El Tejado Roto Disparos al aire Ramón Hernández @ramonhernandezg En marzo de 2009 publicamos aquí que Caracas despedía un olor a rancio, que no era a animal muerto ni a basurero, que la pestilencia hacía recordar una herida supurante, ácida y repulsiva. Una peste que salía de lo más profundo, y ablandaba el ánimo: hedía a La Habana, sin la escasa creolina con la que intentan disimular las cloacas que están tapadas desde mucho antes de que se les encaneciera la barba a los muchachos de la revolución. Ese olor a fracaso todavía se siente en Moscú y no termina de desaparecer en Pekín. Es el hedor en el que se desenvuelve el crimen y en el que fluyen ideas letales y repulsivas en el nombre del progreso de la humanidad y la reivindicación de los olvidados de la Tierra. Es el vaho que despide la ideología, la certidumbre de que el fin justifica los medios, y que ha invadido hasta en el más oscuro y alejado de los callejones y la más olvidada escalinata de Caracas: el desco
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