La noche de los fierros retorcidos Ramón Hernández El Paraíso una vez fue casi lo que indica su nombre, tanto como Caracas la sucursal del cielo. Era un fabuloso microclima que ofrecía, además, una tarde maravillosa y singular en el parque zoológico El Pinar. Se podía caminar a lo largo de la avenida Páez bajo la sombra de jabillos, bucares, caobos y hasta de algún samán extraviado. Árboles frondosos, amigables con aceras y paseantes. Quizás al juntarse el boom petrolero, el rápido enriquecimiento y la desidia de las autoridades municipales el efecto destructor se fortaleció y generaron un infiernito urbano: servicios deficientes, desastre urbanístico y caos en el tránsito, además de las deficiencias que se comparten con el resto de la ciudad, como la inseguridad, y la inflación indetenible. En donde una vez hubo grandes mansiones y gratos jardines levantaron enormes torres, complejos habitacionales y centros comerciales, que multiplicaron el tránsito automotor e
Un sitio para la libertad y la democracia. No cree en ilusiones ni se queja por desengaños.