Indigestión de arbitrariedades y abusos
En octubre se cumple un año de la reclusión de Inés González Arraga en los calabozos del Sebin en El Helicoide. Su delito: opinar, expresar su arrechera y dar rienda suelta a la libertad de expresión. Sea cual fuera la ilegalidad cometida –burlarse de la autoridad, mentarle la madre al papa o aquellos insultos de los que se declaró culpable en un tribunal que la condenó sin haberla escuchado– la pena de prisión a la cual se le somete desmiente que en Venezuela se respeten los derechos humanos más elementales o exquisiteces como las que los especialistas denominan presunción de inocencia y debido proceso.
Inés González Arraga es científica y twittera. De alma rebelde y sincera, sufre endometriosis, una enfermedad en la que el tejido uterino se desborda y la menstruación le ocasiona fuertes dolores, a veces insoportables y, en ocasiones, hasta ir al baño puede convertirse en un sufrimiento. El 3 de octubre de 2014 fue citada a comparecer a la sede del Sebin en Maracaibo, donde residía con sus padres. Como no se presentó fueron a buscarla y se la llevaron esposada. No fue presentada ante un tribunal sino trasladada a Caracas, a los depósitos sin ventilación y sin luz natural que sirven de ergástula a ese cuerpo de seguridad, en contra de todos los estándares de reclusión. Ni los criminales más peligrosos pueden ser encerrados en sitios semejantes sin que los gobiernos arriesguen una severa condena mundial.
En una investigación de la periodista Alicia Hernández se enumeran “los pasos” que debe dar una persona para ir a parar con sus huesos a un hueco maloliente. Parece que Inesita los cumplió con rigurosidad científica. Aunque, no tan bien. La jueza lloró y conminó a Inesita a decirle que no le guardaría rencor por haberla condenado a tres años de cárcel. Obviamente, su “delito” no ameritaba cárcel. Eran órdenes superiores y ella debía “resguardar” su carrera.
Inesita, la Terrible, acumula 69.700 seguidores en la red social Twitter, sin programas tramposos que dupliquen los seguidores. Es otra venezolana que decidió no seguir callada y echar para fuera lo que siente, el malestar que la agobia, sin miedos y sin medir las consecuencias, como ese ciudadano que conocimos en democracia, díscolo y retrechero, seguro de sus derechos y aventado de tabaco en la vejiga, que asumía su deberes y derechos con particular altanería, sin nada que temer, seguro de que la verdad estaba de su lado. Se vende frase inservible: “Con la verdad ni ofendo ni temo”, mientras tanto y por si acaso.
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