El cielo universitario secuestrado por asalto
La novela El cielo por asalto de Ramón Hernández
fue publicada en abril de 2011. Hasta hoy no conozco un solo comentario o
análisis crítico sobre este texto narrativo; que califico de singular y de
contestarlo. ¿Por qué, aparentemente, no ha suscitado el interés suficiente
para merecer, al menos, una nota de lectura? (Nota de lectura que ahora
propongo a consideración del lector; porque concluyo, sobradamente, que este
libro no sólo la merece, sino que la opinión critica del área literaria la
necesita). Pero, hay que volver a la interrogante que quedó abierta. Percibo,
sencillamente, que esta novela ha estado fuera de la mira analítica general por
las cualidades que he señalado como sus rasgos identificadores y valorativos.
Es una novela singular. Y
esto significa que requiere de una lectura singular; lectura que exige, además
de un sutil ángulo de enfoque, un sincero interés por su tema peculiar. Es
frecuente que las obras literarias que se salen de la media, del modelo genérico, queden en suspenso, en
una especie de limbo, de prudencial silencio; a la espera de que algún espontáneo se lance al ruedo analítico.
Así, en tanto a los ojos de algunos esa singularidad es un decidido estímulo de
interés, casi de curiosidad creativa; para otros, esa particularidad es
confusión desconcertante, o más bien desafiante, y eso produce, sino repulsa,
por lo menso incomprensión.
Es una novela contestataria.
Trata de asunto contestatario; se conforma como un corpus narrativo
estructuralmente contestatario y hace juego contestatario de voces, personajes
y estilo. En efecto, se funda en un tema --en una acción y una omisión--
particularmente polémico y sometido a pasiones, irreverencias y estupideces
ideológicas, que causan escozor en uno y otro bando de los acontecimientos que
dan espíritu y alma al texto: la mal
llamada “renovación universitaria”, desplegada en grupos de asalto, en proclamas
destempladas de una izquierda “caviar” y en poses teatrales mussolinianas o de
un surrealismo anacrónico. Pero, detrás de estas indiscutibles carencias –que
impiden hablar realmente de un movimiento-- había, al comienzo, un real empeño
renovador, que no hizo sino continuar –por esencialidad-- el tradicional
espíritu rebelde (justamente contestatario) que caracteriza, por definición
histórica, a los estudiantes. (Sin olvidar que los estudiantes siempre han
hecho oposición al aparato oficial; de allí el craso error del gobierno que
crea que va a dominar ese espíritu ontológicamente rebelde y propulsor del
progreso social, político e intelectual).
Bien.
Superado este previo, que tenía atascado en mi percepción profesional de
escritor, voy a lo sustancial del libro. En la contraportada del libro se lee:
“Esta novela cuenta las historias de un grupo de estudiantes que forman parte
del movimiento que lideró la Renovación
Académica de la Universidad Central
de Venezuela. Clo, Roncolo, Rojitas, Colina, Vladimira, Patricia y Laura son
personajes que emergen de la masa anónima estudiantil para mostrar, desde una
descarnada mirada, las distintas caras de la revolución, sueños utópicos llenos
de algarabía y discusiones intelectuales”.
Y al respecto, me pregunto: ¿revolución de pasillos universitarios y de
cafés de Sabana Grande?, ¿utopía autocomplaciente y resentida?, ¿algarabía autofágica, que se devora a sí
misma en su inmanencia?, ¿discusiones pretendidamente intelectuales,
desvirtuadas por el dogmatismo, el sectarismo y el desconocimiento del otro?
Seguramente todas las respuestas son afirmativas. Pero, así fue la historia de
estas acciones, confusas, nebulosas y hasta autodemagógicas (nueva instancia
del espejismo ideológico). Y es lo que la novela recoge. Igualmente, más
adelante, en el texto de presentación se afirma: que el autor “trata lo
colectivo desde una perspectiva personalista”. A propósito de lo cual pienso,
por una parte que es otro merecimiento del libro haber logrado esa aparente
disociación activista; así como creo que ese fue, justamente, el germen del
fracaso de la llamada Renovación Universitaria: no fue un movimiento colectivo,
sino una contradictoria colectividad de subjetividades. (Por otra parte, se me
antoja que la acertada y elocuente contraportada fue escrita por el autor).
Hay novelas problemáticas y
problematizadoras. Y El cielo por
asalto es una de ellas. Aunque, quizás, todo es más sencillo de lo que
parece; ya que el acto mismo de escribir una novela es una problematización de la
literatura (en la subjetividad del autor) y de la visión de la realidad (en la
proyección social). Pero, esta premisa se hace más notable cuando Ramón
Hernández trata de indagar a fondo, como observador participante, en el gesto irreverente denominado Renovación
Universitaria, en la Universidad Central
de Venezuela, en 1969. La intensa y retadora tarea que se impuso el autor
ostenta su complejidad en el solo hecho de esforzarse por encontrar una
ideología definida en una explosión
anímica carente de ella, o una coherencia en un impulso de vocación anárquica,
o alguna trascendencia en una rebeldía inmediatista y devoradora de sí misma.
Ramón
Hernández nada, bucea y sale a flote en un mar de incoherencias: se proclamaba
una renovación en el estudio de la literatura, por ejemplo, cuando en realidad
se trataba de una regresión a la crítica impresionista y a los élans creativos fallidos del
surrealismo. Era un café colado por segunda vez, y el autor no podía comulgar
con ese guayoyo. Pero, el asunto no es creer o no creer. Por ello se destaca la
necesaria solidaridad con lo que se escribe, con lo que se busca motivar en el
lector. (Es el noble compromiso que cristaliza en la percepción que va del
emisor al receptor).
Históricamente,
esta llamada Renovación Universitaria fue, en nuestra principal Universidad, un
eco variopinto y multisápido del noticiado Mayo Francés, de 1968: complejo
conjunto de protestas estudiantiles y obreras
--especialmente en París— contra un gobierno autoritario y cerrado al
diálogo. Es decir, a fin de cuentas, un movimiento esencialmente político, a
ojos vistas. En cambio, la renovación ucevista, pretendida
reedición del modelo francés, derivó hacia una vanidosa e inútil pretensión de
cambio formal de estilos y pautas
críticas y docentes; que fue el rostro exhibido públicamente. Se sabía que el
plan político corría subyacente, aunque, de pronto, explotaba en el griterío y
en consignas de pancartas. Hasta se llega al disparate insólito: “Tenemos que
confiar en las masas, en el proletariado estudiantil”, dice un dirigente; y me
pregunto: ¿insania o ignorancia supina? Pero, el juego retórico antiacadémico
acabó por dominar; o sea que lo político original en Francia se empalideció y
se ocultó tras un convencional formalismo. El ¡Abajo el gobierno! se convirtió en ¡Abajo la Academia !
Todo este
amasijo de acciones y omisiones, de apariencia y realidades, da una idea de lo
enrevesado que resulta andar con pie seguro en tal territorio histórico
(¿ahistórico?). Y en ello demuestra su acierto creador Ramón Hernández. Yo
diría que lo interesante –y acuerpante novelísticamente-- en este caso, más que
el evidente valor documental (información) y descriptivo (vivencial) de
situaciones, personajes y planteamientos, es la actitud objetiva en el análisis
y solidaria en la comprensión de aquellos que asumieron la renovación
con entrega, ingenua, pero sincera.
El esfuerzo
de Ramón Hernández es obvio y más que respetable: tarea encomiable
narrativamente, por la cual se aproxima con honestidad intelectual, sensibilidad
humana y eficiencia novelística a un tema esencialmente confuso y divagante.
No es una novela de fácil lectura
(¿cuándo ha sido fácil lo singular?). En más de un pasaje es necesario releer
detenidamente, para deslindar una idea y ordenar un sentido. La turbulencia de
los acontecimientos encimados unos sobre otros y la diversidad de voces que
interactúan en planos y tiempos interlineados, frecuentemente sin una
puntuación lógica, da una idea de la parte consciente que el lector debe
aportar para dar forma inteligible a lo subconsciente. Y aquí surge el
conflicto para quien aspira a una lectura homogénea, de consumo pacífico.
Justamente es donde percibo el acierto de la intención constructiva profunda
del autor: la adopción de una estructura que se correspondiese con la desestructuración
del contenido: creación mítica y derrumbe real de la nada.
Los personajes circulan como piezas
de una masa innominada. Los supuestos dirigentes cumplen
un parcial y breve papel, que no deja de ser secundario en una pieza de teatro siempre cambiante. Los principios
proclamados son de inmediato negados o subsumidos en la mentira o en la
corrupción: juego fértil de poder, terror, prostitución, hurto e
irresponsabilidad (¡Los que vengan atrás,
que arreen!). Las ideas se gritan, para ser silenciadas de inmediato por
las sustitutivas- Las proclamas y las pancartas mueren de inmediato, asfixiadas
por las propias palabras que las conforman. ¿Qué queda, al final? Muy poco. Pienso que sólo el gesto teatral y quizás una catarsis
salvadora del naufragio total. Y en la película narrativa que de todo ello
hace, radica la honestidad intelectual y el logro narrativo de Ramón Hernández,
retejiendo la maraña impactante de un deambulante ejército universitario,
agresivo, pero sin rumbo; dejando a su paso por los pasillos de su Alma Mater
amenazas fantasmales, despropósitos siempre en tinieblas y, seguramente,
esperanzas sin germinar.
Personalmente,
me importa y me conmueve esta novela. Viví la llamada Renovación Universitaria
como profesor de la Universidad Central
de Venezuela y como activo crítico de los excesos de este impulso repetitivo
del conocido Mayo Francés. Inclusive pensé escribir una novela sobre el tema
(la visión de conjunto, mis experiencias, el balance): reuní copiosos materiales
informativos directos y periodísticos al respecto, y esperé el tiempo
prudencial para asimilar el asunto, después de rumiarlo; tal como aconsejan los
viejos maestros escritores. Pero, el tiempo pasó su goma de borrar, cambiando
de selección en mi agenda programática. Y ya. (¿Terminó, para mí, la vigencia
de la funcionalidad del tema?). Además, ahora la veo como quimérica. El cielo por asalto, aunque sea sólo
desde la perspectiva estudiantil, cumple con la función ilustrativa y sugerente
de manera autosuficiente, de lleno. Como digo, viví intensamente este período.
Inclusive los estudiantes “renovacionistas” más exaltados condenaron mis
críticas y mis propuestas en pancartas perfectamente personalizadas en mi
contra.
Cualquier historiador, profesional o espontáneo del
ruedo histórico, observaría que esta
novela es una visión unilateral, con las gríngolas puestas por el punto de
mira estudiantil “revolucionario”. Pero,
¿es que existe la tan enarbolada objetividad? De hecho, si yo hubiera escrito
mi novela “renovacionista”, hubiera pecado de la misma parcialización mimética;
pero desde la trinchera profesoral activa. Por ello, no creo que éste sea un
señalamiento con mayor validez que la de destacar la condición originaria de la
perspectiva desplegada. O sea: descubrir lo obvio.
Entre
consignas copiadas del Mayo francés y otras inventadas con esfuerzo y sin
gracia, se van determinando verdades ocultas. Así, sobresale la manipulación
del sustrato político, que se sabe incapaz de “prender la revolución” afuera, y
decide hacerlo adentro, en la
Universidad , donde no hay opositores armados ni fuerzas
represivas. Se sabe que la “renovación” no es la “revolución”; pero, ¡qué
importa!, lo que vale es lo que dice el manual práctico del marxismo-leninismo
en diez lecciones: “una chispa incendia la pradera” (creo que hay una película
soviética inspirada en este lema tan llevado y traído):
“La algarabía. El desquiciamiento irredento y
salvaje de las ideas fuera de madre, la alegría combativa de una juventud
deseosa de obsequiar su sangre, apenas fue una reyerta, que se quedó en un par
de trompadas y una herida leve y superficial de bala. Ánimos exaltados, repetía
Colina, que debemos convertir en la chispa que encienda la pradera, la mecha de
la dinamita que volará para siempre esta sociedad pútrida y acomodaticia. Con
ruido, sorbió la última gota del café con leche y le dio el primer retoque a su
copete grasoso”.
La sucesión
de cuadros ilustrativos de un énfasis irreflexivo, pero real (sobre todo al
inicio de la “revolución”) plena las páginas de la novela; es la opción abierta
al lector atento, indagador de un ambiente humeante de confusión y de fuegos
adolescentes:
“Tirar piedras es una aventura, una audacia, un acto
de coraje que exige no preocuparse por las consecuencias. Tirar piedras es lo
contrario de sentarse a ver televisión y encontrar que todos los canales
transmiten el mismo programa y anuncian las mismas cosas. No es un acto de
valentía ni el comienzo de una vida nueva y también distinta. Tirar piedras no es la revolución, pero no
hay revolución sin estudiantes tirando piedras y gritando abajo el gobierno. No
es la consecuencia de una larga reflexión sino una necesidad, un desahogo”.
Más allá
del estilo desencuadernado, de la sintaxis rebelde y de la puntuación ausente,
el logro sistemático de situaciones caóticas, ambientadas con acierto y
traducidas a palabras convincentes, es un logro sensible a todo lo largo de la
novela. Destacar ejemplos es casi imposible. Sin embargo:
“Roncolo saca su cámara fotográfica. Un policía le
da un rolazo a Vladimira. Se escurre y corre con el susto rescaldándole las
nalgas parejitas…es la virgen de la revolución”…”Fabián se queda sentado en la
grama, ahí, en los jardines del comedor, rumiando su cobardía. La guerra pasó a
manos de otros, yo dejo en tus manos mi fusil, a bella chao, a otros que sí son
militantes de la violencia”…”Un policía recoge a Clo y le da dos planazos para
calmarlo o por venganza. Lo monta en una patrulla. Roncolo tiene la primicia. Un policía le tocó el culo al
francesito antes de pedirle la cédula”…”En el puente de la autopista, los
agentes del orden se han parapeteado con sus armas automáticas. Hay disparos de
respuesta. La violencia es la partera de la historia.”…”La refriega empieza a amainar.
Alguien va a negociar un táima, un boto tierrita y no juego más, con un pañuelo
amarrado a la punta de un palo de escoba, pero queda preso, porque esto no es
una película”.
Al final,
el golpe en la frente, ante la contundencia de la realidad fáctica, después de
la nebulosa “revolucionaria”, fatalmente temporal (febril) y vacía (inope) de
planteamientos concretos y debatibles:
“Los sueños se difuminan. La rutina, la medianía de
la cotidianidad, es la derrota. La renovación es el pasado. Vladimira cambia.
Es más alegre y parrandera. Anda con un periodista y todas las noches cena en
un restaurant distinto o va al cine o al
teatro; los domingos recorre las galerías de arte de lo más intelectual. Ya no
anda de blue jeans y sandalias, sino con faldas estrechas y tacones altos. Ahora se pinta los labios. Sus uñas, de bien
cuidadas, parecen las de una princesa. Irreconocible, discute con Colina y se burla de Clo. Yo no
he cambiado, son las circunstancias que me rodean. La sociedad no puede ser
transformada desde la universidad”…
No dudo que
el vasto mural de confusión y espejismo, previamente esbozado, produzca una
penetrante sensación de inestabilidad y de conspicuo tremendismo. (Pero,
¿cuándo ha eludido la novela lo inestable y lo tremendista?). Y así ha de ser.
Como es el valor de este libro, llamado a hacer de carta de rumbo (vivencial y
conceptual) indispensable para acercarse
a la directa y sugerente comprensión de un período de la vida universitaria
que, por desarticulado, no deja de ser una experiencia inomitible. (Tan
inomitible como la de la guerrilla, que habitaba los sótanos de la renovación, y que ahora muchos de sus
actores y persecutores ocultan en un desvalido silencio).
Como ya
señalé, la lectura de este libro es difícil, confusa; inclusive para un lector
habituado. Pero, pienso que tal condición es intencional. Ramón Hernández
aspira a captar y verter la esencia divagante y nebulosa de la llamada renovación. Y lo logra. Es su éxito.
Se trata de una novela experimental. Y
por eso la valoro en especial. Sin experimentación no hay novedad; se impone el
quietismo. Sólo de la búsqueda surge la innovación; y en ello radica el
progreso creador. Nuevos aires: más oxigeno imaginativo. Ramón Hernández no
sólo explora acertadamente difíciles ámbitos ideológicos, sociales y humanos de
un peculiar momento histórico, sino que lo hace de tal forma que la lectura de
su libro es indispensable para adentrarse con honesta crudeza –y oxígeno dialéctico– en ese nebuloso tiempo universitario. ——————
Comentarios