Para alcanzar el reino de Alá
La gran carnicería
Los integristas lo buscan para matarlo.
Esta es la crónica en primera persona de un periodista argelino que vive el
horror y el espanto diario
OMAR BELHOUCHET
Argel
En mi país, los ciudadanos son
degollados sin piedad, cortados en mil pedazos con hachas y destripados por
bombas y coches atiborrados de explosivos.
Niños, mujeres y viejos, nadie está
libre de esta terrible barbarie. Estos últimos días, una serie de atentados
terroristas, especialmente horribles y de una violencia inexplicable y, hasta
ahora, desconocida, han sumido todavía más si cabe a Argelia en el drama, la
sangre y las lágrimas. Y todo parece indicar que la situación tiende a
agravarse. Nada indica, en efecto, que este terror vaya a desaparecer o a
mitigarse a corto plazo.
Vivo muy intensamente esta tragedia
desde julio de 1991. En esa fecha recibí la primera carta de los terroristas,
seis meses antes de que se truncase el proceso electoral de diciembre de 1991,
que dio la victoria al FIS en las legislativas. En dicha carta, remitida por un
grupo armado islamista (Los Fieles del Juramento) conocido por sus simpatías
con el Frente Islámico de Salvación (FIS), se me exigía, en calidad de director
del diario El Watan, que hiciese campaña por la liberación de Abbas Madani y
Alí Benhadj, los líderes del FIS que acababan de ser detenidos por las
autoridades. De lo contrario -proseguía la misiva-, mis dos hijos (un chico y
una chica), que entonces tenían 10 y 9 años, respectivamente, serían...
colgados. Y la verdad es que mi mujer y yo tomamos muy en serio esa carta. En
la redacción de El Watan hubo incluso un momento de pánico colectivo.
De todas formas, me cuidé mucho de no
hacer pública la carta, tras presentar la consiguiente denuncia ante la
Policía. Hay que señalar que, ya en aquella época, los militantes más radicales
del FIS se mostraban muy agresivos hacia las mujeres, sobre todo si vestían a
la europea, trabajaban y conducían sus propios coches. Era también el momento
álgido de la cruzada integrista contra los intelectuales y contra cualquier
actividad cultural. Así, tras una serie de manifestaciones callejeras de los
militantes del FIS, tuvo que suspenderse el concierto de la cantante portuguesa
De Souza, muy admirada en Argel. Por otra parte, en algunas plegarias religiosas
se atacó a artistas y cantantes, y algunos alcaldes del FIS cerraron los
centros donde los jóvenes organizan conciertos, exposiciones o mesas redondas
literarias...
En octubre de 1988, el poder, dirigido
por el presidente Chadli Benyedid, hizo frente a una gran revuelta juvenil.
Estos acontecimientos aceleraron la descomposición del sistema político
edificado tras la independencia. Las corrientes liberales fueron brutalmente
apartadas y Argelia se instaló en una dinámica autoritaria que no acepta ni la
contestación ni la protesta. La prensa está amordazada y los partidos de
oposición no existen. Quienes no comulgan con el régimen son obligados a
exiliarse.
En 1988, los eslóganes voceados por
miles de jóvenes que tomaron las calles de las ciudades denunciaban la
corrupción, el pillaje del erario público y la hogra: el desprecio de la
persona humana... Chadli Benyedid optó por una tenue apertura y la Constitución
del 23 de febrero de 1989 instauró el multipartidismo y la libertad de
expresión. El FIS fue aceptado, aunque la Constitución prohíbe la creación de
partidos con base religiosa, y se lanzó a la conquista de las 12.000 mezquitas,
construidas en tiempos de Houari Boumedian, con fines políticos, al tiempo que
se apoderó social y políticamente de la sociedad. En cambio, se cerró la puerta
a los partidos de esencia democrática y a las personalidades liberales
argelinas.
La línea del poder, desde 1988 a 1990,
coadyuva, en el fondo, a la metástasis del islamismo político. La reforma, tan
esperada, es desactivada y vaciada de contenido. El poder acepta que el Islam
sea privatizado en beneficio de ciertas formaciones políticas, con el fin de
escarmentar a la población. De ahí que la aventura democrática argelina tome un
sesgo muy peculiar. En este contexto nació la prensa independiente.
El Watan sale a la luz el 8 de octubre
de 1990, como propiedad exclusiva de un grupo de periodistas. Hasta 1992, la
prensa experimentó un desarrollo prodigioso: surgen cabeceras, tanto en árabe
como en francés; las tiradas suben sin cesar y la recién inaugurada competencia
estimula más al sector. Esta aceleración de la vida política tiene lugar en un
contexto socioeconómico profundamente degradado. Desde la vertiginosa caída del
petróleo en 1986, la economía argelina marcha al ralentí. O más bien está a
punto de asfixiarse. En efecto, los ingresos petrolíferos pasan de 15.000
millones de dólares en 1980 a 7.000 millones en 1986. En un momento, además, en
que se ha producido un auténtico boom demográfico. En 1962, Argelia contaba con
diez millones de habitantes. Hoy, tiene veintiocho. De 1982 a 1985, Argelia
presentó un crecimiento sostenido.
Boom demográfico
La nomenklatura en el poder
redistribuye la renta entre la población, después de quedarse con un buen
pellizco. Las escuelas son gratuitas y los servicios sanitarios, también. Las
empresas nacionales pasan al Tesoro Público. Pero cuando, en 1986, el precio
del barril se hunde, la economía se derrumba con él. Con una inflación
desbocada, cerca del 30% de la población activa está en el paro y cada año
250.000 personas desembocan en el mercado de trabajo.
Esta juventud desocupada y sin futuro
es la que alimenta las filas del FIS. La corrupción alcanza, en esta época,
unas cotas nunca vistas, lo que alimenta aún más el éxito de los islamistas. El
26 de diciembre de 1991, el FIS ganó ampliamente las elecciones legislativas
(el 47% de los sufragios) dada la tasa de abstención masiva.
Y su victoria produce el pánico.
Interviene el Ejército. Se le pide a Chadli que ceda el poder y se interrumpe
el proceso electoral. Al no conseguir movilizar a la población en
manifestaciones callejeras contra el Ejército, sectores enteros del FIS se
decantaron por la violencia. Se proclama el estado de excepción (9 de febrero
de 1992) y se disuelve el FIS (4 de marzo del mismo año).
Este periodo está marcado por el
retorno al país de un gran político, Mohamed Boudiaf, que pasó cerca de 30 años
exiliado en Marruecos. El Ejército le llama para salvar el régimen. Él se da
cuenta de la jugada de los militares y, cuando llega a Argel, asegura que ha
vuelto para «salvar Argelia». Por temperamento, Boudiaf es un político de
cuerpo entero. Por eso consigue entrar de nuevo en contacto con el pueblo y,
sobre todo, con la juventud, que ve en él a un político creíble. Boudiaf, a
pesar de su aversión por el islamismo político, no puede contentarse con una
gestión puramente policial de la crisis argelina. Por eso, denuncia sin piedad
al viejo FLN de los barones, al que ha combatido durante 30 años.
Plenamente consciente de la creciente
aspiración a la justicia social de capas enteras de la población, se enfrentó
con la corrupción y sacó de nuevo a la luz miles de dossieres que duermen el
sueño de los justos en los cajones de la administración. Pero el 29 de junio de
1992 es asesinado por uno de los miembros de su guardia personal. En un proceso
muy contestado, la Justicia se inclina por el crimen aislado. Una versión que
no convence a gran parte de los argelinos, que piensa que la política de
Boudiaf atentaba contra los intereses de la mafia político-financiera y que por
eso murió. En cualquier caso, con él desapareció también la esperanza de una
solución pacífica y justa del conflicto. Los jóvenes le lloran.
Por otra parte, mientras el poder
constituido no consigue controlar la situación, el terrorismo islamista se
incrusta en la sociedad y se instala a sus anchas. La violencia toma la forma
de actividades terroristas realizadas por pequeños grupos de militantes
clandestinos. Actividades a las que responden operaciones de represión. Los
atentados terroristas aumentan sin parar. En su punto de mira estaban, al
principio, sobre todo el Ejército y la Policía. Después comenzaron a atacar a
los intelectuales, a los extranjeros, a los periodistas... Hoy atentan contra
la población en general.
Los periodistas argelinos tienen su
parte alícuota en este drama. Unos sesenta han sido asesinados desde 1993.
Asesinatos reivindicados por grupos islamistas e, incluso, revistas próximas al
FIS. Su objetivo es impedir que los periodistas sigan denunciando esta
violencia que afecta a diario a los inocentes. Yo fui el primer periodista
argelino al que trataron de matar. Era el 17 de mayo de 1993, a las ocho de la
mañana, en presencia de mis hijos, a los que acostumbraba a acompañar todos los
días a su colegio. Le debo la vida a un reflejo de última hora, cuando estaban
acribillando a balazos mi coche. Mis hijos presenciaron toda la escena y aún
hoy están traumatizados por lo que vivieron. Ocho meses después, su madre murió
de graves dolencias cardiacas. Su corazón no pudo soportar que sus hijos
viviesen una situación así.
Vivir con el miedo
Desgraciadamente, los periodistas
argelinos no están sólo en el punto de mira del integrismo. El poder, que ha
optado por dirigir el país con mano fuerte, quiere volver a coartar la libertad
de expresión, de la que gozamos sólo a partir de 1988. Varios periódicos han
sido suspendidos. El Watan ha sido secuestrado cuatro veces en los últimos
años. Muchos periodistas han sido encarcelados (entre ellos, yo mismo) y el
Gobierno utiliza todos los resortes para obstaculizar a la prensa
independiente. Cogidos entre dos fuegos, muchos periodistas se vieron obligados
a exiliarse. Cerca de 500 están hoy en Francia, en Italia, en Bélgica...
Los que optamos por quedarnos, vivimos
con el miedo en las entrañas, cambiamos de domicilio sin parar o vivimos en
hoteles protegidos, separados de nuestras familias y de nuestro medio natural.
Los periodistas independientes no
estamos de acuerdo con esta forma autoritaria de dirigir la sociedad, dado que,
además de provocar una falta total de respeto de los derechos humanos, reduce el
multipartidismo a su mínima expresión, barriendo de un plumazo toda posibilidad
de renacimiento de la vida política democrática, sin la cual no es posible
esperar una mejora rápida de la situación.
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