contestatario. ¿Por qué, aparentemente, no ha suscitado el interés suficiente para merecer, al menos, una nota de lectura? (Nota de lectura que ahora propongo a consideración del lector; porque concluyo, sobradamente, que este libro no sólo la merece, sino que la opinión critica del área literaria la necesita). Pero, hay que volver a la interrogante que quedó abierta. Percibo, sencillamente, que esta novela ha estado fuera de la mira analítica general por las cualidades que he señalado como sus rasgos identificadores y valorativos.
Es una novela singular. Y esto significa que requiere de una lectura singular; lectura que exige, además de un sutil ángulo de enfoque, un sincero interés por su tema peculiar. Es frecuente que las obras literarias que se salen de la media, del modelo genérico, queden en suspenso, en una especie de limbo, de prudencial silencio; a la espera de que algún espontáneo se lance al ruedo analítico. Así, en tanto a los ojos de algunos esa singularidad es un decidido estímulo de interés, casi de curiosidad creativa; para otros, esa particularidad es confusión desconcertante, o más bien desafiante, y eso produce, sino repulsa, por lo menso incomprensión.
Es una novela contestataria. Trata de asunto contestatario; se conforma como un corpus narrativo estructuralmente contestatario y hace juego contestatario de voces, personajes y estilo. En efecto, se funda en un tema --en una acción y una omisión-- particularmente polémico y sometido a pasiones, irreverencias y estupideces ideológicas, que causan escozor en uno y otro bando de los acontecimientos que dan espíritu y alma al texto: la mal llamada “renovación universitaria”, desplegada en grupos de asalto, en proclamas destempladas de una izquierda “caviar” y en poses teatrales mussolinianas o de un surrealismo anacrónico. Pero, detrás de estas indiscutibles carencias –que impiden hablar realmente de un movimiento-- había, al comienzo, un real empeño renovador, que no hizo sino continuar –por esencialidad-- el tradicional espíritu rebelde (justamente contestatario) que caracteriza, por definición histórica, a los estudiantes. (Sin olvidar que los estudiantes siempre han hecho oposición al aparato oficial; de allí el craso error del gobierno que crea que va a dominar ese espíritu ontológicamente rebelde y propulsor del progreso social, político e intelectual).
Bien. Superado este previo, que tenía atascado en mi percepción profesional de escritor, voy a lo sustancial del libro. En la contraportada del libro se lee: “Esta novela cuenta las historias de un grupo de estudiantes que forman parte del movimiento que lideró la Renovación Académica de la Universidad Central de Venezuela. Clo, Roncolo, Rojitas, Colina, Vladimira, Patricia y Laura son personajes que emergen de la masa anónima estudiantil para mostrar, desde una descarnada mirada, las distintas caras de la revolución, sueños utópicos llenos de algarabía y discusiones intelectuales”. Y al respecto, me pregunto: ¿revolución de pasillos universitarios y de cafés de Sabana Grande?, ¿utopía autocomplaciente y resentida?, ¿algarabía autofágica, que se devora a sí misma en su inmanencia?, ¿discusiones pretendidamente intelectuales, desvirtuadas por el dogmatismo, el sectarismo y el desconocimiento del otro? Seguramente todas las respuestas son afirmativas. Pero, así fue la historia de estas acciones, confusas, nebulosas y hasta autodemagógicas (nueva instancia del espejismo ideológico). Y es lo que la novela recoge. Igualmente, más adelante, en el texto de presentación se afirma: que el autor “trata lo colectivo desde una perspectiva personalista”. A propósito de lo cual pienso, por una parte que es otro merecimiento del libro haber logrado esa aparente disociación activista; así como creo que ese fue, justamente, el germen del fracaso de la llamada Renovación Universitaria: no fue un movimiento colectivo, sino una contradictoria colectividad de subjetividades. (Por otra parte, se me antoja que la acertada y elocuente contraportada fue escrita por el autor).
Hay novelas problemáticas y problematizadoras. Y El cielo por asalto es una de ellas. Aunque, quizás, todo es más sencillo de lo que parece; ya que el acto mismo de escribir una novela es una problematización de la literatura (en la subjetividad del autor) y de la visión de la realidad (en la proyección social). Pero, esta premisa se hace más notable cuando Ramón Hernández trata de indagar a fondo, como observador participante, en el gesto irreverente denominado Renovación Universitaria, en la Universidad Central de Venezuela, en 1969. La intensa y retadora tarea que se impuso el autor ostenta su complejidad en el solo hecho de esforzarse por encontrar una ideología definida en una explosión anímica carente de ella, o una coherencia en un impulso de vocación anárquica, o alguna trascendencia en una rebeldía inmediatista y devoradora de sí misma.
Ramón Hernández nada, bucea y sale a flote en un mar de incoherencias: se proclamaba una renovación en el estudio de la literatura, por ejemplo, cuando en realidad se trataba de una regresión a la crítica impresionista y a los élans creativos fallidos del surrealismo. Era un café colado por segunda vez, y el autor no podía comulgar con ese guayoyo. Pero, el asunto no es creer o no creer. Por ello se destaca la necesaria solidaridad con lo que se escribe, con lo que se busca motivar en el lector. (Es el noble compromiso que cristaliza en la percepción que va del emisor al receptor).
Históricamente, esta llamada Renovación Universitaria fue, en nuestra principal Universidad, un eco variopinto y multisápido del noticiado Mayo Francés, de 1968: complejo conjunto de protestas estudiantiles y obreras --especialmente en París— contra un gobierno autoritario y cerrado al diálogo. Es decir, a fin de cuentas, un movimiento esencialmente político, a ojos vistas. En cambio, la renovación ucevista, pretendida reedición del modelo francés, derivó hacia una vanidosa e inútil pretensión de cambio formal de estilos y pautas críticas y docentes; que fue el rostro exhibido públicamente. Se sabía que el plan político corría subyacente, aunque, de pronto, explotaba en el griterío y en consignas de pancartas. Hasta se llega al disparate insólito: “Tenemos que confiar en las masas, en el proletariado estudiantil”, dice un dirigente; y me pregunto: ¿insania o ignorancia supina? Pero, el juego retórico antiacadémico acabó por dominar; o sea que lo político original en Francia se empalideció y se ocultó tras un convencional formalismo. El ¡Abajo el gobierno! se convirtió en ¡Abajo la Academia!
Todo este amasijo de acciones y omisiones, de apariencia y realidades, da una idea de lo enrevesado que resulta andar con pie seguro en tal territorio histórico (¿ahistórico?). Y en ello demuestra su acierto creador Ramón Hernández. Yo diría que lo interesante –y acuerpante novelísticamente-- en este caso, más que el evidente valor documental (información) y descriptivo (vivencial) de situaciones, personajes y planteamientos, es la actitud objetiva en el análisis y solidaria en la comprensión de aquellos que asumieron la renovación con entrega, ingenua, pero sincera.
El esfuerzo de Ramón Hernández es obvio y más que respetable: tarea encomiable narrativamente, por la cual se aproxima con honestidad intelectual, sensibilidad humana y eficiencia novelística a un tema esencialmente confuso y divagante.
No es una novela de fácil lectura (¿cuándo ha sido fácil lo singular?). En más de un pasaje es necesario releer detenidamente, para deslindar una idea y ordenar un sentido. La turbulencia de los acontecimientos encimados unos sobre otros y la diversidad de voces que interactúan en planos y tiempos interlineados, frecuentemente sin una puntuación lógica, da una idea de la parte consciente que el lector debe aportar para dar forma inteligible a lo subconsciente. Y aquí surge el conflicto para quien aspira a una lectura homogénea, de consumo pacífico. Justamente es donde percibo el acierto de la intención constructiva profunda del autor: la adopción de una estructura que se correspondiese con la desestructuración del contenido: creación mítica y derrumbe real de la nada.
Los personajes circulan como piezas de una masa innominada. Los supuestos dirigentes cumplen un parcial y breve papel, que no deja de ser secundario en una pieza de teatro siempre cambiante. Los principios proclamados son de inmediato negados o subsumidos en la mentira o en la corrupción: juego fértil de poder, terror, prostitución, hurto e irresponsabilidad (¡Los que vengan atrás, que arreen!). Las ideas se gritan, para ser silenciadas de inmediato por las sustitutivas- Las proclamas y las pancartas mueren de inmediato, asfixiadas por las propias palabras que las conforman. ¿Qué queda, al final? Muy poco. Pienso que sólo el gesto teatral y quizás una catarsis salvadora del naufragio total. Y en la película narrativa que de todo ello hace, radica la honestidad intelectual y el logro narrativo de Ramón Hernández, retejiendo la maraña impactante de un deambulante ejército universitario, agresivo, pero sin rumbo; dejando a su paso por los pasillos de su Alma Mater amenazas fantasmales, despropósitos siempre en tinieblas y, seguramente, esperanzas sin germinar.
Personalmente, me importa y me conmueve esta novela. Viví la llamada Renovación Universitaria como profesor de la Universidad Central de Venezuela y como activo crítico de los excesos de este impulso repetitivo del conocido Mayo Francés. Inclusive pensé escribir una novela sobre el tema (la visión de conjunto, mis experiencias, el balance): reuní copiosos materiales informativos directos y periodísticos al respecto, y esperé el tiempo prudencial para asimilar el asunto, después de rumiarlo; tal como aconsejan los viejos maestros escritores. Pero, el tiempo pasó su goma de borrar, cambiando de selección en mi agenda programática. Y ya. (¿Terminó, para mí, la vigencia de la funcionalidad del tema?). Además, ahora la veo como quimérica. El cielo por asalto, aunque sea sólo desde la perspectiva estudiantil, cumple con la función ilustrativa y sugerente de manera autosuficiente, de lleno. Como digo, viví intensamente este período. Inclusive los estudiantes “renovacionistas” más exaltados condenaron mis críticas y mis propuestas en pancartas perfectamente personalizadas en mi contra.
Cualquier historiador, profesional o espontáneo del ruedo histórico, observaría que esta novela es una visión unilateral, con las gríngolas puestas por el punto de mira estudiantil “revolucionario”. Pero, ¿es que existe la tan enarbolada objetividad? De hecho, si yo hubiera escrito mi novela “renovacionista”, hubiera pecado de la misma parcialización mimética; pero desde la trinchera profesoral activa. Por ello, no creo que éste sea un señalamiento con mayor validez que la de destacar la condición originaria de la perspectiva desplegada. O sea: descubrir lo obvio.
Entre consignas copiadas del Mayo francés y otras inventadas con esfuerzo y sin gracia, se van determinando verdades ocultas. Así, sobresale la manipulación del sustrato político, que se sabe incapaz de “prender la revolución” afuera, y decide hacerlo adentro, en la Universidad, donde no hay opositores armados ni fuerzas represivas. Se sabe que la “renovación” no es la “revolución”; pero, ¡qué importa!, lo que vale es lo que dice el manual práctico del marxismo-leninismo en diez lecciones: “una chispa incendia la pradera” (creo que hay una película soviética inspirada en este lema tan llevado y traído):
“La algarabía. El desquiciamiento irredento y salvaje de las ideas fuera de madre, la alegría combativa de una juventud deseosa de obsequiar su sangre, apenas fue una reyerta, que se quedó en un par de trompadas y una herida leve y superficial de bala. Ánimos exaltados, repetía Colina, que debemos convertir en la chispa que encienda la pradera, la mecha de la dinamita que volará para siempre esta sociedad pútrida y acomodaticia. Con ruido, sorbió la última gota del café con leche y le dio el primer retoque a su copete grasoso”.
La sucesión de cuadros ilustrativos de un énfasis irreflexivo, pero real (sobre todo al inicio de la “revolución”) plena las páginas de la novela; es la opción abierta al lector atento, indagador de un ambiente humeante de confusión y de fuegos adolescentes:
“Tirar piedras es una aventura, una audacia, un acto de coraje que exige no preocuparse por las consecuencias. Tirar piedras es lo contrario de sentarse a ver televisión y encontrar que todos los canales transmiten el mismo programa y anuncian las mismas cosas. No es un acto de valentía ni el comienzo de una vida nueva y también distinta. Tirar piedras no es la revolución, pero no hay revolución sin estudiantes tirando piedras y gritando abajo el gobierno. No es la consecuencia de una larga reflexión sino una necesidad, un desahogo”.
Más allá del estilo desencuadernado, de la sintaxis rebelde y de la puntuación ausente, el logro sistemático de situaciones caóticas, ambientadas con acierto y traducidas a palabras convincentes, es un logro sensible a todo lo largo de la novela. Destacar ejemplos es casi imposible. Sin embargo:
“Roncolo saca su cámara fotográfica. Un policía le da un rolazo a Vladimira. Se escurre y corre con el susto rescaldándole las nalgas parejitas…es la virgen de la revolución”…”Fabián se queda sentado en la grama, ahí, en los jardines del comedor, rumiando su cobardía. La guerra pasó a manos de otros, yo dejo en tus manos mi fusil, a bella chao, a otros que sí son militantes de la violencia”…”Un policía recoge a Clo y le da dos planazos para calmarlo o por venganza. Lo monta en una patrulla. Roncolo tiene la primicia. Un policía le tocó el culo al francesito antes de pedirle la cédula”…”En el puente de la autopista, los agentes del orden se han parapeteado con sus armas automáticas. Hay disparos de respuesta. La violencia es la partera de la historia.”…”La refriega empieza a amainar. Alguien va a negociar un táima, un boto tierrita y no juego más, con un pañuelo amarrado a la punta de un palo de escoba, pero queda preso, porque esto no es una película”.
Al final, el golpe en la frente, ante la contundencia de la realidad fáctica, después de la nebulosa “revolucionaria”, fatalmente temporal (febril) y vacía (inope) de planteamientos concretos y debatibles:
“Los sueños se difuminan. La rutina, la medianía de la cotidianidad, es la derrota. La renovación es el pasado. Vladimira cambia. Es más alegre y parrandera. Anda con un periodista y todas las noches cena en un restaurant distinto o va al cine o al teatro; los domingos recorre las galerías de arte de lo más intelectual. Ya no anda de blue jeans y sandalias, sino con faldas estrechas y tacones altos. Ahora se pinta los labios. Sus uñas, de bien cuidadas, parecen las de una princesa. Irreconocible, discute con Colina y se burla de Clo. Yo no he cambiado, son las circunstancias que me rodean. La sociedad no puede ser transformada desde la universidad”…
No dudo que el vasto mural de confusión y espejismo, previamente esbozado, produzca una penetrante sensación de inestabilidad y de conspicuo tremendismo. (Pero, ¿cuándo ha eludido la novela lo inestable y lo tremendista?). Y así ha de ser. Como es el valor de este libro, llamado a hacer de carta de rumbo (vivencial y conceptual) indispensable para acercarse a la directa y sugerente comprensión de un período de la vida universitaria que, por desarticulado, no deja de ser una experiencia inomitible. (Tan inomitible como la de la guerrilla, que habitaba los sótanos de la renovación, y que ahora muchos de sus actores y persecutores ocultan en un desvalido silencio).
Como ya señalé, la lectura de este libro es difícil, confusa; inclusive para un lector habituado. Pero, pienso que tal condición es intencional. Ramón Hernández aspira a captar y verter la esencia divagante y nebulosa de la llamada renovación. Y lo logra. Es su éxito.
Se trata de una novela experimental. Y por eso la valoro en especial. Sin experimentación no hay novedad; se impone el quietismo. Sólo de la búsqueda surge la innovación; y en ello radica el progreso creador. Nuevos aires: más oxigeno imaginativo. Ramón Hernández no sólo explora acertadamente difíciles ámbitos ideológicos, sociales y humanos de un peculiar momento histórico, sino que lo hace de tal forma que la lectura de su libro es indispensable para adentrarse con honesta crudeza –y oxígeno dialéctico– en ese nebuloso tiempo universitario.
——————
Comentarios