Relojes y socialismo precolombino
Ricardo Molina es diputado y el heredero de buena parte de la fortuna que su papá, el tipógrafo y maestro de las artes gráficas Manuel Isidro Molina, natural de Valera y asentado en una enorme casa en la urbanización El Paraíso en Caracas, logró levantar con su propio esfuerzo para permitirse ir cada día a impartir sus clases en la UCV en un Mercedes Benz, que no pasaba aceite, que tenía la carrocería en perfecto estado y los faros intactos y no como lo vimos una vez con el Chiro Molina al volante.
Creador de una ingeniosa versión en plástico del tipómetro, el utensilio que se usa en las imprentas y sus sucedáneos para medir picas y calcular puntos, Molina padre los vendía por encargo, no los tenía en exhibición en su cubículo. Su invento ayudaba al estudiante a calcular con más exactitud las maquetas que asignaba a los estudiantes. Yo le compré dos, uno que usaba en clases y otro que tenía en mi trabajo de oscuro secretario de redacción en Últimas Noticias, el diario cuyo nombre Eleazar Díaz Rangel pronunciaba con asco en clases.
Por chota o por lo que fuera los estudiantes llamaban “molinómetro” el adminículo y había que verle la cara de arrechera que ponía Manuel Isidro cuando alguien le solicitaba que le vendiera uno o más “molinómetros”. Siendo un ortodoxo militante del PCV, el profesor utilizaba los métodos del capitalismo para vivir y del mercantilismo para sacarle provecho al producto de su ingenio. Siendo de plástico e impreso con una tinta que el uso borraba, costaba el doble que los tipómetros de acero, pero cada quien pagaba el precio sin quejas ni regateos y hasta daba las gracias.
Si fuese en estos tiempos que el bueno de Manuel Isidro subiera con su pesado maletín de cuero las escaleras de la Escuela de Comunicación Social, seguramente habría desechado la posibilidad de que cada estudiante fuese el dueño del molinómetro y seguiría el sistema que su hijo el diputado chavista impuso como ministro: la cesión de los derechos de uso; así cada semestre los estudiantes deberían depositar en una cuenta a su nombre y al de la esposa una cantidad que permite garantizar que ese año y todos los venideros se seguirá fabricando, guardando y usando la herramienta. Lo mismo que se hace en la Gran Misión Vivienda Venezuela, y hasta con los mismos administradores, vaya casualidad. Ricardo Molina dice que Gandhi le enseñó que siempre se puede vivir con la mitad de lo que se tiene, pero calla quién lo envició en disfrutar el doble de lo que produce. También afirma que los zapatos le duran cinco años, una eternidad si se compara con la velocidad con que cambian de reloj sus ex compañeros de gabinete. Vendo regla para ser medido.
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