Pústulas del habla y del hacer
Ramón
Hernández
SEPTIEMBRE 13,
2016
Jorge Giordani no
es lexicógrafo ni lingüista. Tampoco electricista ni ingeniero electrónico y su
gran frustración es que tampoco entendió la economía, que apenas muy
superficialmente aprendió una sombra de la jerga que escuchaba en la UCV y en
el Cendes. Stalin escribió en 1950 un folletín de 14.275 palabras para refutar
que el lenguaje fuese una superestructura o que hubiese una lengua burguesa y
una lengua proletaria. El ex seminarista argumentó que burgueses y
revolucionarios hablan la misma lengua, y que cada uno la pervierte o enriquece
con sus propias vivencias o necesidades de comunicación, pero en lo sustancial
es la misma gramática y el mismo léxico.
Stalin tenía una
especial debilidad por los intelectuales. Los escuchaba, los aconsejaba y hasta
los editaba y corregía. Tenía largas conversaciones por teléfono y respondía
sus cartas. También era obsequioso y fraternal. Aunque su sobrenombre o alías
en su época gansteril fue Koba y se hizo llamar Stalin en la época
revolucionaria como una manera de emular a Lenin, cuando se hizo dueño de los
rusos, de su alma y de su futuro, en el nombre de Marx y como secretario
general del partido comunista ruso –todo en minúsculas–, prefirió que lo
llamaran vozbd, una palabra rusa que significa «líder» y que más
que un rango es un título, que también usó Lenin, y que en ese momento de
transformaciones radicales implicaba ser el líder-héroe indiscutido y
carismático, casi un profeta en acción.
En una aparición
por cadena de radio y televisión Nicolás Maduro se refirió a su parecido tanto
a Iósif Vissariónovich Dzhugashvili como a Sadam Husseim, ninguno de grata
recordación. El primero encarceló a 3.000 escritores y más de la mitad de ellos
murieron en los gulags, de hambre, fusilados o despellejados; el segundo, no
tenía inclinaciones hacia las ciencias ni las artes, pero le encantaba disparar
su fusil automático desde los balcones de sus lujosas residencias y mandar a
echarle gas sarín del bueno a los revoltosos kurdos, también a sus esposas,
hijos y nietos sin distinciones ni contemplaciones. Los muertos de unos y otro
fueron muchos, pero los del Koba se cuentan por millones.
Habiendo sido
canciller desde el 7 de agosto de 2006 hasta el 16 de enero de 2013, Maduro es
quizás el que más tiempo ha ocupado ese despacho en toda la historia de
Venezuela, y por sus azarosas responsabilidades, además de servirle de chofer
al Mel Zelaya, debió tener más de un encontronazo con los traduttori,
traditori. Reacio al inglés por su vena radical antiimperialista,
también asoma otros impedimentos en su distintiva pronunciación que descartan
que el habla, el idioma, el lenguaje, la lengua, el español o castellano de
América sea de alguna manera un motivo de preocupación o que se disponga a
dictar un decreto, crear una misión o asignarles recursos a una
comisión especial para enaltecerlo, que son las tres cosas que hace con
sus majestad presidencial, una a la vez, cuando se siente en modo presidente.
Hasta ahora no se
le habían prestado mayor atención a sus gafes léxico-semánticos, a sus
distracciones conceptuales, mucho menos a los resbalones culturales, saltos
neuronales o lapsus brutis recurrentes que, dada la pronta difusión que tenían
se sabía que eran de coñas de un libreto cubano que le funcionó con Chávez para
posesionarlo como motivo de conversación en la opinión pública. Que hablen de
mí aunque sea mal. Aquello no fue natural, como tampoco lo es que en las
últimas semanas, cuando arrecia la represión y la militarización de la
política, junto con el hambre y el deterioro general de la salud, que la lengua
presidencial tome un tufo de cloaca y un hedor a letrina que deben tener
capciosos al gramsciano Giordani y a los piratas como Luis Britto García.
Era conducta
reiterada del teniente coronel Hugo Chávez mandar bien largo al carajo a
George W. Bush, y no precisamente como elemento de una embarcación; también
llamó pendejo a José Miguel Insulza, que no tiene ni uno solo de esos vellitos,
pero el ex conductor del Metro de Caracas se ha atrevido a engrosar la
germanía, la coprolalia: le mentó la madre a Henry Ramos con todas sus letras y
ha ruborizado a porteros y madamas de bulines arrabaleros. Hasta Cicerón en su
columna hizo un llamado de atención sobre el uso de lenguaje soez. Su lenguaje
es más propio de los camioneros que de un chofer de autobús, que debe respeto y
consideración a los pasajeros. Vendo felpa y manto para onagro.
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