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La catástrofe fue debidamente anunciada

El país como oficio/Miguel Otero Silva

Nos acercamos
a la catástrofe


· No tengo vocación de Jeremías, pero quien no cuida sus vacas gordas termina en la ruina y nosotros hemos hecho con la riqueza petrolera todo lo que no se debe hacer

Ramón Hernández
ELNACIONAL 12/12/1982






A Miguel Otero Silva se le extravió algo y lo busca incasablemente en el bolsillo izquierdo del paltó. No son los lentes; tampoco el yesquero y los cigarrillos, hace tiempo que dejó de fumar. Mordaz, recurre al relativo para obviar bizantinismos.
—Nunca me han propuesto que sea el candidato de la izquierda unida.
Con pinta informal o trajeado convencionalmente, llega al despacho de José Ramón Medina compartiendo anécdotas y buscando cómplices para un sueño por realizar. Hace toques técnicos en los predios de Mario Delfín Becerra, vuelos bajos por la provincia de Misael Salazar Léidenz, se asombra con los uno-no-sabe de Cuto Lamache y se va a escuchar el monólogo silencioso de Oscar Guaramato allá enfrente, viejo Parr de por medio. Ensayista a ratos, escribe novelas y obras de teatro, es poeta y no ha podido desprenderse de la tinta y el plomo que, ahora VDT en el plexo solar, marca a los periodistas. Aquilata el humor.
—Mi vida ha sido el periodismo.
Rehúye las entrevistas alegando poseer pocas dotes para la oratoria, más si se va a publicar en el diario en el cual posee acciones, infinidad de recuerdos y unos cuantos jonrones por contar. Juguetea con sus lentes de pasta, los guarda y los vuelve a sacar. Habla mirando a los ojos, revisando la corrección de la corbata, desechando impropiedades del entrevistador y negándose a dar adelanto alguno sobre la novela que está concluyendo.
—Soy un marxista supersticioso.
Nunca completó sus estudios universitarios de ingeniero, pero sí formó parte de la primera promoción de periodistas, aunque para ese entonces era poco lo que tenía que aprender acerca de las cualidades y los atributos de la noticia, la técnica del reportaje y cómo hacer una excelente entrevista. Ya había obtenido el título de poeta con Agua y cauce, en 1937, y el de novelista con Fiebre en 1939.—No soy crítico, ni ensayista ni profesor de literatura. Jamás he dado clases de nada, salvo de trigonometría, aunque tú no lo sospeches. De la literatura me interesa la creación por encima de todo lo demás, pero la gente se imagina que los escritores están en la obligación de conocer a fondo y divulgar pedagógicamente las teorías literarias y su historia. Odio los congresos de escritores donde se leen ponencias y sobre todo aquellos en los cuales me quieren convencer a mí para que redacte una.
—¿También odia los seudónimos?
—No. Todo lo contrario. En la historia de la literatura y del periodismo venezolano, tanto del siglo XIX como en el siglo XX, ha habido grandes seudónimos de primer orden. Los odio, sí, cuando se usan para atacar con impunidad. Cuando se desconoce la identidad del atacante es muy difícil la defensa. Rechazo el seudónimo cuando se usa para agredir a un político, un escritor, un artista, o a un deportista y no se sabe quién se esconde tras la seudominia.
—¿Usted cuántas veces se ha valido del seudónimo?
—Pocas, y siempre se ha sabido que soy yo. En la primera etapa de El Nacional usé el seudónimo Martín Fierro; luego, en las luchas electorales, firmé Aureliano Buendía. Los otros que he usado también se ha sabido que era yo. Usé muchos seudónimos en El Morrocoy Azul; era una gran tomadera de pelo y todos nos valíamos de diez o doce seudónimos. Andrés Eloy Blanco y yo los cambiábamos todas las semanas. El humorismo del Morrocoy no era muy agresivo., no se ofendía a nadie ni se llegaba a mayores. En la lucha contra Eleazar López Contreras si usé seudónimos, pero es que mi nombre estaba prohibido.
Pero las razones del seudónimo no son siempre políticas, algunas son por vanidad:
—Siempre hay una vanidad del escritor, sobre todo en los escritores que escribimos libros y ganamos premios, aunque yo me he ganado muy pocos: corregir. Yo corrijo mucho. Usaba el seudónimo para dar a entender que era una cosa escrita en volandas, que no estaba escrito por el escritor sino por un periodista que estaba muy apurado.
—¿Usted establece diferencias entre escritor y periodista?
—Hay que hacerlas, aunque en mi trabajo de escritor se note mucho la influencia del periodista y viceversa. Me han dicho que tengo poemas que son una entrevista, un reportaje o un editorial. Y es verdad. Dentro de mi literatura hay todo eso porque soy un periodista de formación y mi vida ha sido el periodismo. Cuando uno, en función periodística, debe escribir algo en veinte minutos, tiene que olvidarse del estilo y de la personalidad literaria, pero un escritor que cuenta con años para terminar la novela puede solazarse en las correcciones y en la técnica. A mí me cuesta mucho trabajo escribir literatura por esa manía perfeccionista que tengo; haciendo periodismo escribo con bastante rapidez y más rápido aun improvisando humorismo.
Acaba de cumplir 74 años. Nació el 26 de octubre de 1908. A los veinte años se enfrentó a Juan Vicente Gómez y acompañó a Gustavo Machado en la toma de Curazao. De una banda a otra repartiendo machetazos.
—El humorismo y la poesía han sido siempre parte de mi naturaleza. En la escuela hacía epigramas contra mis profesores y mis compañeros de estudios. Nunca me he desprendido de esos dos elementos. Me han sido muy útiles, tanto para el periodismo como para la literatura. So unos ingredientes muy buenos que nacieron conmigo.
—¿Y no les da importancia?
—Sí. Sobre todo a la poesía, que se me puso difícil.
—¿La dejó?
—No, en los últimos quince años he publicado dos o tres libros de versos que son, tal vez, para lo no decir los mejores, los menos malos: Elegía coral a Andrés Eloy Blanco, La mar que es el morir y Umbral. Quizás cuando termine la novela que estoy escribiendo, que me está costando mucho trabajo, vuelva a la poesía y al humor. Ya no tengo edad para perder diez años en otra novela.
—¿De qué trata la novela que escribe?
—Eso no se lo digo a nadie. Yo soy un marxista supersticioso. Temo que si adelanto el título o el tema me caiga una maldición gitana o algo parecido.
—¿Usted todavía es marxista con todos los cambios habidos en el mundo?
—Soy absolutamente marxista; por convicción, filosofía y pensamiento. El marxismo permite analizar todos los cambios. No se necesita renegar del marxismo para entender, estudiar, esos cambios. Pero aclaro, no soy marxista erudito, porque leerse El capital es la base esencial del marxismo y yo nunca lo he leído. Conozco resúmenes, así que soy un marxista fallo. En verdad se más de cristianismo que de marxismo. Desde niño leo la Biblia.
—Teniendo dinero es fácil ser comunista…
—Siempre hay gente que con ese tema trata de ponerme un problema de principios, inclusive teórico, diciéndome que no se puede ser socialista teniendo dinero, que sería una contradicción con el marxismo. Tengo varias objeciones a tan esquemática deducción: al marxismo se puede llegar por convencimiento de que es una doctrina filosófica que tiene la razón. También por un sentimiento de justicia, de amor a los oprimidos, a los humillados, a los ofendidos. Y con más razón se puede llegar al marxismo porque se es un explotado o un proletario y se tiene conciencia de clase. Hay otras maneras de llegar, como la amargura, pero por ser de mala índole no la vamos a contar. Mi caso es una mezcla de sentimiento de justicia con la convicción filosófica de que en el marxismo esta la verdad. Yo no era rico. Soy rico porque heredé de mi padre una suma de dinero más o menos grande. Pero pasé mi infancia en un internado y mi adolescencia en pensiones y cárceles. Cuando heredé ya tenía mis convicciones y no las iba a cambiar por cuatro centavos podridos, como dice el pueblo venezolano con mucha razón. Se puede ser marxista y tener dinero, siempre que no se use el marxismo para defender es dinero y son se subordine la convicción ideológica a los reales que se tengan, cosa que nunca he hecho. De paso, yo he corrido todos los riesgos que implica ser marxista en Venezuela: cárceles, persecuciones, destierro. Nunca le he sacado el cuerpo.
—¿Usted cree que hoy la lucha es entre capitalismo o comunismo, o entre dos bloques de poder que se disputan la hegemonía mundial?
—No soy mesiánico, pero opino que la revolución socialista universal anda buscando un genio que la encamine definitivamente. Un genio llamado Carlos Marx concibió los cimientos científicos de la doctrina socialista y los echó a andar. Más tarde otro genio, Lenin, adaptó esos principios a una etapa del capitalismo, la etapa imperialista, que Marx no podía prever en su tiempo. En mi humilde opinión, la revolución necesita un tercer genio que adapte los principios de Marx y Lenin, de acuerdo con la dialéctica marxista-leninista que se lo permitiría, a esta nueva etapa de la historia caracterizada por el triunfo y estabilidad de la revolución socialista en varios países, y por las bombas nucleares que amenazan la existencia del género humano, y por otros fenómenos de diversa índole que no habían sido avizorados en el pasado. La historia no se rige exclusiva y dogmáticamente por el determinismo económico. Muchas veces un genio individual –Aristóteles, Platón, Jesús, Galileo, Erasmo, Bolívar, Marx, Lenin, Freud, Einstein, etc.– alcanza a influir decisivamente en el destino del hombre.
No acude a los adjetivos altisonantes ni a la engolación, acentúa con los gestos de sus grandes manos con uñas bien cortadas. Manos de escritor, doctor.
—El problema más grave de Venezuela es su incapacidad para administrar sus riquezas. El petróleo nos convirtió en nuevos ricos y hemos hecho todo lo que no debíamos hacer. Eso lo han dicho con bastante claridad y competencia hombres de todos los sectores políticos: en el lopecismo planteo este problema con toda su agudeza Alberto Adriani; en el medinismo, Uslar Pietri, quien ha venido alertando por más de cuarenta años; en Acción Democrática, Juan Pablo Pérez Alfonzo hizo un análisis de esta economía rumbo a la bancarrota por la mala administración y la incapacidad de aprovechar el petróleo, y tampoco nadie con poder de decisión le hizo caso; en el movimiento revolucionario Salvador de la Plaza y otros alertaron con propiedad científica. Pero no vemos la intención de detener este desbarajuste. Ahí sí hay que ponerse pesimistas. No tengo vocación de Jeremías, pero si no paramos esta carrera hacia el abismo no sé qué pasará.
—¿La situación es catastrófica?
—De lo que estoy seguro es que cada día nos acercamos más a la catástrofe, a convertirnos de país millonario en mendigo. Cuántos años nos quedan no sé, pero en ese camino vamos. Y no estoy acusando a este gobierno en particular, sino a todos los gobiernos y a todas las clases dominantes venezolanas.
—¿A qué se debe tanta sordera para enderezar el rumbo?
—Lo desconozco. Puede ser por mezquindad, porque no ven más allá de sus narices, por egoísmo, por falta de previsión. Todos sabemos que quien tiene vacas gordas y no las cuida termina en la ruina; eso es elemental, está en la Historia Sagrada.
—Una de la funciones del periodismo es alertar…
—Y lo ha hecho. Los periódicos progresistas se han mantenido en la trinchera de los que piden que sea revisada la forma cómo se invierte la riqueza petrolera.
—Antes eran más combativos…
—En el siglo pasado el periodismo era únicamente combativo, no informaba. Eran periódicos de partido hechos por políticos, no por periodistas. Yo no creo que en el periodismo todo tiempo pasado fue mejor. Hasta que aparecieron El Nacional y Últimas Noticias, de Kotepa Delgado, el periodismo venezolano era muy atrasado. Unas sábanas sin gráficas. Hechas desde el escritorio, con goma y tijeras, recortando publicaciones extranjeras. El periodismo moderno no sólo implicó nuevas técnicas, sino también la incorporación del periodista profesional. Hoy el periodista venezolano es uno de los mejores de habla española, antes de 1936 era de los más adocenados.
—Hoy está de moda combinar la información con la opinión. ¿Usted está de acuerdo?
—Con toda sinceridad, opino que un periódico der información general que aspire a reflejar noticiosamente las creencias políticas y sociales de todo el conglomerado social cometería un error si concediera libertad interpretativa de la noticia a sus reporteros o redactores. Fíjate bien. Creo que en las secciones de opinión, las páginas editoriales y las columnas firmadas, cada uno tiene el derecho de interpretar y comentar los acontecimientos según su criterio. Pero no concibo iguales privilegios para las páginas informativas. Piensa en el caos que se formaría si el reportero copeyano reseñara un mitin como copeyano y el izquierdista reseñara una sesión parlamentaria como izquierdista, y el adeco reseñara un discurso de un líder como adeco. Sería un verdadero arroz con mango las páginas informativas de ese supuesto periódico. Aunque yo sé muy bien que la objetividad y la imparcialidad son relativas, creo que hay matices dentro de esa relatividad y que se puede logar en un periódico una información política bastante equilibrada si sus dirigentes ponen empeño en ello. En resumen, para un periódico de partido resulta fácil dar libertad interpretativa a sus reporteros políticos, porque sabe que ellos van a interpretar de acuerdo con la línea del partido. Sin embargo, para un periódico esencialmente informativo, que no discrimina filiación política de sus reporteros para darles empleo, permitir que cada uno de ellos “interprete” los sucesos según su preferencia política sería contribuir a acentuar la confusión de los lectores, que ya bastante confundidos andan. Un periódico sin directores, sin jefes y sin línea, desembocaría, a mi juicio, en la anarquía. Siempre me ha parecido que el anarquismo no conduce a ninguna parte.
—¿Por qué es tan importante la política en la vida del venezolano?
—Porque por muchos decenios les prohibieron ejercitar las funciones públicas: votar, hablar contra el gobierno o a favor, formar partidos, organizar sindicatos. Pero yo creo que se exagera, que la política está ocupando mucho más espacio mental y en la vida del que debiera. Estas contiendas electorales que duran yo no sé cuántos años y esa pasión política desorbitada, impiden trabajar en otras cosas tan o más útiles. Es insólito, ya Carlos Andrés Pérez está lanzando su candidatura para 1988.
—¿Está desencantado de la política?
—No, ni estoy apartado de la política. Sucede, simplemente, que la división de las izquierdas venezolanas, a mi juicio es el más suicida de los disparates, me ha obligado a marginarme del pandemónium electoral. La proclamación de la candidatura de José Vicente Rangel en la avenida Bolívar fue una masiva concentración del pueblo, como había sido un acto grandemente significativo la proclamación de la candidatura de Teodoro Petkoff en el Poliedro. Los dos hechos demuestran el poderío que tendría la unidad de las izquierdas en este país y cómo esa unidad representaría una real opción de victoria frente a los partidos del sistema. Permíteme soñar un instante. Las izquierdas unidas sacarían más de 25% de los votos, pasaría a ser la segunda fuerza política del país, colmaría los recintos legislativos de parlamentarios, de propagandistas y organizadores del socialismo, plantearían la alternativa de un gran triunfo para elecciones posteriores. Eso, que puede verlo y comprenderlo hasta un niño de kindergarten, no quieren o no pueden verlo los dirigentes de nuestra izquierda.
—¿Por qué nunca ha aceptado la postulación como candidato de la izquierda?
—No sé si conoces el viejo cuento del cura párroco de un pequeño pueblo a quien le preguntaron por qué no había tocado las campanas para recibir al obispo, y él respondió: “Entre otras cosas, porque en mi pobre iglesia no hay campanas”. Pues bien, yo no he aceptado esa candidatura de las izquierdas porque, entre otras cosas, nunca me la han ofrecido.
—¿Y los nuevos escritores?
—Por mis lecturas periodísticas y por uno que otro libro que me mandan, veo que hay un nuevo grupo de poetas y de narradores de gran significación dentro de nuestra historia literaria y del mismo panorama latinoamericano. Si no doy nombres, esto puede parecer una adulancia, pero no los doy para evadir olvidos. Soy optimista ante las nuevas generaciones literarias.
—Cuando joven no era tan complaciente…
—En mi juventud fui espantosamente sectario, es cierto. Consideraba la obra como un medio de lucha revolucionaria, escribía poemas de cartel y si no me hundí para siempre en eso que arbitrariamente llaman realismo socialista fue porque me salvaron el humorismo y la poesía. En mi madurez (vejez es una palabra horrible), sin haber dejado de ser igualmente revolucionario que en mi juventud, defiendo y respeto con toda el alma la libertad de creación, la autenticidad del artista como arcilla primordial de la obra, sin que por eso opine que el artista por el solo hecho de serlo adquiere el derecho a darle la espalda al destino de su pueblo y a cerrar los ojos frente a los peligros que se ciernen sobre la humanidad.
—Hoy los talleres literarios sustituyen a Viernes, Sardio, Tabla Redonda, válvula, El Techo de la Ballena... ¿Hemos ganado con el cambio?
—No me atrevo a juzgar. Allí no todo es negativo ni todo es positivo. Yo he asistido a algunos talleres y he encontrado jóvenes que hablan con gran lucidez y gran talento creativo. Algunos han dicho que de allí salen con una especie de estilo, de técnica común, que los unifica demasiado y les traba las posibilidades de creación individual. Pero, admito, los juicios artísticos son realmente frágiles, mientras no los aquilata el tiempo. Pongamos el caso de Rómulo Gallegos, que es el más representativo. Hubo una época de endiosarlo, después vino otra de negarlo, y actualmente se le está justipreciando en su verdadero significado, que en mi opinión es muy alto.
—¿Y sus libros?
—Se sabrá si valen algo o no valen nada después de mi muerte, y desgraciadamente yo no estaré ahí para enterarme del veredicto. La crítica literaria no me desagrada, así sea desfavorable, salvo cuando se meten conmigo en el terreno personal que sí me arrecha.
—¿Por qué tampoco acepta entrevistas en la televisión?
—Comprendo que es el medio de comunicación más característico de la era contemporánea, por lo menos hasta la fecha. Acepto la televisión pero no me obliguen a participar en ella, porque carezco de dotes de actor teatral. Mi medio de expresión es la escritura y no la oratoria. No me gusta que me maquillen ni que me enfoquen luces en la cara, y porque ignoro cuántas y cuáles personas lo están viendo a uno, y oyendo, mientras hablo. En Venezuela se puso de moda agredir al personaje que asiste a los programas de televisión, hacerle preguntas indiscretas o conflictivas, meterse en su vida privada, impulsarlo a hacer el ridículo. A mí trataron de hacérmelo dos o tres veces y decidí no volver. Está bien que lo insulten a uno en un periódico más o menos amarillo, o en un corrillo donde uno no está presente, pero eso de que un señor o una señora se permita agredirlo cara a cara , en una pantalla que están viendo millares de personas, eso sí es intolerable. La última vez que caí en la tentación fue en un programa, y que en homenaje a mi persona, que me iba a hacer el Ministerio de Educación para que yo hablara de mi obra literaria. Sería muy corto, me pondrían como entrevistador a un amigo mío que me apreciaba mucho. Todo eso me prometieron para ablandar mi negativa. En efecto, me enfrentaron a mi amigo Paco Vera Izquierdo, quien lejos de preguntarme sobre mi vida de escritor, se dedicó a denigrar de los poemas de Andrés Eloy Blanco y Pablo Neruda, mis grandes hermanos muertos. No vuelvo ni a tiros.
—¿Usted valora mucho la amistad?
—Uno de los conceptos fundamentales en mi vida ha sido el de la amistad. Tengo más de doscientos amigos entrañables, muchos de ellos de mi edad, y otros mayores que yo a quienes no nombro para que no se ofendan, y algunos bastante menores, como mis hijos Miguel Henrique y Mariana. También tengo unos siete enemigos o, mejor dicho, siete tipos que me odian sin yo saber exactamente por qué. Naturalmente que yo también los odio, porque la única sentencia que no he logrado entender de Jesús de Nazaret es aquella por medio de la cual nos aconseja poner la otra mejilla. Sin embargo, recuerdo que Él echaba a cuerazos a los mercaderes del templo cuando le parecía necesario.
—¿Está muy contento porque su amigo Gabriel García Márquez obtuvo el Premio Nobel de Literatura?
—Sí, fue una gran alegría que todavía estoy disfrutado.
—Aunque signifique haberle arrebatado la última oportunidad a Borges?
—El problema de Jorge Luis Borges, uno de los escritores más universales del siglo XX, es, sin duda alguna, un asunto muy complejo. Algunos admiradores del extraordinario autor argentino, entre ellos Juan Liscano y Tomás Eloy Martínez, han declarado que Borges no se ha ganado ni se gana el Premio Nobel porque un académico sueco llamado Artur Lundkvist se ha convertido en un ensañado inquisidor para impedirlo. Me permito disentir de ellos. Artur Lundkvist, poeta y ensayista, de mucha importancia, es el más fervoroso amigo que tiene la literatura latinoamericana dentro de la academia sueca. Me consta que luchó para que Asturias y Neruda ganaran el Nobel, y me consta que estaba luchando para que lo obtuviera Carpentier cuando al autor de El siglo de las luces lo detuvo la muerte. No me consta, pero es muy probable que haya defendido la candidatura de García Márquez. Lo de Borges es harina de otro costal. Hay una premisa en las bases del Premio Nobel que pauta como requisito para ganarlos que el candidato haya adoptado en la vida una actitud consecuente con la libertad y la paz. No lo recuerdo de memoria, porque lo leí una sola vez, pero más o menos eso es lo que dice, y por tal motivo no lo obtuvieron nunca el formidable poeta norteamericano Ezra Pound, que se pasó durante la guerra al fascismo italiano, ni el prodigioso novelista francés Louis Ferdinand Celine, que se pasó al nazismo alemán. Mientras nuestro admiradísimo Jorge Luis Borges siga declarando que los negros son una raza inferior merecedora de la esclavitud, y que las mujeres nunca han debido dejar de ser apaleadas por los hombres, y que Franco era el gobernante que España necesitaba, y que Pinochet es una bendición que Dios le mandó al pueblo chileno, y que el Pentágono y los Marines hicieron bien e invadir Santo Domingo, etcétera, no se va a ganar el Premio Nobel, y no precisamente por culpa de Artur Lundkvist.
—¿Usted conoció a Ramos Sucre?
—Sí. Más aún, fue mi maestro de francés y era amigo de mi familia. Por cierto que los discípulos inmediatos de Ramos Sucre teníamos en altísima estima su obra literaria, lo invitábamos a colaborar en nuestras revistas de vanguardia. Lo consideramos siempre como un maestro de la literatura venezolana y americana, como un adelantado de las letras. El primero en escribir un libro laudatorio sobre la poesía de Ramos Sucre fue Carlos Augusto León, que es apenas unos meses menor que yo. Te digo estas cosas porque de repente han salido “descubridores” de Ramos Sucre empeñados en afirmar que su obra pasó inadvertida por nosotros. Y algo peor, quieren exaltar la obra de Ramos Sucre pero sólo para emplearla como arma destructiva contra el resto de la literatura venezolana. Es una falacia que el propio Ramos Sucre había rechazado con indignación.
—Algunas personas critican su afición a las carreras de caballos…
—Mi pasión por el hipismo es cierta, y no me avergüenzo de ella. A los siete años de edad, cuando hacía una barrabasada, el castigo de mis padres era no dejarme ir el domingo al hipódromo. Ya adulto me gustaba, y me gusta, una frase del pinto romántico francés Théodore Gericault: “La vida puede ser una porquería, pero hay tres cosas que justifican vivirla: el amor de una mujer, la creación artística y las carreras de caballos”.

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