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Nuevos esclavos

Ramón Hernández

Si la intelectualidad de la izquierda oficialista no fuese esa sarta de mamelucos que de manera obediente y no deliberante todavía se traga sin chistar que el padrecito Stalin construyó un paraíso en la Unión Soviética, utilizaría las enseñanzas de la historia para evitar que el Coba continúe su plan económico de destrucción y de hambre en Venezuela, de negación del socialismo.
Conocida la experiencia castrista y sus consecuencias, es obvio que aquí se insiste en repetir los pasos que llevaron a Cuba a la miserable precariedad actual. Una de las promesas de los barbudos fue empleo bien remunerado y estable. No cumplieron, pero sí se llevaron a cortar caña lejos de casa, y a la fuerza, a los acusados de vagancia.
La industria azucarera, que fue el motor de la economía cubana durante 200 años, dejó de serlo con las “ideas” de Fidel Castro. La producción de azúcar, que fue de 6 millones de toneladas en 1959, y siendo la población de la isla de 6 millones de habitantes, bajó en 2008, cuando la población ascendía a 12 millones, a 1,4 millones de toneladas, la misma cantidad que produjo en 1890. La zafra más anémica de su historia. En 2010 no llegará a 1 millón de toneladas. Para abastecerse, la isla importa azúcar de Brasil y de Colombia.
El absurdo económico se concretó en 1967, cuando habiendo confiscado haciendas, bancos, fábricas y comercios, la “ofensiva revolucionaria” incautó barberías, puestos de frutas, salones de belleza, cafeterías y kioscos de periódicos. Todo. Vender una gallina o un par de papas equivalía a ir a la cárcel acusados del peor delito. En 1990 se intentó corregir el desaguisado y se permitió que los cubanos montaran restaurantes, bodeguitas y pensiones, pero sin que pudieran abastecerse de los productos básicos, fuesen sábanas, puercos o frijoles. Olvídate de Makro. La única manera de obtenerlos es el mercado negro, que se surte de robos pequeños y sistemáticos al Estado. La doble moral, la supervivencia.
La vía que el castrismo escogió para obtener ingresos es alquilar a otros países su propia fuerza de trabajo, su población: el proxenetismo rojo. Los cubanos trabajan para gobiernos o empresas de otros países y personalmente reciben 15 dólares mensuales por sus labores, mientras que la nomenclatura obtiene miles de dólares al año por cada trabajador. Una forma de vil explotación a la que no se atreve ningún Estado capitalista. Auxilio, Marx. Cedo cartilla de razonamiento usada.

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