El Tejado Roto
Traiciones a la vinagreta
@ramonhernandezg
Ernesto Guevara de la Serna, el Che, llegó a la teoría económica
después de haber cometido todos los errores posibles e imaginables como
presidente del banco central de Cuba, como jefe del Departamento de
Industrialización y al frente del Ministerio de Industrias y Azúcar, y de haber
fracasado estruendosamente en su campaña guerrillera en África, de donde escapó
de milagro. Refugiado en Praga y alejado de Fidel Castro, ya habían aparecido
las diferencias ideológicas, se dedicó a estudiar el Manual de economía política de la Academia de Ciencias Unión
Soviética, que hasta entonces no había figurado entre sus lecturas.
Como resultado de ese encierro de más de seis meses en una
casa de seguridad del servicio secreto, Guevara escribió unos apuntes que se
han conocido como los “Cuadernos de Praga”, que hasta ahora no se han publicado
en su totalidad. Se conocen algunos pasajes, pero se desconoce el grado en que
han sido intervenidos, falseados, doctorados y distorsionados. El receptor de
esas notas fue Orlando Borrego Díaz, un contabilista, que desde los tiempos de
la lucha contra Fulgencio Baptista había estado al lado del Che como tesorero
de la columna guerrillera, y al que la revolución prefería más como mecanógrafo
que como artillero, pero sobre todo como jefe de los tribunales de
fusilamiento, por su severidad y dogmatismo.
Enviado muy temprano a cursos de adoctrinamiento en la Unión
Soviética se ganó el sobrenombre de “Vinagreta” porque cuando al obsequiarle al
Che un portafolio que le habían dado en Moscú, Guevara le dijo que si había
aprendido a adular como los rusos. Borrego diplomáticamente le quitó el regalo
de debajo del brazo y se retiró de la oficina. Cuando traspasaba la puerta,
escuchó: “Hasta pronto, Vinagreta”. Si no aprendió a adular, si quedó marcado
ideológicamente por el modelo estalinista del marxismo. Al recibir en 1966 las
notas con las críticas de Guevara al modelo económico que se había instaurado
con el nombre de socialismo en Rusia, prefirió esconderlas. Después de la
implosión del socialismo real, la caída del Muro de Berlín y de haberse implantado
en la Rusia un estado manejado por las mafias sobrevivientes del régimen
perfeccionado por Stalin, Borrego Díaz se atrevió a revelar que desde la década
de los años sesenta Guevara había pronosticado el derrumbe del campo socialista
como ocurrió a principio de los años noventa del siglo pasado.
Todavía Borrego no se ha atrevido, o no ha sido autorizado
por los cancerberos del modelo estalinista de socialismo, a publicar los
apuntes del Che, y como quien administra la última coca-cola en el desierto
suministra y cobra caro cada gota, cada palabra, que suelta.
Borrego ha sido un corcho. Si antes se mantuvo dentro de la
élite cubana debido a su propia ceguera y a la severidad con la que cumplía sus
funciones, especialmente administrativas, fue muy riguroso en la tutela del
sencillito que le tocó manejar, a partir de 1970, cuando con peculiar candidez
se atrevió a adelantarle a Fidel Castro que la campaña por las 10 millones de
toneladas de azúcar sería un fracaso, que Cuba no contaba con la fuerza ni con
la técnica, y que con la cantidad de caña que se había sembrado y se había
cosechado ni moliendo la tierra se obtendría la cantidad de azúcar que se tenía
como meta. El regaño le valió la destitución como viceministro del Azúcar, pero
no le quebró su fidelidad perruna al régimen castrista. En sus cálculos de
contabilista tenía muy claro que recoger las ocho millones de toneladas –que
finalmente fue la cosecha– fundió la economía de la isla. Costaron tanto como
si hubiesen sido veinte millones. Ni vendiéndola 50 veces por encima de los
precios del mercado podrían recuperar lo derrochado en ese “capricho” de Fidel
Castro, un adjetivo que casi lleva al paredón
a Juan Almeida.
Se quedó y como miembro de la élite gobernante y estudió, a
ratos, Economía en la Universidad de La Habana. Ningún profesor se atrevió a
cuestionar que no hubiese terminado el bachillerato ni a ponerle una nota por debajo
de los niveles de excelencia. En los ochenta, fue a Moscú a cursar un posgrado en Economía, grado académico que ha sabido ostentar, pero poco lo
ayudó a pensar. Aunque el régimen estaba en sus postrimerías y conocía de los
pronósticos económicos que había hecho el Che en Praga, no se conoce ningún
alerta, ningún documento, que permitiera reconocerlo como el hombre más
adecuado para manejar crisis económicas derivadas de aplicar el sistema
centralista de la economía soviética, que fue precisamente la “tarea” que hizo azarosamente
Jorge Giordani en Venezuela en los últimos 15 años.
Borrego ha vivido y viajado sacándole provecho a su amistad
con el Che, pero no reivindicando su pensamiento ni sus críticas, sino
construyendo un personaje adaptado a sus propios intereses ideológicos y
pecuniarios. Ha preferido cobrar por contar “anécdotas” sobre el Che a
profundizar en sus críticas al sistema centralista totalitario soviético que todavía
pervive en Cuba. Ahora cobra en dólares para reproducirlo en Venezuela, aunque
sabe que dialécticamente va camino a su propia destrucción. Un revolucionario
riguroso y radical que fusila al médico burgués que le podría salvar la vida.
Vendo La Sagrada Familia de Marx,
impoluto, intermediarios abstenerse.
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