Ramón Hernández Las cajas CLAP no traen 24 productos como repiten los medios oficiales, semioficiales y entregados. Apenas 6 y con suerte 8. Cuando vienen 11 hay fiesta en el barrio. Lo real es que trae más hambre que productos, al tiempo que crece la ola de indignidad. A esas cajas que le sacan la leche y le meten dos cocos, que casi nunca traen aceite y no faltan las lentejas ni sus gorgojos, Dante Rivas les ha adosado a pérdida un buen tajo de su exiguo y rebanado capital político. Desde esa ficción legal que es la canonjía de “protector de Nueva Esparta”, un bien pagado enchufe o prebenda que no aparece en ninguna parte –ni aparte– de la legislación venezolana, el geógrafo Rivas, titulado en la Universidad de los Andes, ha devenido, a cuenta de la pandemia y por su real gana, en el Eustoquio Gómez de Nueva Esparta. Ha convertido la perla del Caribe en el peor infierno. Sin agua, sin electricidad, sin gasolina, sin comida y pronto se va a quedar sin sombra si le hicieran caso