Impuntuales hasta con relojes atómicos RAMÓN HERNÁNDEZ 30 DE ENERO 2016 - 12:02 AM La hora es un fetiche para la camarilla gobernante, pero no como simple medida del transcurrir del tiempo. Su fijación y su tormento es la exactitud, la rigurosa precisión en milésimas, y quizás hasta millonésimas de segundo. Quiere hacer algo en el momento justo, no antes ni después. Ni atrasarse ni adelantarse, por ahí se les va la vida y algunos rastros de la fortuna tan generosamente mal habida, pero siempre llegan tarde. Es público, notorio y comunicacional que la nomenklatura oficialista, con el perdón de la redundancia pero hay que distinguirla de la pranería no oficial, ha respetado a su manera el legado del Coba criollo: vemos que en cada sarao y picopico se presentan con un reloj pulsera distinto y más caro, más lujoso y más extravagante que el anterior, con todas las aplicaciones imaginables, que lucen con el mismo desdén con el que, en sus tiempos de proletario, Juan Barreto r
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