La historia transformada en "merecote"
Manuel Alfredo Rodríguez:
Parecía imposible
que pudiéramos retroceder tanto
09/02/2000
Cuando el poder civil se ve compelido a entregarle demasiado poder a los militares; o cuando el poder civil se degrada, porque los magistrados pierden el sentido de la majestad del poder, se ponen a cometer ridiculeces y se convierten en payasos, viene la recurrencia de tipo cuartelario... Venezuela está viviendo un período cuartelario, con la complicidad de civiles que nunca han creído en la democracia
Eso que llaman el Congresillo es, efectivamente, un congresillo, no tanto por cómo se eligió sino por su mediocridad. En este Gobierno, habrá dos o tres personas que tienen sesos y razonan; de resto la mentalidad imperante es subalterna
Esa incoherencia, ese merecote de Simón Bolívar citado cuando le conviene, fuera de contexto o mutilando la frase; ese merecote de Simón Rodríguez y de Zamora falsificado y embusteriado, que repite que Zamora fue socialista, con todo ese revoltillo mental de Engels, Marx, Mao y Ceresole se va al mercado diez o doce días, pero no da para 40 años.
RAMON HERNANDEZ
Manuel Alfredo Rodríguez tose desde el fondo del alma y su inmensa humanidad tiembla con un estertor que parece un adiós, o casi una despedida. Pasada la crisis, vuelve a respirar y a inhalar el cigarrillo que le ha puesto los dedos amarillos, como un quejumbroso y marchito temblor. Periodista, historiador y abogado con título académico, se considera un damnificado del kino Chávez y de las torrenteteras del Avila que arrastraron su biblioteca y con ella, quizás, todavía no lo sabe, la pila de libros viejos que trajo hace más de 50 años de su natal Ciudad Bolívar, en una maleta de cartón, junto con dos “fluxecitos” mal hechos por su compadre Víctor Ortiz.—Soy un escritor que lucha por la vigencia del régimen democrático y por el perfeccionamiento de la justicia social.
—¿Ha triunfado?
—Creo que no. La actual circunstancia venezolana es realmente patética. Todos los progresos que se lograron este siglo, que alternaban con frustraciones, se han perdido o están en trance de perderse. Venezuela ha caído en una especie de involución inexplicable; parecía imposible que pudiéramos retroceder tanto.
Habita un apartamento casi vacío que se plena con los ruidos del vecindario y el resplandor de un ventanal desnudo de cortinas y dispuesto a la aventura. De voz gruesa y potente, tanto que una vez habló en el Aula Magna sin micrófono y todo el mundo lo escuchó, la modula con maña de locutor. Habla jugueteando con el encendedor, pero atento al sujeto y a sus predicados, y a la coherencia de la frase. Viste una camisa sin cuello, de cuadros, y un traje gris. Su rostro calza una sombra somera de barba blanca.
—Soy un damnificado. El kino Chávez arrasó conmigo. Me quedé sin empleo, y no tengo bienes de fortuna ni rentas. Estoy como los músicos, matando tigres. Si no trabajo, no como, igual que un taxista. En la Academia de la Historia quedó vacante una plaza de investigador, cuyo sueldo paga el Ministerio de Educación. Yo tenía mis temores cuando la solicité, pero, pasados siete días, alguien de la Academia fue a averiguar qué pasaba con la aprobación, y le respondieron que no, porque “ese hombre es enemigo del Gobierno”.
Antiguo frecuentador de los predios de la República del Este, entre tragos y conversas, ha sido profesor de postgrado de la UCV y de la Santa María. Ahora está escribiendo una biografía de Joaquín Crespo.
—Un personaje que me interesa muchísimo, que es la expresión de la democracia social más cabal que ha tenido el país. Un muchacho, hijo de un brujo de profesión, se va a la guerra a los 16 años, como soldado raso, y a los 34 años, con 16 plomos en el cuerpo, es general en jefe y Presidente de la República. Hasta su muerte fue de romancero: murió a caballo, en el campo de batalla. Un hombre fascinante, con muchos defectos y con grandes virtudes. Otro Páez. Y así como era valiente, era generoso, como los ríos grandes, como el Orinoco, que no mata gente porque es demasiado grande y noble, y avisa cuando va creciendo. Las que matan son estas quebraditas cagonas, que no tienen belleza ni grandeza.
Fue senador por el estado Bolívar -con los votos de sus amigos, que son muchos, y también los de Convergencia y AD-, hasta que renunció para participar en la quimera de la Asamblea Constituyente. No se ha retirado de la política ni del combate, pese a la tos.
—Yo empecé a militar en AD muy muchacho, sin tener la edad necesaria. Más o menos en 1944, cuando Luis Beltrán Prieto y Raúl Leoni fueron a Ciudad Bolívar a fundar el partido. Después vine a Caracas para estudiar el quinto año de bachillerato, que no existía en Guayana, en el Liceo Fermín Toro. Obtuve el título de bachiller en Filosofía y Letras, un nombre bastante pedante y bastante desproporcionado para la instrucción recibida. El derrocamiento de Rómulo Gallegos sobrevino poco después de haberme inscrito en la Facultad de Derecho de la Universidad Central, donde se produjo la primera señal de la resistencia contra la dictadura: un grupo de estudiantes se encaramó en la torrecita gótica del actual Palacio de la Academias y tocó a duelo las campanas. El 12 de febrero de 1949, fue el comienzo de la pelea universitaria. Ese día me correspondió dirigir una arenga a las puertas de la universidad y llamar a la resistencia civil. El coronel Marcos Pérez Jiménez liquidó la autonomía universitaria y declaró que la Escuela Militar le era mucho más útil al país que las universidades. Convirtió a la UCV en una réplica de cuartel. Más de 200 estudiantes fuimos expulsados y comenzó la huelga más formidable que se haya organizado en universidad alguna de América Latina. Duró dos años. La represión también alcanzó a los profesores. Muchos fueron sacados del país.
A veces los recuerdos le nublan los ojos. Entonces, la barbilla le toca el pe-cho, o mira a las flores que están más allá, pero no a los ojos que lo miran.
—En 1952 pasé a la clandestinidad total. Cuando cayeron presos, en 1954, Rigoberto Henríquez Vera, Simón Alberto Consalvi, Andrés Hernández Vásquez y otros, en el CEN de AD quedamos dos personas: Héctor Vargas Acosta y yo, que era el secretario juvenil. Fue el año más espantoso de la represión. Se reunía en Caracas la X Conferencia Interamericana y Pedro Estrada y Pérez Jiménez dieron la seguridad a Washington de que en Venezuela ya no había actividades comunistas. A los adecos nos llamaban comunistas blancos o rosados. Perdieron los controles. Mataron a Luis Hurtado y al negro López, y empezaron a torturar a mujeres. Se sintieron con mano libre para cometer todas las tropelías y crímenes. Yo había mantenido en secreto mi matrimonio, pero la imprudencia de un compañero permitió que detuvieran a mi mujer. Fue muy maltratada. Yo había leído que a María Antonieta se le puso el pelo blanco en una noche. Pensaba que era una leyenda. Confieso que ese día, por el horror de que maltrataran a una persona inocente por mi culpa, se me empezó a poner el pelo blanco. Mi mujer no era política. También apresaron a mi suegra, una anciana, y al doctor Raúl Ramírez, quien pasó un año en la cárcel por ser primo mío, más nada. De eso no se recuperó nunca. Salió con trastornos mentales que lo llevaron a la muerte.
—¿Por qué lo expulsaron a México?
—Los jóvenes del partido hicimos una acción particularmente heroica: llenamos de letreros contra el gobierno la ciudad universitaria. Eso determinó mi sentencia de muerte, por lo que el partido autorizó mi salida del país. Al no poderme refugiar en la embajada de Colombia, el doctor Delgado Sanabria me consiguió asilo con el embajador mexicano Romeo Ortega. La gran dificultad era que la sede diplomática estaba al lado de la casa de Pérez Jiménez, en una calle ciega de El Paraíso. El carro que me llevó entró a toda velocidad, me bajé corriendo y brinqué la verja. Ese día batí el récord de salto alto, y pude conocer las fuerzas que da el miedo. Los esbirros que estaban en el jardín trataron de detenerme, pero me defendí a puñetazos, patadas y gritos El embajador me rescató pistola en mano. Con la lengua fuera, redacté la solicitud de asilo. Pasaron dos meses en la embajada y el Gobierno no me otorgaba el salvoconducto. Alegaba que yo era un delincuente común, un ladrón o quién sabe qué. Un día el embajador me dijo que si la Cancillería no le daba esa tarde mi pasaporte me iba sacar del país envuelto en la bandera mexicana. “¿Está dispuesto?”, me preguntó. Romeo Ortega era un viejo político y su embajada era la única que daba asilo. Me decía que tuviera cuidado con los diplomáticos de carrera, “esos carajos venden a la madre por una condecoración. No hay nada más peligroso que un diplomático de carrera”. Me dejaron salir.
Se tapa un oído. No quiere escuchar el llanto de la hija, que gritaba como una desaforada en sus brazos porque no lo conocía, mientras la esposa preparaba el biberón en la sala de espera del aeropuerto, llena de vergüenza. “La gente podía creer que éramos unos delincuente que expulsaban del país”.
—En México, a los tres días, localicé a los compañeros venezolanos por la vía más simple: busqué el nombre de Rómulo Gallegos en el libreto telefónico. Inmediatamente me incorporé al grupo México. Gonzalo Barrios y yo hicimos el periódico Venezuela Democrática, uno de los esfuerzos intelectuales más importantes del exilio: pretendía darle una respuesta doctrinaria a las nuevas inquietudes ideológica. Hasta fines de 1957, hice las veces de secretario, de plumario, de Rómulo Gallegos. No estudié en el exilio, y me lo he reprochado mucho. Me parecía que robarle un minuto al trabajo político era perpetuar la dictadura que existía en Venezuela. Me horrorizaba terminar anciano fuera del país y que mis hijos no tuvieran patria. A finales del año 1957, comunistas, adecos y unos cuantos copeyanos hicimos una gestión ante la Comisión de Derechos Humanos de la ONU en la que protestábamos contra del exilio de los jóvenes venezolanos. A los pocos días, Pérez Jiménez concedió varias visas. Entre ellas estaba la mía. Conseguí dinero prestado y regresé a Venezuela. La situación del país era terrible. Acababa de caer preso el CEN de AD. La gente que me conocía, si me encontraba en la calle, ni me saludaba. Ponían cara de horror. El Nacional me publicó algunos artículos y conseguí trabajo en una venta de discos en la esquina de Cipreses, propiedad de mi paisano José Tadeo Machado. Traté de incorporarme a la Junta Patriótica, pero ya en AD había dos grupos perfectamente marcados y la Junta estaba en manos de la gente que luego fundaría el MIR.
—¿Por qué no era del grupo del MIR?
—Yo creía en la vigencia de la socialdemocracia. Además, pensaba que era lo más tonto del mundo hacer una réplica del Partido Comunista. Si ya existía uno, ¿para qué otro? Era preferible ingresar al PCV. Moscú no iba a retirarle el apoyo a sus viejos camaradas, probados en 20 mil lances, para dárselo a una organización nueva. Esas circunstancias me forzaron a sumarme al grupo ARS, dirigido por Raúl Ramos Jiménez, que sostenía la vigencia y la necesidad de volver a las fuentes doctrinales del PDN. Se produjo una lucha feroz. Antes de la división, la gente del MIR estaba ida de AD; ida en lo ideológico y en lo afectivo. Un partido político no es sólo la adhesión a unos determinados principios, sino también una comunidad de afectos y desafectos. La gente del MIR hizo una cuestión de honor que yo no pisara la universidad. Tuve que reingresar a la UCV prácticamente a puñetazos.
—¿A estudiar?
—No, al trabajo político. Estuve muy metido en la lucha política. Era fundamental ganar las elecciones de 1958. No por la avidez de poder, sino por la justificación histórica de lo que habíamos hecho. Betancourt era la única persona capaz de aglutinar al partido y de mover al país, abstracción hecha de cualquier divergencia que con él se tuviera, Betancourt era un jefe, un gran líder. Debo aclarar que nunca fui guerrillero. Nunca. No se me puede acusar de inconsecuencia ni de deslealtad. No fui delator ni perseguidor. Ni tomé represalias contra nadie. A mis amigos personales los ayudé en lo que pude, pero nunca creí en la guerrilla. Era la más absoluta ridiculez y una de las causas de actual desastre venezolano.
—¿Por qué?
—La guerrilla exacerbó el espíritu castrense y puso a los militares en el primer plano. Cuando el poder civil se ve compelido a entregarle demasiado poder a los militares; o cuando el poder civil se degrada, porque los magistrados pierden el sentido de la majestad del poder, se ponen a cometer ridiculeces y se convierten en payasos, viene la recurrencia de tipo cuartelario. El problema de la democracia en América Latina es conservar a los militares en su jerarquía institucional.
En el bolsillo derecho del saco guarda los cigarrillos. Los saca uno a uno, como si se tratara de un acto de magia, o como si se quisiera esconder la marca de la cajetilla. Los manosea y los estira antes de prenderlos, quizás para tratar de espantar las ganas de fumar. Tose y pide café.
—En 1961, los arsistas fuimos expulsados de AD y fundamos AD-Oposición. Fui el representante ante el Consejo Supremo Electoral. Después de los comicios, ante el rechazo en las urnas de la militancia adeca, cambiamos el nombre por el de Partido Revolucionario Nacionalista, PRN. Luego, por la generosidad y la grandeza de alma de Raúl Ramos Jiménez, en un esfuerzo para unificar la izquierda democrática, se constituyó el PRIN. Pero se dio una situación muy molestosa. El partido entró en una cadena de problemas internos, de des-agrados. La gente que venía del grupo de José Vicente Rangel le hacía a uno exámenes de marxismo. Nos consideraban reaccionarios. Nos preguntaban la ley de la dialéctica y qué sale cuando se pone a calentar agua, qué es el humo y todas esas cosas. No hay nada que desgaste más y deje más amarguras que las luchas internas. El combate con los adversarios externos se lleva, pero las peleas internas son sumamente amargas: se sacan a la polémica pública cosas que se conocieron por la amistad. Es lo más espantoso. Cuando vi que el PRIN iba por muy mal camino, voluntariamente me excluí de la lucha política.
—¿Para siempre?
—Me quedé independiente. Un día, en momentos cuando la situación del país era muy mala, sobre todo por los excesos de la señora Blanca Ibáñez, me acerqué a un grupo independiente que se estaba constituyendo, el Movimiento Moral. Me opuse rotundamente a ese nombre. Sonaba falso, a pacatería y a necedad parroquial, pero fue el que escogieron. Tampoco me gustaba el funcionamiento interno ni sus integrantes: era un grupo heterogéneo, aluvional, con hombres de mentalidades distintas y sin noción de la relación humano-política. Eran catedráticos que ignoraban que dictar un curso de Epistemología en la Escuela de Filosofía no es lo mismo que relacionarse con gente humilde que no sabe de esas cosas. Sin hacerme muchas ilusiones, los acompañé discretamente hasta lo último. Se extinguió como tenía que extinguirse.
—De muerte natural...
—No tenía estructura y, además, sus miembros la rechazaban. Olvidaban la frase de Clausewitz, de que “la política es la continuidad de la guerra por otros medios”. En la guerra se necesita ejército; y, en política, el partido es el ejército. Necesita una estructura, una jerarquía y una disciplina; de lo contrario, se tiene un ateneo o un club literario, pero no un partido.
—Los triunfadores de hoy son los derrotados de las guerrillas de ayer...
—Algunos, pero han sacrificado el ideario marxista. Es más, creo que no proceden por razones ideológicas, sino personales. Uno de ellos, el más caracterizado, ha dicho que no se muere sin echar una vaina bien grande y cobrársela a los adecos. Lo que pasa es que en esa cobranza no sólo se están llevando por delante a los adecos, sino también al país y todos sus logros democráticos. Ellos saben perfectamente que un movimiento aconsejado por Ceresole, y fruto de una logia militar, no puede producir un cambio revolucionario. Ahí está la nueva Constitución. Es una ordenanza cuartelaria que elimina todas las conquistas del civismo venezolano. La militarización del país está planteada en la Constitución en términos irreversibles. No le fija a las Fuerzas Armadas la obligación de defender las instituciones democráticas y las exime de todo control por parte de la sociedad civil. La nueva Carta Magna está dirigida a garantizar la reelección de Chávez, a quien le concede poderes que ni siquiera Juan Vicente Gómez se atrevió a darse.
—El discurso contra las cúpulas podridas, la cogollocracia y la corrupción prendió en la opinión pública...
—La incapacidad de renovación de los partidos tradicionales permitió lo que estamos viviendo. La reiteración de errores y, especialmente, la falta de liderazgo. Los líderes de las generaciones recientes no tuvieron el guáramo ideológico ni el carisma de los líderes de generación fundadora. Otros llegaron directamente a disfrutar el botín.
A pocos metros del ventanal, se dispara la alarma de un carro, pero el chi-rriante pirepriiiiiiiipapripeee no despierta suspicacias ni curiosidades. Es la rutina caraqueña.
—El país ha involucionado. Está viviendo un período cuartelario, con la complicidad de civiles que nunca han creído en la democracia. La experiencia histórica ha demostrado que el Parlamento no es un cesto de desperdicios, ni un simple reducto del poder burgués, sino que, con sus limitaciones y su heterogeneidad, representa a la sociedad en general. Sin Parlamento no hay democracia. Eso que llaman el Congresillo es, efectivamente, un congresillo, no tanto por cómo se eligió sino por su mediocridad. En este Gobierno, habrá dos o tres personas que tienen sesos y razonan; de resto la mentalidad imperante es subalterna. Eso me obliga a mantener una posición de beligerancia.
—Usted estuvo cerca de Chávez.
—Yo asistí a algunas reuniones del Frente Patriótico. El señor Chávez me mandó a llamar a la cárcel de Yare por un artículo que publiqué sobre lo grave que era para la estabilidad del país la posibilidad de una división en las Fuerzas Armadas. Hablamos largamente. Después asistí a una reunión en Pro Venezuela. Pero cuando vi el desenvolvimiento de aquello, me aparté. Llegué a la conclusión de que ese no era mi lugar, que era imposible injertar una estructura de comando civil en aquel aparato. El liderazgo surge de la masa. El líder se acredita en la competición por su claridad de juicio, por su lucidez y por su capacidad de entender a la gente. No me gusta el líder predeterminado, a quien hay que cuadrársele desde el comienzo. Es la resurrección del personalismo, del hombre providencial.
—¿Los Páez y los Zamoras?
—No, ahora son los títulos de jugar beisbol, de decir soy el cuarto bate, pero hechos épicos, ejecutorias majestuosas no hay. Es abrumadora la cantidad de militares en cargos públicos. Hasta Dirección de Cultura del Ministerio del Trabajo, un cargo que por años ocupó el poeta Manual Rodríguez Cárdenas, de ahí salió el grupo de danzarines de Yolanda Moreno, esa hermosa reina, negra y bella, ahora lo ejerce un militar. A donde uno se voltea, hay un militar. No es que me oponga a que los militares participen en la administración pública. No. Lo malo es el exceso, que convertido en privilegio es terrible.
—El país vive una revolución. Las cosas buenas no tienen que ser como se las ha imaginado...
—Tampoco tienen que ser peores. El franquismo fue una revolución. También el nazismo y el fascismo, y ya sabemos en lo que terminaron.
—Es una revolución producto del papelón histórico de AD y Copei.
—Aunque mi experiencia parlamentaria fue corta, siempre insistí en el Congreso, en forma privada, en la necesidad de reformar la Constitución. No porque la Constitución de 1961 fuese mala. Al contrario, es la más grande que haya tenido el país y una de las más notables del mundo democrático. Pero había que ajustarla a las nuevas experiencias, remediarle algunas fallas y perfeccionarle los aciertos. Fue imposible. Los compañeros parlamentario no entendieron. En los treinta y pico de años de democracia hubo un fracaso cardinal: no se educó al pueblo para la democracia. Y en el pueblo venezolano, como decía Blasco Ibáñez, los muertos mandan. Los pueblos no se desligan de una manera inmediata, violenta, de sus tradiciones y de su pasado.
—Siempre ha habido cierto desprecio hacia los políticos...
—La política es el acto de conducir hombres. Es una calumnia, y un crimen, pensar que los políticos son alimañas. Yo quisiera ver cuál de los políticos de la Quinta República es más honorable que Luis Beltrán Prieto, Juan Pablo Pérez Alfonso, Rómulo Gallegos, Jóvito Villalba o que la figura más polémica: Rómulo Betancourt. ¿Quién puede acusar de ladrón a Betancourt? Hasta han llegado a meterse, calumniosamente, con su integridad viril, pero no han podido decirle ladrón. Los verdaderos aventureros y atracadores están en el Polo Patriótico y en la Quinta República, pero quieren aparecer como vírgenes impolutas.
—Se habla de democracia participativa...
—La acepción más común de democracia participativa es la democracia de plaza pública, de plebiscito permanente, generalmente se basa en chusmas, como la que iba con boinas rojas y cabillas a apostarse a las puertas del Congreso; y lo que hacía Fidel Castro en los primeros tiempos de la revolución. Aquí, hasta ahora, la única democracia participativa, directa, que se ha visto son las cosas que se hicieron contra el Congreso, en las que hasta a un hombre tan agresivo como el diputado Carlos Melo, que no se caracteriza por su docilidad, le cayeron a pescozadas sus propios correligionarios. De milagro no lo medio mataron. Lo que ocurre con el periódico La Razón, las presiones que se le hacen, se llama pura y simplemente fascismo. Este es un fascismo en alpargata, un fascismo chancletero con el pelo patúo. Cada damnificados quiere una casa, amueblada y con televisor, y el Gobierno dice que se lo dará. Ese es el Estado paternalista del que abusó la democracia. Chávez va a tener serias dificultades con eso. En el estado Bolívar, el chavismo fundó un movimiento para organizar invasiones de tierras de gente que no simpatiza con el Gobierno. Si usted autoriza invasiones, ¿cómo convence a la gente de que invierta?
—El Presidente insiste en la necesidad de distribuir la riqueza y de encontrar formas de producción más humanas, un modo quasibolchevique...
—Aquí lo único que se puede distribuir es miseria. Lo importante es restablecer la paz y la confianza, para que vuelva la inmensa masa de capitales venezolanos que está fuera del país. Por cierto, varios de los más entusiastas apoyadores de la Quinta República tienen gruesas sumas de dinero en el exterior. Yo deseo, para mi país, la mayor suma de bienestar y de tranquilidad, y que la gente coma completo. Ojalá esa fórmula quasibolchevique dé resultados y resuelva el problema de la marginalidad, uno de los más horribles: no sólo degrada físicamente al hombre sino que también lo reduce a la animalidad. Alarma cuando entrevistan por televisión a personas que, por la posición que ocupan, deben tener cierto nivel mental y no son capaces de coordinar una idea, por incoherencia y pobreza de lenguaje. No pido que sean Dantón o Robespierre, ni siquiera Jóvito Villalba o Andrés Eloy Blanco, sino que coordinen una idea. Es patético oírlos repetir “no sé, no sé, en relación a, este”.
—El venezolano ha sido educado más para pedir que para producir...
—La pedigüeñería es terrible. La otra cosa es el peculado, que avanza como la verdolaga. Se están haciendo negociados y está surgiendo, otra vez, la figura del íntimo amigo del Presidente. El general Gómez tuvo a Antonio Pimentel, que era rico, muy rico, pero salió diez veces más rico. No tenía puesto público, ni lo necesitaba. Ahora hay personajes como el señor Tobías Carrero.
—La sociedad civil estuvo invadida por los partidos, desde la junta de con-dominio hasta los colegios profesionales. Ahora los venezolanos quieren otra manera de hacer política...
—Las fórmulas autoritarias sólo conducen al despotismo y a la degradación. No resuelven nada, sólo perpetúan los males. Venezuela tiene que volver a la democracia normal, pero sin repetir los errores y los excesos en que se incurrió en el pasado.
—Usted compara este régimen con un sistema autoritario, pero aquí no hay presos ni torturados...
—Gracias a Dios. Después del derrocamiento de Rómulo Gallegos, hubo un enfrentamiento entre el sector perejimenista, fascistoide, y el sector moderado que encabezaba Carlos Delgado Chalbaud. Justamente, lo que resuelve la pugna es el asesinato de Delgado Challbaud.
—¿Se está repitiendo esa pugna?
—La pugna entre militares y civiles en el MVR es ostensible. Y entre los partidos que llamo parásitos del Polo Patriótico y el Polo Patriótico como conjunto.
—En la revolución cubana también hubo pugnas similares...
—Fidel las resolvió asumiendo todos los poderes. No sabemos si Chávez lo podrá hacer.
—¿Nacerá una nueva oposición o resurgirán los viejos partidos?
—No creo que AD sea un partido acabado. Su crisis es de liderazgo. Las condiciones de Copei son peores. Está muy mal. Grave. Si AD hace un esfuerzo y organiza un liderazgo con sentido de futuro, podrá seguir jugando un papel importante. De los grupos emergentes pudiera resultar un partido vigoroso, pero los integra gente heterogénea, y todos quieren ser jefe. En lo que vea un movimiento serio, con gente dispuesta deponer personalismos, me ofrezco como soldado.
—Las nuevas generaciones tienen otras mentalidades y plantean otras formas de organización, desprecian el modo leninista y prefieren grupos más abiertos y participativos...
—La organización leninista cayó en aberraciones monstruosas, como el estalinismo. Pero debe haber una manera de organizarse, democrática, amplia, respetuosa. De lo contrario, se anarquizan y facilitan que surjan y se consoliden los caudillajes, pues los líderes que aparecen al inicio no tienen a quien rendirle cuentas, ni estructura a la cual someterse. La Causa R se llenaba la boca arguyendo su ausencia de organización y alabando lo que llamaban su organización horizontal, pero bastó la primera pugna candidatural para que esa fuese la tea de la discordia y el incendio fuese general. Es de ilusos rechazar la organización. Chávez tiene una organización: la estructura militar del Movimiento Bolivariano, que es su fuerza básica. El MVR es una regorgalla, un adorno, igual que el Polo. Sin la estructura del MBR 200 no hubiera llegado a ninguna parte.
—¿Qué es lo bueno del pasado?
—Se lograron dos cosas muy importantes: la igualación social y el cese de las discriminaciones regionales. La igualdad hoy parece risible, pero había que vivir la Venezuela de entonces. Ciudad Bolívar era una de las ciudades más conservadoras, discriminadoras y racistas del país. Otro ejemplo es Aragua de Barcelona, sede de una especie de aristocracia pueblera. Lo primero que hizo el pueblo el 18 de octubre de 1945 fue tumbar a mandarriazos la cerca de adobe del cementerio que separaba la parte de la gente “decente” de la que no lo era. Ingresar a la Escuela Militar, hasta entonces, era más difícil que ir a la universidad. Había que tener una carta del obispo que certificara decencia y otras vainas. Desde entonces, los negros entran a la Academia Militar. Chávez es fruto de esa democracia.
—La crítica tiene que ver mucho con la conducta personal de algunos presi-dentes...
—Por supuesto. La cagada de Jaime Lusinchi es algo tan insólito como la de Carlos Andrés Pérez y la de Luis Herrera Campíns, que no es un hombre deshonesto, pero tiene un estado de complacencia con la deshonestidad que casi lo asimila.
—¿Cómo ve las próximas elecciones?
—Espantosas. Sin ninguna garantía. Si las condiciones no se modifican, no vale la pena participar. Estoy convencido de que Chávez ganó los comicios de la Constituyente, pero hubo fraude. Le metieron más sufragios de los que obtuvo. En el Táchira, todo el mundo votó por Carlos Andrés Pérez. Esa es la realidad, gústenos o no. La gente se pregunta qué se hicieron esos votos. El comportamiento de la directiva del CNE fue realmente indecoroso. Se cubrieron de deshonor. Quizás se cansaron de ser pobres y decidieron acostarse con mujer blanca, que es la primera reivindicación de pendejo en Venezuela. Para el CNE hay que escoger hombres cuyo patrimonio moral y espiritual sean la garantía para la sociedad, no basta con no pertenecer a partidos. Veo las condiciones muy malas. Es preferible que el comandante, con su gente, se despache, venda y se dé los vueltos, a ver qué pasa.
—¿Cuál ha sido el peor fracaso de Manuel Alfredo Rodríguez?
—El actual. El naufragio de las instituciones democráticas que estamos viviendo, aunque he sufrido muchos reveses, y muchos me han afectado más en lo personal. En 1948, el derrocamiento de Gallegos fue como un palo cochinero en la nuca. La gente de mi generación veíamos en Gallegos al intelectual, al creador, al representante de la inteligencia, que por primera vez dirigía la República. Su caída fue el triunfo de la barbarie sobre la civilización.
—El cambio actual, al contrario, es una decisión del pueblo.
—Que, infortunadamente, una mayoría del pueblo venezolano respalde esta situación me preocupa menos. Hay momentos en que los pueblos pierden el rumbo, pero lo vuelven a encontrar. Una tarea que hace grande a Simón Bolívar es haberle impuesto la libertad a este país, que no la quería. Si la hubiera querido, la guerra de independencia no hubiese durado tanto. La gran mayoría de los venezolanos eran realistas; casi dos terceras partes del país se oponían a la libertad. Bolívar se la impuso a los puñetazos.
—¿Habrá que imponerla de nuevo a trompadas?
—Ya no estamos en esos tiempos. Tendrá que ser un proceso de convicción, de reencuentro de los venezolanos con su propio corazón y su tradición democrática. La libertad es un don cuya falta nada compensa, ni siquiera el mayor bienestar material. Trabajando con dignidad y constancia se podrá superar esta situación. No la veo permanente.
—Chávez habla de 200 años.
—Chávez no tiene proyecto. Esa incoherencia, ese merecote de Simón Bolívar citado cuando le conviene, fuera de contexto o mutilando la frase; ese merecote de Simón Rodríguez y de Zamora falsificado y embusteriado, que repite que Zamora fue socialista, con todo ese revoltillo mental de Engels, Marx, Mao y Ceresole se va al mercado diez o doce días, pero no da para 40 años.
Comentarios